Se afirma que la polarización, tan antigua como la historia de la Humanidad, ha mutado actualmente, contribuyendo a la inestabilidad política nacional e internacional, friccionándose vínculos ciudadanos y afectándose la previsibilidad. Polarización ha habido siempre, y ello no es negativo; pero ha crecido exageradamente una forma de ellas, fundada en la radicalización de ideas y el descrédito del otro, mecha de desacuerdos pero también factor de acumulación a partir de extremos. Discursos rupturistas que soliviantan a las “audiencias” políticas pretendiendo introducir otros campos de percepción popular para ciertas iniciativas o sus autores.
Sus cultores pretenden un rol diferente al que los modelos tradicionales le otorgaron, por encumbrado que fuere. A veces son reconvertidos del esquema tradicional; otras, han sido periféricos en aquéllos y, por sí mismos o con ayuda (no siempre confesable) tantean alternativas de predominio. Pocas veces innovan (su ideario es habitualmente reivindicativo de un pasado que la audiencia pueda conectar con imágenes propias o ajenas a su experiencia).
Se distingue entre polarizaciones de masas o élites, como también afectivas (emocional) o ideológicas (partidaria). En realidad, todas confluyen y se presentan combinadas según el caso, intentando incidir sobre los sistemas o sus componentes. La insatisfacción es su caldo de cultivo. Internet y las redes sociales facilitaron su reproducción.
Muchos planteos radicalizados ingresan a través de los sistemas “estandarizados”. Y encuentran generadores suficientes para crecer.
El caso argentino
Desde hace 40 años, existe en Argentina consenso mayoritario (no necesariamente unánime) por afirmar un orden constitucional democrático, no exento de momentos críticos (como en 2001), y reforzamiento del rechazo al otro. En los últimos años, hicieron una fuerte apelación a la polarización el kirchnerismo y el macrismo; aun cuando cada corriente, a su tiempo, supo lograr mayorías legítimas, la sistemática exacerbación del “enemigo” planteada por unos y otros les terminó imponiendo un techo a ambos. Así fueron derrotadas en 2023 por La Libertad Avanza, fuerza a la que -todo indica- unos y otros pretendieron utilizar a su provecho durante el proceso electoral. El peronismo le facilitó el arranque, aportándole logística para reducir las posibilidades de Juntos por el Cambio. Mientras que el sector triunfante en la dura interna de Juntos, sin presencia en el ballottage, apoyó a Milei con la esperanza de incidir posteriormente, en el gabinete y la agenda.
Los últimos gobiernos kichneristas y el período macrista fueron un fracaso, si cotejamos las propuestas en las campañas de 2011, 2015 y 2019 con los resultados obtenidos. El rechazo a ambos en la consideración popular se fue consolidando mientras crecía un sistemático desacreditador, acérrimo crítico del orden establecido. La sintonía de Milei con la audiencia se enraíza en atavismos argentinos. Confirman la fuerza del componente rupturista en nuestra breve historia, dos constituciones malogradas (1819 y 1826) y un difícil encuadre republicano federal entre 1853 y 1860 (conjurando 50 años de cruentos episodios cívico-militares) con recurrentes quiebres o tentativas de origen similar, entre 1860 y 1976 (cuando se produjo el sexto golpe militar del siglo XX). No debe causar sorpresa el rápido anclaje de Milei, hecho candidato sin pasar por la fase de “dirigente político” (y eso se presenta como una virtud, aún gobernando). Tampoco su vínculo inicial con la abogada Victoria Villarruel, relacionada por familia y pensamiento a las élites militares que usurparon el gobierno entre 1976 y 1983.
Con el libertarismo se abrió, dentro del sistema, un canal para que aquellos cansados de protestar “contra los políticos”, expresen sus preferencias genuinas, agregando a la militancia en redes una chance de competencia electoral real. A ese grupo duro se suman los desencantados, sino de la democracia, de sus intérpretes habituales, quienes incumplieron las expectativas generadas en su oferta electoral. Por otra parte, la polarización, como se ha estudiado, afecta a todo tipo de sistemas (monárquico, sea autocrático o constitucional; republicano; parlamentario; presidencialista; unitario; federal). Se ha analizado que, en función de las características territoriales o étnicas, de las tradiciones o convicciones, de las confesiones o composiciones socioeconómicas, los sistemas institucionales nacen para evitar los desacuerdos (en todo caso, el gran consenso es inventar un orden que permita contener las diferencias). Así, en el orden internacional post-wesfaliano (1648) que pareció imponer el paradigma monárquico-unitario, apareció, primero, una reacción de la élite colonial británica en América del Norte y, tras ella, el republicanismo-federalismo-presidencialismo norteamericano (consolidado en 1787), auténtica innovación política, que adaptó el sistema estatal a otras realidades socioeconómicas.
A 60 años de aquella invención, Alberdi sostuvo en sus “Bases”, aun siendo él unitario, que un país tan extenso y despoblado como la Argentina sólo era viable apelando al modelo federal sobre la base de un presidencialismo centralista: “unidad federativa o federalismo unitario”, explicaba el maestro, con un Poder Ejecutivo fuerte, que avente anarquías y tenga mando para introducir transformaciones.
Hoy, Javier Milei conduce este barco donde la relación entre el Ejecutivo, el legislativo y las provincias es crucial. Fracasadas las imposiciones iniciales (DNU, primera Ley ómnibus) trazó una estrategia dialoguista, anunciando el Pacto de Mayo y volviendo a Diputados con una nueva versión de aquella Ley ómnibus, logrando media sanción tras intensas negociaciones. Resta el paso por el Senado, donde será necesaria otra ronda de conversaciones.
Con la estigmatización, en un contexto crítico, se conformó una fuerza nueva que ganó aprovechando el agotamiento de las tradicionales. Pero con más violencia verbal y polarización, cuando, en definitiva, Milei aun no ha logrado resultados. Sí funcionaron, en ese nuevo proceso, las rondas negociadoras del ministerio del Interior y las concesiones frente a ciertos posicionamientos. Del otro lado, gobernadores y legisladores estuvieron a la altura.
Ojalá que el Pacto de Mayo, cuya organización avanza con prudencia, responda a esta expectativa. Pasos concretos, sin excentricidades ni agravios, temas de agenda coyuntural (algunos requieren urgente abordaje), sin ruido innecesario.