En muchas elecciones argentinas la muerte fue significante. En 1983, hace 40 años, pesaban vacíos como los dejados por Perón (muerto hacía 9 años), o Balbín (fallecido 2 años antes), pero había esperanzas. La Argentina había cambiado en ese bienio. De la postergación indefinida de elecciones anunciada por el dictador Viola, pasando por la feroz interna de la Junta Militar, el nacimiento de la Multipartidaria, la presión por los miles de desaparecidos que ya no admitían ocultamiento, las primeras protestas masivas, hasta la guerra de Malvinas -y más muertes incomprensibles-, el desplome de los dictadores y el inicio de una cuenta regresiva donde la “renovación y cambio” de Alfonsín ilusionó.
A don Raúl no le alcanzó y los problemas de siempre ensombrecieron el cielo antes de tiempo. Sucedió el decenio menemista, terminado cuando en la Argentina se cocinaba otro estallido profundo, también signado por muertes inexplicadas: las de los atentados terroristas en la Embajada de Israel (1992, 22 muertos), de la Amia (1994, 85 víctimas), el asesinato de Carlos Menem -h- (1995) o el de José Luis Cabezas (1997), entre muchos otros. De la Rúa era la opción en una oposición que, supuestamente, traería “más República”. Pero dos años bastaron para hundir definitivamente al país en la fragmentación. El “voto bronca” en 2001, el colapso político y otra vez la muerte: 39 víctimas de la represión mientras don Fernando escapaba de la Casa Rosada en su helicóptero.
Tras la crisis de diciembre de 2001, un interregno (el de Duhalde) surgido de lo que algunos llamaron “golpe institucional” y otros “salida constitucional”. Dos militantes asesinados por la policía en una marcha, sellaron la obsolescencia de aquella camada dirigencial. Surgieron el kirchnerismo y el macrismo, que ganarían la centralidad por las siguientes dos décadas montados en coaliciones con base -respectivamente-, en la Provincia y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (donde la tragedia de Cromañon de 2004 -194 decesos- demolió al gobierno de Aníbal Ibarra, abriendo camino al PRO).
La muerte de Néstor (2010) dejó una ola que, tras empujar a Cristina a su reelección y su punto más alto como líder, empezó a decaer muy rápido. Y otra vez la muerte: el accidente ferroviario de Once (2012, más de 50 muertos), un durísimo golpe a la clase trabajadora que expuso graves contradicciones en la gestión de servicios públicos. La muerte del fiscal Nisman en 2015, a horas de testificar en la Cámara de Diputados de la Nación por su investigación de lo ocurrido en Amia, hizo el resto.
El macrismo triunfó, aprovechando las tres vueltas electorales que ofrece la legislación argentina. En las Paso, Macri consolidó su liderazgo interno, mostrando que podría descontar la diferencia que lo separaba de Scioli. En dos pasos logró el objetivo, venciendo por dos puntos. Su gobierno fue un fracaso. Incumplió sus promesas y se agravaron todos los indicadores (en particular los de inflación y endeudamiento). La violencia institucional, el gatillo fácil, se llevó un muerto cada 19 horas según estadísticas fiables. El hundimiento del ARA San Juan (2017, 44 víctimas), el posterior espionaje de sus familiares, mostraron la peor cara de aquellos cuatro años de retroceso constante.
Fue una oportunidad para el kirchnerismo, que en el marco de un reencuentro entre Cristina y algunos “hijos pródigos” pudo captar desencantados, que confiaron en el “volvemos mejores”. Concretaron un gobierno olvidable, de peleas constantes entre la poderosa vicepresidenta y el inquilino de la Casa Rosada, sin solucionar ninguno de los problemas que dejó Macri, incluso agravándolos. Y otra vez: los muertos, más de 130.000 por la pandemia, pero también asesinatos de gravísima significancia política como el perpetrado contra Cecilia Strzyzowski en Chaco, hasta la seguidilla que determinó un cierre de campaña obligadamente distinto: Morena Domínguez (11 años, ultimada camino a la escuela, en Lanús), Juan Carlos Cruz (el médico asesinado en la puerta de su casa, en Morón) forzaron a los políticos a no ignorar a realidad por unas horas.
¿Sorpresas?
Las caras de asombro de los comentaristas de la realidad, mientras apuramos estas líneas, lo dicen todo. Milei es un fenómeno pasajero, decían muchos. No logró anclaje en las Provincias, señalaron otros. Está montado sobre una farsa, coincidían. Y su mamá, su hermana, sus perros, las denuncias de venta de candidaturas…
Mientras tanto, la política en pleno -y la parafernalia mediática que interactúa con ella- siguió inmersa en el autismo. “Quien gana la interna de Juntos por el Cambio, alcanza la Presidencia” decían eufóricos los cambiemistas. “Podemos quedarnos en la Rosada si dejamos de pelearnos”, afirmaba -sin autocrítica- el kirchnerismo. “Juan es el único que puede mostrar gestión en la avenida del medio”, decían -encerrados en el Panal- los schiarettistas. En tanto, Cristina advertía sobre un escenario de tercios y tomaba distancia, mientras Macri apostaba por Bullrich -relojeando a Milei-, y éste recorría distrito por distrito. Nadie puede facturarle nada al promocionado “León.
Sin cuarteles de por medio, la crisis del 2001 se conjuró por acuerdos políticos. El contrato duró 20 años. Era palpable hoy, con tanta distancia entre representantes y representados, otra disrupción. Volvemos a muertes imperceptibles para la “rosca”: en Argentina se suicida una persona cada tres horas, tasa triplicada en democracia, segunda causa de muerte entre los jóvenes: esos que optaron masivamente por Milei en muchas ciudades argentinas, mientras Patricia se impuso categóricamente a Horacio (papelón) y Massa protagoniza la peor elección del peronismo en su historia.
Con los resultados de ayer, habrá segunda vuelta, probablemente entre los candidatos que expusieron propuestas más radicales. Pero cuidado: las sintonías pueden cambiar.
La ciudadanía advirtió que está dispuesta a arriesgarse. Usó la alternativa correcta, la Paso. Plasmó un “voto que protesta contra la actual situación de país”, como analizó Schiaretti, que al cierre de esta edición lograba su objetivo de seguir en carrera y vencer localmente a la dos coaliciones nacionales.
Consuelo acotado para el proyecto cordobesista, que como el resto de la política convencional, no vio venir al único que no tiene muertes por explicar.