Olga Tello y Miguel Ángel Estrella fallecieron el mismo día, el 7 de abril de 2022. Ambos habían pasado los 80 de edad. Olga partió de su humilde hogar en un barrio de la ciudad de Córdoba. Estrella, desde el lejano París, donde cumplía funciones en la Casa Argentina. Distancia y cercanía. Distancia geográfica y cercanía de militancias. Ambos quedaron marcados por el fervor militante de los 70, identificados con un proyecto de liberación nacional y social en nuestro país, que incluyó a muchos y muchas jóvenes, pero también a quienes estaban pasando esa raya compartiendo las esperanzas y desafíos de la patria justa, libre y soberana. Y ambos padecieron y vivieron en carne propia y de cerca las angustias y los dolores de la represión feroz del Terrorismo de Estado, que se instaló a pleno desde 1976. Pero ni Olga ni Miguel Ángel se amilanaron: la resistencia aunó compromisos en diferentes y distantes espacios.
Acompañando a su cuñada detenida en la Unidad Penitenciaria de Córdoba (UP1), Olga fue el familiar más cercano que la visitaba, hasta que la irrupción genocida retiró a Diana Fidelman de la cárcel el 17 de mayo de 1976 y la fusiló en las inmediaciones junto a cinco compañeros. Olga lloró esa pérdida, pero siguió. Y, apenas pudo, se sumó a los familiares de los 29 presos y presas fusilados de la UP1. Y se hizo justicia en 2010, con la condena a prisión perpetua de Videla, Menéndez y otros por esos fusilamientos. Pero faltaba la complicidad judicial. Y Olga siguió firme junto a la Comisión de la UP1 hasta lograr en 2017 el único juicio en Córdoba que tuvo como imputados a magistrados y funcionarios judiciales, por su responsabilidad de aquellos fusilamientos.
El nexo que unió los destinos de Olga Tello y Estrella en Córdoba fue otra enorme militante que partió antes: Liliana Lesgart, que había vuelto del exilio francés, impulsó el equipo de Música Esperanza, que el reconocido pianista desparramó por el mundo como servicio a los más pobres. En Córdoba, ya en años democráticos, llegó a la zona sur, en Villa El Libertador, barrio Comercial, la Villa Angelelli del Cura Vasco, y la UP1 y el Buen Pastor, con conciertos para los presos y las presas. Y precisamente fue Liliana Lesgart, con María Elba Martínez y otras “Chicas” (como Marta Cisneros, del SERPAJ – Servicio de Paz y Justicia, de Pérez Esquivel) quienes dieron los primeros pasos de lo que sería el enjuiciamiento por los crímenes de la UP1.
En esa larga lucha por los derechos humanos, que unió destinos distantes, se pudo conocer la calidad de ambos militantes. De Estrella, los medios de prensa ya han destacado sus calidades artísticas, pero pocos han mencionado que la prisión y las torturas que padeció en Uruguay no fue por pianista, sino por su militancia política en un proyecto revolucionario nacional y social, que quedó trunco. Aunque, por pianista, la tortura se ensañó con sus manos. Sin éxito, porque sus manos fueron después el instrumento de su militancia en los derechos humanos.
De Olga Tello, que se ubicó en el otro extremo de la exposición pública, vale la pena poner en el escenario sus capacidades y virtudes. Quizás podrían destacarse tantas, que nos permitieron conocerla y valorarla en las muchas reuniones de la Comisión UP1 en la Casa Angelelli, reconstruyendo las memorias militantes de las y los fusilados para demandar verdad y justicia. De asistencia perfecta, sin importar fríos o calores y sin hacer caso a algún achaque transitorio de salud, su participación resultaba imprescindible, porque -siempre en forma silenciosa y perseverante- asumía tareas de vinculación con otros organismos para articular acciones y compartir informaciones. Siendo una de las mayores en el grupo, su presencia interpelaba a los más jóvenes para cargar las pilas, regadas a veces con algún asado que permitía en la alegría alentar esperanzas. Con su cariño y una paciencia propia de la sabiduría de haber afrontado momentos duros, no dejaba de indignarse ante cada injusticia.
Disfrutó con todas y todos los resultados positivos del compromiso y la lucha, en el juicio de la UP1 en el 2010 y de los magistrados en el 2017. Pero también, mientras pudo andar, con presencia efectiva en los demás juicios por delitos de lesa humanidad en Córdoba. Y en cada marcha del 24 de marzo, llevando la pancarta con las imágenes de las y los fusilados, y, en su caso, además portando al cuello la foto de Diana Fidelman.
Olga se nos fue sin hacer ruido, como vivió su vida y su militancia. Pero su memoria será una interpelación constante para comprender mejor que no hay historias populares sin estas silenciosas e imprescindibles historias, que son los granitos de arena del enorme edificio a construir, digno y justo para la vida de los empobrecidos. Por eso los “innombrados” se llaman Pueblo. Olga Pueblo seguirá entre nosotros y nosotras.