Quisiera una canción/ para un amigo/ que no puede salir/ de la melancolía eterna de sufrir/ de amor. Era 1981, Charly García le ponía letra y música al sentir de las mayorías, oprimidas por una Dictadura que, en su comienzo (cinco años antes), no sólo fue pedida por los de siempre: hubo muchos políticos apoyando, los más visibles en los partidos conservadores; el comunismo (por la posición de Videla frente al boicot a la URSS); la UCR balbinista; y algunos justicialistas opositores a Isabel Perón (o no tanto). Además, parte de la sociedad argentina, entre el miedo y el engaño (1975 fue un annus horribilis, ni siquiera se hicieron las elecciones legislativas de medio término), inicialmente pareció tolerar la llegada de la Junta Militar a la Casa Rosada.
Tan nefasto fue el yerro, que nunca más los cuarteles fueron opción. Pero a 40 años de recuperarse la democracia, el desconcertante vacío que predomina en la ciudadanía, ante el rumbo que está tomando la campaña electoral, y la liviandad con la que protagonistas calificados -dirigencia, academia, periodismo, empresariado- se refieren al país, sin autocrítica ni propuestas, preocupa singularmente.
La información se manipula por casi todos. Cuantiosos datos se presentan sin explicación ni aguardo de respuestas, como bombas destinadas a romper. Y comunicadores y audiencia nos desplazamos como en un tobogán, sin mayor percepción de esta irresponsabilidad, que transforma en un problema indescifrable el devenir político.
El análisis del funcionamiento de las instituciones políticas está atravesado por un complejo pasaje interpretativo. A las acciones de sus principales referentes que parecen jugar al todo o nada sus chances, le sumamos numerosos trabajos de consultoras y encuestadoras que trabajan de idéntica manera, pero emitiendo conclusiones contradictorias, teñidas de parcialidad.
Y mientras nadie se pone de acuerdo, los procesos políticos continúan en medio del agotamiento material de los partidos como herramienta de representación. Sobreviven las instituciones constitucionales, desgastadas en su predicamento, sin irradiar confianza ni poder echar culpas externas por su desprestigio. La coyuntura late al pulso de acuerdos tácticos, extremadamente lábiles, sostenidos por un altísimo nivel de financiamiento provisto por el Estado, más cuantiosos fondos de procedencia desconocida.
La canción sigue siendo la misma
Seguimos sin salir de la melancolía. Ocurre que la centralidad de los procesos electorales no es sólo formal. Debemos votar, queremos hacerlo, y lamentamos no concretarlo con entusiasmo, encendidos de anhelos. Me consta que así fue en 1983 y en 1989. Desde entonces, en cada turno, las emociones fueron bajando, las expectativas también.
Sabemos que no existe opción al sufragio: honrarlo es cumplir con la Constitución, con la comunidad y con nosotros mismos. Pero sinceremos que nos intimida entregar un respaldo incierto en el cuarto oscuro, cuando sufrimos tantas decepciones. Y extrañamos: lo que éramos o pudimos ser, lo que jamás fuimos.
Desde el interior, lo hacemos condicionados por el partido que juegan las dos Buenos Aires. La Ciudad, exhibiendo grotescamente su superficialidad, y la Provincia, tratando de atar con alambres a un gobierno nacional afectado por las divisiones (y buscando cómo llegar a junio, cuando deban presentarse las listas).
En Córdoba, los liderazgos ya no pueden seguir disimulando la lejanía con los grandes teatros de acontecimientos. Y lejos de influir con ideas (aunque Schiaretti haya tomado la costumbre de visitar semanalmente en CABA a carcamanes de su generación), la “isla” se va inundando, sumisa a los dictados que oportunamente lleguen desde el centro del poder, a los que quieran pelear en serio por ganar. Líneas fluidas con la metrópoli serán fundamentales para unos u otros.
Posiblemente las elecciones 2023, en el país y en nuestra provincia, muestren la desorientación de electores como de candidatos (se explicitarán batallas bravísimas dentro de las dos coaliciones locales, para definir fórmulas y listas); cambios repentinos en la opinión pública; más escisiones entre grupos. Candidatos legislativos que, de ser electos, quizá no sepan en qué bancada asumir, por tanto armado y desarmado de roscas. Pero ni los comicios perderán su carácter central, ni los partidos resignarán la exclusividad que la Constitución les otorga.
El desfase entre cultura política e institucionalidad, deuda de los representantes con la ciudadanía, sigue sin repararse. Tenemos poco tiempo, pero sí experiencias y recursos para evitar más desilusión. El sistema está jaqueado por sus huecos. No hay plataformas políticas: las pidamos. No hay acuerdos programáticos: los exijamos. No hay referentes apoyando ideas-fuerza: se las pongamos delante de la nariz. Se propone a figuras atractivas electoralmente ocupar cargos testimoniales: no los votemos por angurrientos. Aparecen candidatos “anti-sistema” a los que le parece muy bien que un necesitado venda su riñón en efectivo: le demos su merecido en las urnas.
Las botas ya no son la amenaza. Ésta anida en muchos de nosotros, incapaces de salir de la melancolía, sufriendo por amores antiguos que ya no volverán o que nunca fueron. O por amores no correspondidos que pillaron nuestra debilidad para utilizarnos sin compasión. Es hora de arremangarse y andar. Diría Charly en aquella canción que da título a esta nota: “rompe las cadenas/ que te atan a la eterna pena,/ es un paso grande/ en la ruta de crecer”.