Ultimátum ecológico

Por Roberto Fermín Bertossi

Ultimátum ecológico

Este martes 15 de noviembre la población mundial alcanzaría los 8.000 millones de personas. Todo un hito demográfico sin precedentes debido al incremento de las expectativas de vida gracias a cierto desarrollo humano en términos de avances en salud pública, nutrición, conciencia y cultura ecológica, higiene personal y medicina, entre los factores más relevantes.

Sin embargo, transcurridas tres décadas perdidas de no batallar contra el cambio climático, el año 2020 con la pandemia del Covid-19 nos ha dado un concreto ultimátum ecológico.

Para António Guterres, secretario General de Naciones Unidas, la fecha “es una ocasión para promover la diversidad y los progresos, teniendo en cuenta la responsabilidad compartida de la humanidad hacia el planeta”.

Según fuentes de Naciones Unidas, alcanzar los objetivos del Acuerdo de París para limitar el aumento de la temperatura global, a la par que lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), depende fundamentalmente de la capacidad de frenar los modelos de combustión y producción como los de usos y consumos prevalecientes; tan irresponsables, tan insostenibles.

En este contexto, podemos recordar algunas sabias advertencias indígenas, ignoradas. La primera, del cacique jefe Seattle: “La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra”, con su magnífica carta al presidente Franklin Pierce en el año 1854. También, las cuatro visitas a la sede de la ONU en Nueva York y la presentación de Thomas Banyacya, Kykotsmovi, Nación Hopi de Arizona, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 diciembre del año 1992, “para advertirle sobre el inminente colapso total del mundo y la necesidad de cambiar radicalmente de rumbo, o prepararse para una nueva arca de salvación”. El encendido Manifiesto sobre la Gran Purificación Mundial, presentado a todos los gobiernos del mundo reunidos en la Cumbre de la Tierra de la ONU, en Rio de Janeiro en 1992, bajo un texto titulado “Mensaje de Advertencia Final de los Pueblos Nativos de la Isla Tortuga a todos los Pueblos de la Madre Tierra”. Los aportes del Ubuntu africano sobre la interconexión y la dignidad de la común vida, divulgado en Suráfrica y el mundo no solo por el arzobispo anglicano Desmond Tutu sino por Nelson Mandela, ambos galardonados con el Premio Nobel de la Paz en 1984 y 1993, respetivamente.

Lo cierto es que tan sabias y anticipatorias advertencias han sido presas de una tremenda sordera e indiferencia mundial, fruto de intereses inhumanos de grandes potencias y empresas globales.

Por último, ojalá la 27° Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022, más comúnmente conocida como COP 27, que se lleva a cabo del 6 al 18 de noviembre en Sharm el-Sheij, Egipto, pueda lograr –oportunamente- el hito histórico universal de un activo, mancomunado y omnicomprensivo acuerdo climático global duradero. Quizás, la última esperanza para alcanzar verosímil y cooperativamente supremos objetivos sostenibles, desactivando el ultimátum ecológico que cual fatal amenaza inminente pende sobre todas nuestras cabezas.

Fue contundente al respecto el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado en el año 1988 para facilitar evaluaciones integrales del estado de los conocimientos científicos, técnicos y socioeconómicos sobre el cambio climático, sus causas, posibles repercusiones y estrategias de respuesta. En esa oportunidad, los expertos afirmaron: “Solamente quedan tres años para poder hacer algo para el futuro de la humanidad ante el cambio climático, pues de no hacer nada el planeta pasará por devastadoras e irreversibles consecuencias”.

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