Sr. Director:
Hay un personaje lateral en la canción “Manuelita, la tortuga”, de María Elena Walsh: el tortugo que la esperó en Pehuajó.
Como es por todos conocido, Manuelita un buen día partió a París. Dice María Elena que Manuelita pensaba que su tortugo “vieja no la iba a querer”. No sabemos cuánto duró ese viaje, pero seguro que, por la distancia recorrida y la velocidad de tranco de la protagonista, llevó mucho tiempo.
Mucho se sabe de los sentires, los sentimientos, de todo lo que vivió Manuelita en ese largo viaje.
Pero ¿y él que se quedó esperando? Hagamos foco en él.
Vayamos hacia adentro de ese tortugo, “que aguantó los trapos” en esos años de vacas flacas para su corazón. ¿Qué habrá sentido durante esos años el anónimo tortugo?, ¿Pensó que Manuelita nunca volvería?, ¿Que se había olvidado de él?, ¿Que conoció allá lejos, en la Ciudad Luz, a un elegante tortugo de cuello duro y distinguido?, ¿Cómo competir él, un tortugo N.N. de un pueblito al sur de un país, que parece estar siempre a punto de caerse del mapa?
¿Cuántas veces, habrá caminado tortugamente hasta la ruta que pasa por el pueblo, para ver si Manuelita venía llegando?
Y cuando pasaban los aviones sobre el pueblo, ¿habrá dicho para sus adentros “¡ahí viene!”, y… no.
¿Fue grande y ancha su soledad?
Lo que dice María Elena Walsh es palabra santa: de la canción se puede inferir, sin esfuerzo, que el tortugo -de quien se desconoce el nombre- quería a Manuelita así, como ella era. Que las arrugas no le molestaban, no impedían sus sentimientos.
Estas líneas se quedan con él. Con el tortugo de ley, que ve con el corazón, que es de una sola pieza: de un solo amor.
Un cordial saludo, Jorge Carranza