Monarquías: presente y futuro (segunda parte)

Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito

Monarquías: presente y futuro (segunda parte)

Diez monarquías constitucionales o parlamentarias y dos “sui géneris” son europeas. Los parámetros republicanos de transparencia gradualmente van exigiendo que los tratos dispensados por los monarcas a su personal, el límite entre asignaciones personales e institucionales deben ir saliendo de la opacidad. No ocurre con las cuentas de Liechtenstein o Mónaco, ambas monarquías constitucionales, pero poco limitadas y muy dependientes de los intereses de sus poderosos vecinos cercanos o limítrofes (en ambos principados se encuentran las dos fortunas reales más importantes).

Hay problemas aún en el Reino Unido, donde los patrimonios reales siguen siendo motivo de controversia, como quedó acreditado tras el involucramiento del príncipe Andrés -finalmente excluido de la familia real- en casos de abuso sexual y la mediática renuncia del príncipe Harry a ser parte de aquella. En Luxemburgo, el informe Waringo decidido por el primer ministro sacó a la luz excesos de la duquesa María Teresa.

Lo mismo en Mónaco, donde la excusa de cuestionar los festejos de Alberto en el Oktoberfest sin cubrebocas en plena restricción por el Covid-19, abrió las compuertas de una generalizada indignación popular para con el monarca, que recibe la contribución por ciudadano más costosa de Europa, 1219,20 euros, contra 0,17 de España. El rey debió reducir el presupuesto de la casa real, su salario y hasta dar explicaciones por temas personalísimos, entre ellos su realidad matrimonial.

En España, el prestigioso Juan Carlos I, debió abdicar en favor de su hijo Felipe e irse de la península por escándalos sexuales y financieros, sin acallar los problemas: la infanta Carlota -virtualmente exilada- y su esposo Iñaki Undangarín -detenido-, quedaron envueltos en un gigantesco desfalco conocido como caso “Noos”. Sin el carisma de su padre ni potencialidad para acreditar logros propios, acarreando los graves conflictos que han desprestigiado la institución monárquica, presionado ideológica, territorial y generacionalmente, Felipe de Borbón parece haber iniciado el camino del fin de un ciclo en su país, que podrá determinar la continuidad monárquica (dado el peso de las tradiciones castellano-aragonesas sobre el resto del estado plurinacional en este campo) pero más limitada, o hacia su abolición.

En la Bélgica plurirregional otro Felipe debió asumir antes de tiempo, cuando su padre Alberto II -de predicamento para arbitrar entre valones y flamencos- abdicó en medio de escándalos diversos -que no se detuvieron con recortes al exorbitante presupuesto real-, incluida una demanda de filiación que sumó además del escándalo, otra heredera.

Holanda, particularmente tras el cuestionado aumento de ingresos para la familia real en 2020 (que quintuplicó la media de incremental salarial de los neerlandeses) y las vacaciones en Grecia en plena pandemia, viene registrando complicaciones entre la corona, el poder político y los ciudadanos. El apoyo de éstos a la casa Orange cayó del 76% al 47% en menos de un año, y sólo un 23% se siente apoyado por los reyes.

Las coronas escandinavas se enfrentan a un necesario de recambio generacional: tormentas por alquileres no declarados de residencias reservadas al uso oficial y complejas relaciones familiares en Noruega sin un sucesor a la altura de Harald; necesidad de transparencia en operaciones patrimoniales de los herederos al trono en Dinamarca, por alquileres y otras operaciones inmobiliarias sin informar; exigencia de ajustar gastos en una familia grande, en Suecia.

Otros perfiles, similares incógnitas

Entre las monarquías que contemporáneamente se consideran absolutistas, algunas tienen intereses económicos comunes con Occidente, como Arabia Saudí. El Corán es su ley fundamental, los partidos políticos y sindicatos están prohibidos, no hay poder legislativo ni judicial en sentido estricto. Entre muchos excesos, sigue siendo crítico el asesinato del periodista opositor Jamal Khashoggi, en el consulado saudí en Estambul, en 2018.

Otros países absolutistas han migrado a formas constitucionales como Bután o Baréin, en el marco de la primavera árabe de inicios de la década pasada, donde tuvieron lugar intensas manifestaciones de hasta 100.000 participantes con dramática represión, y debieron realizarse esfuerzos de entendimiento entre la corona y las fuerzas opositoras. En el mismo tiempo histórico, la corona marroquí también realizó reformas, tras la organización de colectivos opositores y protestas públicas.

En Jordania -que disputa con Israel su rol de enlace con Occidente en la región-, tuvo lugar un intento sedicioso encabezado por el ex príncipe heredero Hamza (nombrado sucesor del actual rey Abdalla II por el padre de ambos, Husein, pero luego revocado su título por aquel). Una veintena de arrestos arrojó posteriormente el respaldo de Abdalla II por Occidente y los cuestionamientos al príncipe Mohammed bin Salman de Arabia Saudita.

Sin embargo, en momentos de crisis, la figura monárquica fue el emblema de naciones enteras. El caso de Isabel II en Inglaterra -muy valorada, incluso por británicos republicanos- y de Juan Carlos I en España, donde de algún modo la controvertida dictadura de Franco que ungió al rey para comandar la transición se emparenta con la de Cromwell; pero para conjurar un efecto contrario a la institución monárquica, el republicanismo socialista, y no su profundización absolutista (como en Inglaterra). O el reconocimiento de Margarita II en Dinamarca -su familia reina desde hace más de 1000 años-. Los países escandinavos (sumamos a Suecia y a Noruega, con diseños similares) se llevan bien con la monarquía, limitada a funciones institucionales, aún pese a los nubarrones ya señalados.

En suma, la monarquía ha cambiado con el tiempo, se ha limitado en calidad y cantidad y allí radica quizá esta etapa de su vida como institución, jalonada por sus desencuentros con las rígidas reglas constitucionales más hechas a la medida del estado republicano.

Sobreviven diferentes versiones, todas aquejadas por el paso de los años. Renacen las críticas y propuestas ya desarrolladas por los clásicos, potenciadas por la mirada de contemporáneos. Pero eludiremos estas miradas exquisitas y concluiremos apelando al periodista español especializado en monarquía y asuntos del corazón Jaime Peñafiel, quien recuerda que al ser depuesto el rey egipcio Faruk I (abdicó en 1952 y se exiló un año después), mudado a su nueva residencia en la costa azul francesa, le preguntaron si lamentaba la pérdida del trono, respondiendo: “No, porque dentro de unos años sólo quedarán cinco reyes: los cuatro de la baraja y la Reina de Inglaterra”.

Quizá más aplicable su predicción a Europa que al resto del mundo, se trata de un tema inacabado, que habrá que seguir analizando con detalle.

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