Cada uno de los seis golpes de Estado que sufrió nuestro país durante el siglo pasado presentó motivaciones relacionadas con la coyuntura (vetar el avance de ciertos proyectos políticos, poner en curso programas de gobierno afectados por determinada ideología, etc.) influidas por la aparición del peronismo tras el gobierno de facto 1943-1946 (con un serio intento de frustrar dentro del mismo período, la proyección de su máximo referente, en 1945). El derrocamiento y la proscripción de Perón aparecen en 1955, 1962 y 1966. El extravío de la gestión gubernamental que sucedió a su muerte se esgrimen en 1976.
Paralelamente, las formas de “resistencia” o “rechazo” de los golpes de Estado mutaron con cada golpe, también vinculadas a la coyuntura, pero afirmada en la primera mitad de los 70 la acción de fuerzas insurreccionales que atravesaron el onganiato y el tercer peronismo, pretexto para que en 1975 se procure su “aniquilamiento” mediante la exacerbación del Terrorismo de Estado que, desde marzo de 1976, alcanzó su máxima expresión, apareció una nueva resistencia con las organizaciones genéricamente denominadas “de derechos humanos”, que con diferente perfil, visibilizaron los excesos en la represión, recabaron información sobre las personas que eran secuestradas o detenidas por el gobierno de facto, y denunciaron hechos dentro y fuera del país.
Este movimiento influyó notablemente al mostrar el drama argentino en el extranjero. El “Proceso” se fue quedando sin argumentos frente a gobiernos e instituciones no gubernamentales. La llegada de Jimmy Carter a la presidencia estadounidense les ofreció cobertura hasta 1980 (luego decae, por cuestiones internacionales e internas de EEUU, y desde 1981, con Reagan, se diluye). También Amnesty International que, en 1977, además de ganar el Nobel de la Paz, realizó y publicó una profunda investigación sobre Argentina.
Con las organizaciones insurreccionales quebradas, silenciados los partidos, reprimido el movimiento obrero, intervenidas las universidades, manipulada la prensa, la resistencia a la Dictadura cívico-militar muda de piel. La ANCLA de Walsh y Verbitsky; luego el CELS; el CEDES; el SERPAJ de Pérez Esquivel; la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; la Comisión Argentina de Derechos Humanos, son espacios que adaptan su funcionamiento a la veda política para cumplir con su cometido. Cuadros capacitados, estrategias sensatas y resquicios en el orden legal les permitieron alcanzar una persistente acción opositora.
Las Madres de Plaza de Mayo se inscriben en este campo: naciendo como grupo desde la espontaneidad y el sufrimiento, como familiares víctimas de las desapariciones de sus propios hijos. En algún momento de 1976 se les asignó un pequeño espacio físico dentro del Ministerio del Interior para reunirse. Lejos del altruismo, se pretendía por la Dictadura seguir haciendo inteligencia en la identificación de las personas que concurrían, sus redes, etc. Dijo Hebe de Bonafini, en relación a ese tiempo: “Empezamos a darnos cuenta de que teníamos que cruzar la frontera de nuestra propia familia, y que debíamos luchar por toda la gente que había desaparecido, de que sólo se podía encontrar la explicación de la desaparición de nuestros propios hijos en la explicación de todas las desapariciones”.
Ante la falta de respuestas por parte del ministro Harguindeguy, mientras hacían “amansadora” en la Curia de Buenos Aires, esperando una devolución acerca de un pedido de audiencia, se atribuye a Azucena Villaflor (un apellido conocido en el peronismo bonaerense de base de aquellos años) la siguiente frase: “¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando vea que somos muchas, Videla va a tener que recibirnos, ¿no?”
Decidieron reunirse frente a la Casa Rosada, para seguir con sus reclamos, de forma semanal. Como la Policía Federal no las dejaba agruparse, caminaban en silencio de a dos, alrededor de la Pirámide de Mayo. Comenzaron cada viernes, pero decidieron cambiar al jueves, porque en ese día había más gente en la plaza y la protesta adquiría más visibilidad, siempre entre las 3 y las 4 de la tarde. Se fueron sumando madres en cada reunión, llegando casi al medio centenar en la ciudad de Buenos Aires, y comenzando a organizarse nuevos grupos en el interior del país.
Estamos hablando de abril-mayo de 1977, apenas había pasado un año del golpe. Es probable que se trate del primer grupo civil que encontró una manera regular de protestar públicamente. Sin mayor apoyo en el país que el obtenido de organizaciones similares, o particulares que, en la clandestinidad, brindaban información.
Se dice que inicialmente el gobierno militar las desestimó (las llamaban “Locas de la Plaza”) pero nunca dejó de tenerlas en la mira, mediante el amedrentamiento en las marchas y descalificaciones en los medios de prensa, que las Madres utilizaron por primera vez al publicar en La Prensa una solicitada, el 5 de octubre de 1977, reuniendo 237 firmas de familiares de desaparecidos. También por la persecución, secuestrando en diciembre de 1977 a doce integrantes y colaboradoras, en diferentes operativos, entre ellas a tres fundadoras (la más conocida, su primera líder, Azucena Villaflor) y las dos monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet (cuyos restos pudieron ser reconocidos). Fue un ataque feroz, que contó con la previa infiltración realizada por Alfredo Astiz, bajo el nombre falso de Gustavo Niño. El gobierno negó el secuestro (adjudicándolo a Montoneros) e inmediatamente las Madres ratificaron al hecho como Terrorismo de Estado en una conferencia de prensa, a la que asisten mayoritariamente periodistas extranjeros.
Investigaciones más recientes dan cuenta de que Susana “Pirí” Lugones, nieta del escritor y militante de Montoneros, pudo advertir la trama del primer operativo, que fue llevado adelante el 8 de diciembre en la iglesia de la Santa Cruz, pero la organización estaba tan desarticulada que no logró generar una acción para alertar a las víctimas. La propia Lugones fue secuestrada (luego desaparecida) el 21 de ese mes.
(Finaliza en la edición de HDC de mañana)