Por John Bazemore
Andan estos días preocupados en algunos pueblos del norte de Kentucky, en Estados Unidos. Decenas de octavillas firmadas por los Caballeros Blancos de la Trinidad del Ku Klux Klan, la sección local de la organización supremacista blanca, aparecieron diseminadas en las calles de varias localidades del estado el pasado 20 de enero mientras Trump era investido presidente. Los panfletos invocaban la “buena nueva” anunciada por el gobernante respecto a los extranjeros indocumentados: “Deportación masiva”, junto a un dibujo del tío Sam a varios miembros de una familia de inmigrantes. Bajo el dibujo, dos palabras, “leave now” (vete ahora) y una invitación a los vecinos a un ejercicio de delación colectiva: “Necesitamos tu ayuda: vigila y rastrea a todos los inmigrantes. Denúncialos a todos”.
“Estamos al tanto y ya hemos denunciado esta propaganda perturbadora y repugnante del KKK que está circulando en nuestra comunidad”, escribió la policía de Ludlow, una de las localidades afectadas, en su perfil de Facebook”. El alcalde de Fort Knight pedía a través de X la colaboración ciudadana para detener a los autores de los pasquines. El regidor de Crescent Spring anunció que sus investigadores ya estaban “en contacto con miembros de la Seguridad Nacional y del FBI.”
Los comentarios no tardaron en llegar. “Investigando la libertad de expresión, ¿eh? Kentucky solía ser un estado respetable, pero ahora es un grupo de demócratas homosexuales” sostenía @cfteen. “Repartir octavillas no es un delito”, “¿Son ilegales los pasquines?”. “No entiendo por qué se investigaría esto. Parece un discurso perfectamente legal, afirma @baxondaxonbax. “¿Qué hay que investigar? Esto es libertad de expresión”, replica @PaulZimmy». “¿Investigando? No hay nada de malo en decirles a estos cabrones que se vayan de nuestro país.”, añade @jappleseethe. “¿Primera enmienda???”, se indigna el usuario @natehiggs177. “No veo cuál es el problema. ¿No acaba de firmar Trump una orden ejecutiva sobre la libertad de expresión?”, indica @FreedomFundWin.
Que un notable número de ciudadanos defienda la difusión de un pasquín del Ku Klux Klan con referencias de odio y una incitación a la delación entre vecinos muestra hasta qué punto la invocación perpetua y libertaria de la libertad de expresión se ha consolidado como la mejor arma de poder para las esferas ultraconservadoras. La convivencia entre la interpretación amplia de la primera enmienda estadounidense y las redes sociales, una realidad que no existía cuando la ley fue formulada, ha dado paso a una estructura de poder nueva. Con la ley en la mano, Elon Musk ha hecho de X una maquinaria de difusión global de desinformación en nombre de su “absolutista” libertad de expresión. La coartada de la libertad de expresión lo sostiene todo.
No solo Musk. El patrón de Meta, Mark Zuckerberg, acaba de unirse con sus redes a la cruzada por la “ultralibertad”. La eliminación del programa de verificación acercará a Facebook e Instagram a la actual configuración de X como contenedor de una mescolanza de información y desinformación en la que los ciudadanos se sentirán aún más confundidos.
Los algoritmos de las redes sociales son, recordemos, un instrumento de manipulación de masas necesitados de una materia prima, y la invocación permanente a la libertad de expresión es ahora un instrumento óptimo de movilización ultra. En su nombre se legitima la difusión de la mentira y se elimina toda barrera ética y moral. Detrás del free speech a la manera de Musk se esconde una batalla geopolítica que está llegando a las puertas de Europa.