Cuando el físico-matemático-filósofo-espía-criptógrafo-informático-maratonista olímpico Alan Mathison Turing decidió suicidarse, mientras era sometido a aberrantes terapias que pretendían “curarle” su homosexualidad, había acuñado el siguiente silogismo: “Turing cree que las máquinas piensan. Turing se acuesta con hombres. Por lo tanto, las máquinas no piensan”.
Para ese entonces, sus contribuciones a la ciencia -también proyectadas a la biología, la lógica o la química- eran ilimitadas, como su confianza en el desarrollo de la inteligencia artificial o la cinta de la máquina computacional que vislumbró en 1936.
Turing fue un héroe de la segunda Guerra Mundial. Profesor a los 23, doctor un par de años después, fue reclutado para interpretar al invencible criptógrafo con el que Alemania se comunicaba. En sólo tres meses obtuvo resultados y su aporte fue crucial hasta el fin de la contienda. Fue condecorado secretamente, e injustamente execrado en 1952, cuando admitió su homosexualidad. Sus presuntos “delitos” recién fueron indultados por la reina Isabel… en 2013.
Como un eficiente sistema de informática legal llamado “Irnerio”, que recuerda al iniciador de la Escuela de Bologna (primera universidad del mundo) o como el mentado robot quirúrgico Da Vinci que homenajea al inigualable Leonardo, alguien pensó en Alan Turing para nombrar a un software de gestión de datos aplicado a actas de escrutinio electoral. Casi como tributo al inglés (nacido un 23 de junio) el sistema debutaría en las elecciones provinciales cordobesas del 25 de ese mes. Diversas gacetillas anticiparon loas sobre las virtudes de la herramienta, capaz de leer las actas, procesarlas y enviarlas al centro de cómputos sin mayor dificultad: tan simple y efectivo como enviar un e-mail. Era el “modelo Córdoba” haciendo historia una vez más, con su boleta única, su orden electoral administrado por el Poder Judicial, consolidando su calidad institucional.
Tantas virtudes autopercibidas para mirar por encima del hombro a quien se nos cruce por delante. Alimentada por los grupos de Whatsapp que piden sumarse a la enésima encuesta favorable, los épicos relatos testimoniados por Instagram, los hurras de la prensa dócil, los aplausos a rabiar de tantos funcionarios y funcionarias o los mansos militantes que, al ser enfocados, levantan su banderita argentina o cordobesa. Un mundo perfecto. Como le gusta a “Juan y la Ale”.
Cable a tierra
Pero “las cosas son así”, diría el gran Fito Páez, y apareció el “freak” dispuesto a volar la cabeza del “modelo Córdoba”. El software infalible comprado en un combo de 2.200 millones de pesos, fracasó. Las “inducciones”, las “validaciones”, las “incidencias” o los “planes de contingencia”, palabrejas tan comunes en el argot de los chantócratas, fueron reiteradamente pronunciadas. Todo salió mal.
Se “capacitó” a personas que el día de la elección no aparecieron; se concibió un esquema de funcionamiento que no tuvo en cuenta el pequeño detalle de Internet, que en cientos de escuelas no soportó el tráfico de datos que el “Turing” requería. La ausencia de la habitual cadena de referencias entre tercerizados y contratante generó una crisis de organización, y por largas horas nadie supo quién era responsable: ¿el Poder Judicial o la empresa contratada? En tanto, el gobierno era puro desconcierto; y la oposición, inicialmente al frente en el lentísimo escrutinio provisorio, no desaprovechó la oportunidad para atacar.
El Tribunal Electoral continuó por muchas horas ensimismado en aquel planeta ficcional del cual la Córdoba ejemplar es una de sus capitales. Sin que se le moviera un pelo del jopito entrecano, en pleno desastre, su vocal, Leonardo González Zamar, hablaba de transparencia garantizada y de satisfacción por el uso de “Turing”.
En la madrugada del lunes, mientras Juez arremetía, mezclando al Tribunal Electoral con el gobierno, Llaryora decidió ratificar el triunfo. Lo hizo solo. Dicen que Schiaretti no quiso acompañarlo.
Parece poco probable que el gran Alan Turing haya elegido a esta pequeña y lejana provincia mediterránea para ejercitar su venganza, por tanta injusticia padecida en vida. Pero, en su nombre, se exacerbó otra vez esta pedantería cordobesa que parece invulnerable, pues no hay fracaso que la dome.
El “mal de Turing” afecta a una Justicia extraviada, que reclama humanización, modestia, empatía, para encontrar -sin altanería- el rumbo que la Constitución le marca; a políticos encerrados, incapaces de anticipar que votaría muy poca gente y de que era necesario volver a seducir al público sobre la base de propuestas distintivas; a un electorado descreído, sin ganas de elegir, dada la promiscuidad ideológica que ha vaciado de contenido a los partidos; a un oficialismo ensoberbecido y lacerado por sus internas, que deberá aprender a gestionar con una Legislatura en contra (y probablemente el Tribunal de Cuentas también); a una oposición que ni siquiera con el alto grado de respaldo otorgado por el voto popular puede vencer a sus fantasmas (Juez volvió a sus denuncias flamígeras, sin pruebas), y la presencia de referencias nacionales, tuvieron más que ver con las próximas y encarnizadas PASO que con la elección provincial; a un sistema electoral que requiere ajustes (hace tiempo que la opción “lista completa” de la Boleta Única debió ser revisada; a los chantócratas para los que se prometen “investigaciones administrativas”, como si alguna vez éstas hubieran logrado cambiar la historia de un escándalo.
En tanto, está pendiente la batalla por la Capital, donde sigue siendo una incógnita cómo jugarán oficialistas u opositores, y donde, claro, ya no se utilizará el fracasado “Turing”. Lo que no significa, lamentablemente, que el temible síndrome deje de hacer estragos. Los actores seguirán siendo los mismos y no se conoce que hayan tomado antídoto alguno. Recordando el angustiante silogismo del Turing de carne y hueso, volvemos a nuestro Fito: “si estás como cegado de poder/ tirate un cable a tierra”.