“Miguel se volvió loco/ mas culpa de él no fue./ De chico le contaron/ que a todos debía querer./ ¡Y el pobre flaco lo creyó!/ Y la piel sólo le dejaron…” En un simple que cumple 50 años, editado a un año de su placa debut (Cristo Rock, 1972) y en pleno auge del sonido acústico, Raúl Porchetto construía acordes desenchufados para contar la historia de un personaje enredado en sus propias expectativas.
Cinco décadas después, pareciera repetirse la historia, aunque los ritmos son otros. Los cizañeros recordarán que a Miguel Siciliano le encanta el cuarteto: se la pasó entregando reconocimientos institucionales a cuanta estrella del tunga-tunga tuvo adelante. Y claro, todos memoran una foto gloriosa, antesala del famoso recital que no fue. Aquella que muestra un abrazo en cadena, entre personajes de fuste, tras aceptar Siciliano la magnánima oferta que Ulises Bueno realizara para celebrar su cumpleaños con todos los vecinos que lo vieron crecer, por la módica suma de 45 millones de pesos a cargo del municipio, poco más de 189.000 dólares al blue de entonces.
Pero recuerdos aparte, varios lo están viendo raro a Miguel. Entusiasmado como el que más con su candidatura a intendente capitalino, sobre la que se le viene escuchando desde que, en el llano, predicaba propuestas utilizando como plataforma a la fundación Pensando Córdoba, parece haber redoblado la apuesta al conocerse la voluntad llaryorista de ungir para dicha responsabilidad a Daniel Passerini.
Hagamos un repaso: Siciliano había retornado al PJ desde el olguismo (la doctora Riutort es su suegra), promediando el segundo mandato de Juan Schiaretti; ejerció la secretaría de Asuntos Institucionales del ministerio de Gobierno provincial, entonces conducido por Carlos Massei. Se trató de una apuesta muy personal del veterano dirigente del departamento Marcos Juárez, quien vio potencial en Siciliano, resistiendo el asedio del PJ capitalino (particularmente de su lideresa principal, Alejandra Vigo). Miguel aprovechó el espacio, se puso a punto y continuó bregando por su candidatura, hasta que, a fines de 2019, la declinó ruidosamente para sumarse con efusividad, a la campaña de Martín Llaryora.
Se dice que la relación entre el intendente y su secretario de Gobierno siempre fue fluida y afectuosa. Aunque alrededor de ambos se escuchan susurros. Los adláteres del hoy candidato a gobernador señalan el disgusto del jefe por deslices diversos adjudicados al longilíneo secretario (en el armado de equipos, en la toma de decisiones cotidianas, en las fricciones con otros miembros del gabinete), y cuestionan incómodos comentarios adjudicados a Siciliano, reivindicando presuntos aportes (en votos) al triunfo de Martín de 2019, como también sus menciones autorreferenciales respecto a providenciales consejos o gestiones que habrían evitado a Llaryora yerros, despistes o chiqueros varios.
En tanto, los miguelistas de diversas horas defienden a su referente a capa y espada (ratificando en su relato aquella centralidad autopercibida, tan criticada por los amigos de Martín). Indican, además, que la candidatura fue oportunamente bendecida por el titular del Palacio 6 de Julio (si ahora se arrepintió, o lo hicieron arrepentirse, es otra historia, aseguran). Ponderan la franca lealtad del secretario de Gobierno para con su jefe, particularmente cuando la relación con Passerini pasaba por momentos oscuros, y señalan que es uno de los pocos que mide en serio en la ciudad, sin nada que envidiar a otros “players”, incluso a los entronizados.
La sangre no llega al río
La única verdad es la realidad, diría el General, y desde el reciente acto organizado por el peronismo capitalino en Unión Eléctrica, en que se explicitó el apoyo del intendente Llaryora a Daniel Passerini como candidato a sucederlo, el grueso de los funcionarios, asesores y cuadros militantes del justicialismo local se arrimó (o quiere arrimarse) al actual viceintendente. Lejos de achicarse, Siciliano ratificó su voluntad, organizando actos y hablando con la prensa sin sacarse el traje de candidato. Y gran parte de su nutrido elenco continúan en la misma tesitura.
Miguel llegó a “la Muni” con unas cuantas ideas, gran convicción, y fue sumando gente a su equipo. Su rol de enlace lo llevó a vincularse con el grueso de reparticiones, contando con “cabeceras de playa” y “topos” a mansalva. Quienes han desempeñado funciones similares explican que, sin el armado de esa red, se hace imposible cumplir con la función de coordinador. Amigos (y no tanto) coinciden en que Llaryora, en cualquier caso, lo autorizó. ¿Cómo mantener semejante batallón, si la orden es bajar la candidatura o trocarla por un destino legislativo, donde apenas podrá salvar a unos pocos integrantes de la tropa?
Otros señalan que en el empecinamiento migueliano no hay locura sino un cerebral operativo destinado a obtener un premio importante: la viceintendencia. Un plazo fijo para lograr el sueño de siempre, dentro de cuatro años, cuando Passerini deba buscar otro horizonte, sin reelección posible en la ciudad. Como alternativa, la posibilidad de participar en una campaña importante y, luego, un gran espacio en la provincia. O, inclusive, mantener lo que tiene hoy en la ciudad, todo sumando al mismo objetivo en 2027.
¿Testarudo o coherente? Las próximas horas lo confirmarán. Después de todo, como cantaba el querido Porchetto hace medio siglo: “Y hoy se pasa los días/ en frente de un espejo/ con la mano extendida/ diciendo: Acá tenés./ Loco, loco Miguel,/ el único cuerdo sos vos”.