La frescura y calidez eran su principal carta de presentación. Nico Fassi nos marcó a fuego a quienes tuvimos el privilegio de compartir instantes de un camino que recorrió con plenitud e integridad. Como bien señala Martín Iparraguirre, otro gran amigo y colega, se trataba también de “un periodista cabal, que llevaba el oficio en la sangre, y cuyo compromiso no conocía fronteras”.
A Nico lo conocí a comienzos de los años 2000 cuando ingresé a la redacción del diario Hoy Día Córdoba. Por aquel entonces, ambos éramos pasantes y cobrábamos la mitad de nuestros ingresos en bonos Lecor. Nico era algo así como una rueda de auxilio para lo que hiciera falta. Si hasta se hacía cargo del precario archivo fotográfico que teníamos a partir de recortes de diarios y revistas que encaraba a diario y de manera artesanal, bajo la mirada atenta de la “vieja guardia”, es decir de los más experimentados.
La juventud de esos años se confabuló para que el vínculo laboral se fuera transformando en una hermosa amistad que compartiríamos en “manada”, junto al mencionado Iparraguirre, Guille Heredia y Patricio Ortega. Juntos, éramos dinamita pura. Salíamos a bares, recitales, boliches, y tantos etcéteras. Nos juntábamos a ver partidos de fútbol, de básquet o lo que fuera surgiendo para pasar el rato.
Una de las tantas picardías que recuerdo del Nico post adolescente consistía en el atrevimiento de comunicarnos bien entrada la noche el “olvido” recurrente de su billetera, lo que derivaba en que tuviéramos que bancarle alguna que otra cervecita. O la facilidad que tenía para “enamorarse” con cuanta mujer le dirigiera la palabra.
Con esa hermosa banda hicimos escuela dentro y fuera del trabajo. Y bajo la conducción de Roberto Propato y Ernesto Ponsati, dos verdaderos próceres del periodismo local, nos fuimos curtiendo en el rubro que tanto amamos. A prueba y error. Sin vergüenza, pero con una enorme pasión.
Tras largos años de dedicarnos a la gráfica, decidimos emprender un nuevo desafío y alquilamos un espacio en una radio de barrio para hacer nuestras primeras armas en esa especialidad. Y fue ahí que, a mi entender, a Nico se le despertó algo especial que lo llevó a encontrar su lugar en el mundo laboral.
Empezó como uno más del montón y con el tiempo –silbando bajito- la fue rompiendo hasta erigirse en una voz con una identidad inconfundible, lúcida, ácida y, por sobre todas las cosas, comprometida con la realidad de los más vulnerables.
Porque si en algo se diferenciaba Nico del promedio de sus colegas era, justamente, en su empeño por solidarizarse con los de abajo: con el laburante, la jubilada, aquellos que la reman todos los días para sobrevivir. Nico tenía la personalidad y hasta el descaro bien entendido de atreverse a preguntarles a los funcionarios de turno acerca de cuestiones incómodas que otros periodistas evitaban por tibieza “natural”, o bajo la amenaza latente de que les recortaran la pauta publicitaria.
Para quienes no lo sepan y aunque no sea tan relevante, Nico también jugaba al fútbol. Inspirado en Talleres, el club de sus amores, despuntaba el vicio entre amigos esquivando lentamente rivales en el mediocampo y a los saltitos, con sus rulos tan característicos al viento. Era un exquisito en la distribución de la pelota. ¿Su debilidad? El arco propio. Cuando le tocaba atajar evitaba poner las manos. Literal. Ante la amenaza de un tiro con potencia de los delanteros rivales, directamente cerraba los ojos. Era un gol en contra cantado. En esos instantes, me recordaba a “Clemente”, el personaje de historieta de Caloi.
Nunca se lo dije en persona pero estoy convencido de que él lo sabía o bien lo intuía. Cuando en estos últimos años leía sus columnas de opinión política como colaborador de múltiples medios, o bien lo escuchaba por la radio, el sentimiento insistente que me atravesaba era de orgullo y admiración. Por su trabajo, que encaraba con lucidez e ironía.
Seguramente, sus abuelos Roberto y María Teresa –otros periodistas de raza- estarían aún más felices que muchos de nosotros al contemplar en lo que se convirtió como ser humano y profesional.
Nico, gracias por permitirme ser parte de tu recorrido. Amor incondicional. Por siempre.