Sr. Director:
Hace un par de semanas leí una nota de Tamara Tenenbaum acerca de la generación a la que ella pertenece, en la que afirma que el horizonte utópico deseable es el de “sentir menos”. Y pocos días después, Lila María Feldman reflexiona: “Nadie siente solo” y “Nadie piensa solo”.
Si pensamos o sentimos es porque alguien o algo nos importa. Pero si toda relación con el otro se reduce a un mero intercambio transaccional, “tanto me das, tanto te doy”, creo que estamos en problemas. Esa mutilación de la capacidad afectiva no ha sido espontánea: es el resultado de la prolífica tarea de innumerables voces y recursos, que se propusieron la depredación mental de varias generaciones, en nombre una ilusoria libertad que, por lo menos, en nuestro país y en los últimos 40 años, jamás se les negó, salvo en unos pocos meses durante la pandemia del Covid-19.
Hace unos días, el ex juez federal Carlos Rozanski afirmó: “Delegar facultades en depredadores delirantes no sólo es ilegal, es profundamente inmoral”. A partir de acá se abren múltiples interrogantes. Cómo y por qué millones (de jóvenes y no tanto) le otorgaron su voto a un personaje que ha seleccionado a un grupo de “personas de bien” que merecen vivir, y al resto los ha sumido en su doble condición de presas: o son víctimas de los depredadores, o sufrirán los “protocolos represivos” a quien osare elevar su voz de protesta o auxilio. Hay, entre nuestros hijos y nietos, un par de generaciones a las que algunos pensadores han denominado “de cristal”. Como ante todo fenómeno que se analiza, suelen esgrimirse un par de bibliotecas: hay una mirada algo despectiva que los describe como adolescentes eternos que, ante el menor obstáculo familiar o laboral, se quiebran en una frustración que sólo pueden remediar con consumos indiscriminados. Alternativa que los adultos culposos pusimos en sus manos, para evitarles los sufrimientos padecidos por la severidad de nuestros mayores. Por otra parte, Sofía Calvo, en su libro “La generación de cristal. Sociedad, familia y otros vínculos del siglo XXI”, los describió así: “Somos la generación que entendió que disfrutar nuestra sexualidad, construir una identidad libre, separarse de una pareja, renunciar a un trabajo, hacer lo que amamos e ir a terapia no es un fracaso sino que, en realidad, es nuestra gran conquista”. Y continúa: “Se empiezan a crear subjetividades diversas, desde la expresión de género hasta la orientación sexual, tener hijos, no tenerlos, hacer una carrera universitaria o un emprendimiento, viajar, emigrar”. También surgen cuestiones vinculadas a la naturaleza, el interés por la ecología, el maltrato animal o el veganismo, entre otras.
Trato de engarzar estos conceptos a las realidades que nos condujeron a que hoy sea presidente de nuestro país un sujeto que construyó su ascenso hacia el poder usando las redes sociales de la pura inmediatez, y capturando un territorio que es casi un “no lugar”. Desde allí, mediante el agravio, la descalificación, la amenaza y con muestras ostensibles de desequilibrio psicológico, obtuvo la confianza mayoritaria de varones, y en mucha menor medida, de mujeres. De hecho, Milei arrasó entre los jóvenes: llegó a conseguir el 70% de los apoyos entre los menores de 24 años.
Ese es el núcleo duro de los votantes “libertarios” que, según la mayoría de encuestadores, pertenecen a estratos sociales diversos. Fue un voto transversal, no sólo por edad sino también por la diversidad de jóvenes que fueron seducidos por el “león de la motosierra”. Desde profesionales independientes que trabajan para empresas extranjeras y cobran en dólares; emprendedores de toda actividad que prometa ganancias inmediatas; los desvalidos conductores de “Rappi” conducidos por algoritmos arbitrarios, hasta aquellos que jamás tuvieron un empleo fijo, ni tampoco sus padres, para quienes las nociones de indemnización, aguinaldo y vacaciones jamás estuvieron en sus horizontes laborales.
La “uberización” de la vida privada, correlato del sálvese quien pueda que nos jibarizó la solidaridad desde los 90 para acá.
Ojalá esta descripción nos ayudara a reflexionar, y fuésemos capaces de dialogar con ellos. Pero, ¿para qué? Estamos en el medio de un vendaval donde la escucha es casi imposible, mientras somos consumidos por las redes. Tal como señala Alexandra Kohan, “la lógica de la no diferencia, la de todo es lo mismo, es la lógica de la invisibilidad. En el “todoeslomismo” ya nada puede divisarse en medio de la bruma espesa. Los cuerpos se van embotando, apaciguando, anestesiando en el frenesí del consumo de la información ruidosa, estridente, aturdidora”.
¿En algún momento ellos comprenderán los alcances de esta política de la crueldad que votaron, y quizás más temprano que tarde, también los sumerja junto a sus mayores? Todavía no lo sabemos. Mientras tanto, Noam Chomsky nos advierte: “Mientras la población general sea pasiva, apática y desviada hacia el consumismo o el odio de los vulnerables, los poderosos podrán hacer lo que quieran, y los que sobrevivan se quedarán a contemplar el resultado”.
¿Y quién nos asegura que seremos los sobrevivientes a esta catástrofe “anarco-libertaria”?
Lo saludo atentamente, Jorge Felippa