Lo que hasta hace poco parecía ser una utopía, finalmente se ha convertido en abrumadora realidad: Javier Milei es el nuevo presidente argentino.
La historia determinará si el “grito de libertad” fue motivado por la bronca, la angustia o la decepción. Pero no es necesario esperar ese veredicto para saber que la libertad fue uno de los modos posibles de la esperanza.
Aunque toda comparación puede esconder un error, puede afirmarse —en modo hiperbólico— que mientras en aquel mítico Mayo Francés los jóvenes clamaban por otorgarle poder a la imaginación, por estas pampas nuestros jóvenes han optado por el camino de la libertad. Sorprendentemente, los adultos han marchado junto a ellos en esta elección.
Ya lo sabemos: muchos fenómenos son pluricausales. Pero la necesidad de comprensión obliga a simplificar. Digamos entonces que el triunfo del presidente electo se apoya en algunas razones concurrentes:
Milei legitimó el valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del “clóset” de lo políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o de derecha (por ejemplo, el escuchado “Si, soy liberal y de derecha, ¡¿y qué?!”).
En un bosquejo de narrativa propia, alguna vez Milei refirió que hubo un profesor de Economía que enseñaba su ciencia de modo rutinario. Hasta que leyó a unos autores (Ludwid von Mises; Friedrich Hayek; Murray Rothbard; y Milton Friedman) que lo hicieron tomar consciencia de que había estado equivocado, en una especie de “sueño dogmático” (al estilo de Immanuel Kant con David Hume). Entonces, le ocurrió lo que a tantos líderes históricos: una profunda vocación de propósito. Una clara misión de transmitir ese nuevo testamento económico. Las puertas de la libertad “se le abrieron de par en par”, lo cual lo condujo a una amalgama sinérgica entre liberalismo, libertarismo, anarcocapitalismo y minarquismo.
Como una especie de Voltaire contemporáneo, en su pasional narrativa Javier Milei se presentaba como alguien dispuesto a “libertar a la Argentina de la superstición del populismo y del culto al Estado”, para instaurar “el reino de la libertad”, capaz de sacarla de la decadencia de tantos años, para retrotraerla al momento liberal en que el país fue “primera potencia mundial”. O a la consumación del sueño preclaro del prócer liberal Juan Bautista Alberdi.
Es probable que el electo presidente se sienta orgulloso de uno de sus grandes logros culturales: haber legitimado a un liberalismo que se avergonzada de su condición porque había sido etiquetado con el epíteto descalificador de “derecha neoliberal”. Porque “lo cool” era ser “progre”; y porque ser “progre” equivalía a ser moderno, “open mind” y buena persona. En cambio, ser de derecha connotaba ser arcaico y malvado; un troglodita; un individuo egoísta, discriminador e insensible. Entonces, muchos que se auto percibían liberales o de derecha se ocultaban, para no padecer el oprobio de aparecer como malas personas o, simplemente, como un conjunto de tontos a quienes una cofradía de malvados les habría lavado el cerebro.
El “peluca Milei” le devolvió entonces el orgullo a quienes se sentían liberales. O de derecha. Aunque más no fuera porque se sentían pertenecientes a una clase media cuyo “pecado aspiracional egoísta” parecía consistir en “desear ser propietarios antes que proletarios” (Adelina D´Alessio de Viola dixit). O simplemente porque eran comerciantes y querían ser empresarios. O, porque, como decía un personaje de la célebre película española “Solos en la madrugada”, “Nueve de cada diez personas que Usted admira son de derecha”
Desde otra perspectiva, el impacto de Milei adquiere una dimensión casi existencial. Como si fuera un gurú de la autoayuda, posiblemente sin pretenderlo, el presidente electo instó a aquellos dispuestos a escucharlo a liberarse de las ataduras impuestas por la obligación de ser progresista, o, para decirlo sin rodeos, de una suerte de “progredictadura”.
Esa entelequia opresiva que pretende prescribir hasta cómo se debe hablar (por ejemplo, el lenguaje inclusivo); qué dogmas deben seguirse (“las 20 verdades peronistas”, o “las 45 verdades del Estado que nos protege”); qué contenidos deben consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas; etc.
O que revela, para pulverizarlo, el listado de los mandamientos opresores de la libertad: “la patria es el otro”; “debes ser solidario”; “no debes ser exitoso”; “no debes perseguir tu mérito”; “no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar dinero”; etc.
También, que advierte sobre la aberración socialista que prescribe que “donde hay una necesidad hay un derecho”, desconociendo que las necesidades son infinitas, pero los recursos escasos.
Como contrapartida, la narrativa de Milei parecía, implícitamente, ofrecer algo análogo a una “tabla de libertamientos”. Por ejemplo: “Busca el reino de la libertad, y todo los demás llegará por añadidura”; “intenta ser propietario, antes que proletario”; “no es pecado ser exitoso”; “ganar dinero brindando servicios al prójimo no es sólo bueno para uno, sino para la sociedad”; “nunca debe sucumbirse a las trampas del ´zurdaje´ esclavizante”; “no dejes que la casta robe el fruto de tu trabajo exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios”; etc.
Así, se llegó a la “pueblada de la libertad”. Mañana presentaré el discurso “anticasta” y la “mileimanía”.