Finalizando 2024, mientras el avance tecnológico parece ilimitado, los conflictos armados proliferan, exponiendo a millones de personas. Entre los epicentros de tensión se encuentran Europa del Este, Oriente Medio y África, donde las heridas históricas y los intereses geopolíticos chocan con las promesas de paz.
Rusia y Ucrania: sin lugar para héroes
La contienda ruso-ucraniana iniciada en febrero de 2022, importó el regreso la guerra a Europa.
Los combates principalmente desarrollados en la región del Donbás causaron más de 35.000 muertes confirmadas. Cerca de 10 millones de personas, se desplazaron dentro o fuera de Ucrania. Las pérdidas económicas superan los 400.000 millones de dólares, generado una crisis humanitaria y afectando la economía global.
Los mandatarios Volodimir Zelensky y Vladimir Putin no ceden. Incorporan actores: apoyan a Ucrania con muchísimo dinero (no menos de 160.000 millones de dólares) y armas, la Unión Europea (y varios de sus integrantes en particular), los Estados Unidos (de Biden), Reino Unido, Japón, Canadá y la OTAN. Cerca de Moscú, se identifica a Teherán (aportando su tecnología militar), Pekín (facilitación financiera y soporte armamentístico) y Pionyang (movilizando tropas en el conflicto).
Según diversos informes, Ucrania (cuyo PBI ha disminuido un 20% desde 2022) gasta en 44% de su presupuesto en defensa. Se estima que el 32% del presupuesto ruso, unos 145.000 millones de dólares, se destinará al mismo rubro.
Timothy Snyder, historiador especializado en Europa del Este -pro-occidental-, señala que la guerra en Ucrania no es solo territorial, sino una batalla entre dos visiones del mundo.
Oriente Medio: el conflicto eterno
En el triángulo que une a Israel, Palestina y el Líbano, las tensiones no han cesado. La reanudación de la violencia en octubre de 2023 entre Israel y grupos palestinos en Gaza determinó más de 44.000 muertes en Gaza y 105.000 heridos, en su mayoría civiles, contando 1.200 israelíes víctimas de ataques iniciales. El bloqueo prolongado a Gaza afecta a 1.9 millones de personas desplazadas internamente. Los ataques transfronterizos desde el Líbano suman aproximadamente 4.000 muertos (entre 2023 y 2024). La caída del PIB de Palestina ronda el 80% y el de Israel un 20% desde 2023. Las pérdidas por daños superan ampliamente los 10.000 millones de dólares.
En Siria, el conflicto que comenzó en 2011 como una revuelta popular contra el régimen de Bashar al-Assad, recientemente derrocado, se ha transformado en una guerra civil prolongada y compleja, que todavía no concluye. Se estiman más de 500.000 muertos, con más de 6.8 millones de refugiados sirios en el extranjero y otros 6.9 millones de desplazados internos y pérdidas de más de 120.000 millones de dólares. Según la ONU, más del 90% de la población vive en la pobreza, con millones de habitantes padeciendo inseguridad alimentaria severa.
Sin soluciones a la vista, la especialista Kristina Spohr destaca que Siria (vale el análisis para Palestina-Israel) ilustra el colapso del multilateralismo efectivo: la inacción del Consejo de Seguridad de la ONU permitió que las potencias involucradas prioricen sus intereses estratégicos sobre los derechos humanos y la estabilidad regional.
África: Sudán y Congo, la herida abierta
En Sudán, el enfrentamiento entre el ejército regular y las Fuerzas de Apoyo Rápido desde abril de 2023 dejó más de 9.000 muertos y desplazado a más de 5 millones de personas. En el Congo, los combates entre grupos armados y fuerzas gubernamentales cobraron más de 6.000 vidas en el último año y 5.7 millones de personas desplazadas. La expectativa de un niño en el Congo, es alcanzar apenas el 37% de su potencial (Banco Mundial, 2024). La diplomacia regional y global ha fracasado en todo intento de apaciguar la tensión.
El politólogo ugandés Mahmood Mamdani destaca que en estos conflictos (analiza también el caso palestino-israelí) aparece el efecto del trazado de fronteras coloniales “externas” e “internas”, separando razas y creando “tribus demarcadas administrativamente”; debiéndose hoy despojar a las naciones de identificación y compromiso político-estatal (sólo así se podrá configurar una estructura de países en los que se extirpe la violencia inoculada como una mutación genética, en el pasado colonial). Recurre Mamdani a la evolución sudafricana post apartheid como “paradigma limitado” de su tesis.
Orbis partitum
No son los únicos conflictos: podríamos sumar a Myanmar (más de 7.000 muertos por la guerra civil iniciada en 2021), Afganistán (casi 4000 fallecidos entre 2021 y 2023, a manos de Estado Islámico), entre otros.
¿Por qué? Según el historiador Yuval Noah Harari, hoy las potencias son incapaces de priorizar la cooperación sobre la competencia. En tiempo de instituciones débiles la voluntad política no se orienta a la prevención o superación de las tensiones.
Por su parte, Francis Fukuyama, enfatiza en el señalamiento de “inutilidad” del Consejo de Seguridad de la ONU, agregando que la Asamblea General del organismo sólo permite identificar a actores “malos o prevaricadores”.
Bastante más atrás en el tiempo, en su ensayo Lo que está mal en el mundo (1910), Gilbert K. Chesterton atendía al miedo colectivo al pasado. Según el autor, es más fácil escribir la biografía de un bisnieto que engarzar las memorias de los bisabuelos. El culto al futuro aparece, más que vanguardista, como un acto cobarde, propiciando una natural tolerancia a la belicosidad, a la admiración por equipos militares novedosos. Se esquiva al pasado –dice Chesterton- porque no se quieren observar; se omite el análisis de las “ruinas colosales” que “son para el moderno solo enormes monstruosidades”.
Pero ¿no es hora de mirar reflexivamente para atrás? ¿no es momento de encontrar en aquellos “espléndidos fracasos” las causas de los actuales tropiezos?
Desde esta perspectiva, los conflictos que enfrentamos, imposibles de abordar en un puñado de palabras y en cuyos extremos habrá siempre personas que deciden (como víctimas que sufren), no son solo consecuencias de ciclos políticos puntuales, de resultados económicos específicos, de circunstancias determinadas por la geografía o la naturaleza, sino reflejo de tensiones atávicas, que, sin comprenderse, no retroceden.