Durante meses, un presidente en funciones con inclinaciones autoritarias puso en duda la democracia en Brasil. Sus simpatizantes protagonizaron una violenta marcha sobre la capital para negar su derrota electoral por un estrecho margen. Pero las instituciones de la democracia fueron más fuertes que los ataques y el día de la investidura, el legítimo vencedor asumió el cargo en una ceremonia pacífica.
Los paralelismos entre las últimas elecciones presidenciales en EEUU y Brasil son sorprendentes. Jair Bolsonaro apoyaba a Donald Trump y este, a su vez, apoyó a Bolsonaro en la campaña. Aunque Biden no fue tan lejos y no apoyó a nadie, no tardó en reconocer la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva, desoyendo las denuncias de fraude electoral proferidas por su rival. “EEUUE ha vuelto”, dijo Biden en vísperas de su propia investidura en 2021.
“Brasil ha vuelto”, dijo Lula dos años después. ¿Qué significa para Biden y para Lula que sus países hayan “vuelto”? Joe Biden lo tiene claro: un regreso a una campaña global para “defender la democracia en todo el mundo” y unir a los países del “mundo libre” frente a rivales como Rusia y como China. Pero la visión de Lula de un orden global “basado en el diálogo, el multilateralismo y la multipolaridad” va en contra de estas divisiones y sus llamadas a la confrontación.
“Tendremos relaciones con todos”, dijo Lula. Por “diálogo” entiende pasar de una política exterior que trate de aislar a los adversarios a otra que busque soluciones diplomáticas. Mientras que Bolsonaro se unió a EEUU en el rechazo a reconocer a Nicolás Maduro, Lula intentará ahora tener relación con su gobierno; al tiempo que apoya a la Asamblea General de la ONU en su votación de condena del bloqueo de EEUU contra Cuba.
La resistencia de Lula a estas medidas unilaterales coercitivas define lo que significa el multilateralismo para él. Desde el principio de su primer mandato presidencial trató de reforzar el papel de organismos multilaterales para resolver los desafíos mundiales. En ocasiones, eso ha significado enfrentarse al Gobierno de EEUU, como cuando en 2003 rechazó la invasión de Irak. Pero su compromiso con el multilateralismo va más allá de una mera preferencia por el consenso: abogó entonces, como volverá a hacer ahora, por una reforma fundamental en el sistema multilateral que refleje la distribución actual de poder en el mundo. Es posible que Washington celebre el fin del aislacionismo de Bolsonaro en temas como la lucha contra el cambio climático, pero la clave sigue siendo cómo responderá al intento de Lula de darle protagonismo al llamado “Sur Global” cuando la Administración Biden ha prometido mantener a EEUU en la “cabecera de la mesa”.
Lo que define la visión de multipolaridad de Lula es esta ambición de construir nuevos bloques para reequilibrar el orden mundial. Un proceso de reequilibrio que comienza en el hemisferio occidental. Durante mucho tiempo Lula trató de unir a los vecinos de Brasil en un bloque común que tuviera autonomía de EEUU; Bolsonaro se marchó de mala manera de estos organismos regionales. Pero Lula tiene ahora gobiernos afines en Colombia, Argentina, Bolivia y Chile, y buscará integrar las políticas regionales de sanidad, defensa, infraestructura y medio ambiente para construir un nuevo polo en lo que Biden llamó “el patio delantero de Estados Unidos”.
El compromiso de Lula con otro bloque es lo que supone un mayor riesgo de colisión con EEUU: Desde el principio de su presidencia, Biden ha hablado de un conflicto de civilizaciones creciente entre democracia” y autocracias (Rusia y China); sin embargo, Lula presidió en 2008 la creación de un nuevo bloque global que rompía con esta división de civilizaciones uniendo a Brasil con Rusia, India, China y Sudáfrica (Brics).
De nuevo en la presidencia, ya ha dicho que apoyará las propuestas de ampliación del bloque y el desarrollo de un nuevo sistema de pagos Brics que facilite el comercio entre sus miembros sin el uso de dólares. EEUU tiene un funesto historial de intervenciones en los países que consideraba demasiado cercanos a sus rivales y Brasil no es ninguna excepción.
Ya en 1964, y para evitar que Brasil se convirtiera en “la China de los años 60”, Washington ayudó al golpe militar contra João Goulart; no han pedido disculpas, y respaldaron el encarcelamiento de Lula durante 580 días, en el que se considera ampliamente como el golpe judicial de 2016. Ahora Biden tiene la oportunidad de escribir un nuevo capítulo de las relaciones entre EEUU y Brasil, que se base en el respeto mutuo. Ni Lula ni sus aliados se identifican con su concepto de “mundo libre”, o con la idea de que EEUU lleve el timón, porque creen que hay un mundo multipolar en formación y que su responsabilidad es desempeñar un papel positivo en él con una política exterior activa, independiente y firme.