La entrada a la sala de conferencias del Hotel Quorum tenía dos filas: una larga y otra vacía. La más larga estaba compuesta por hombres con sacos y camperas, predominantemente negras. La fila vacía era la de mujeres. Habitualmente se dice, desde afuera, que dentro de las filas libertarias la mayoría son varones. Sin embargo, a lo largo de la tarde hubo distintas respuestas a esta cuestión. Sacos, trajes, tacos aguja y zapatos puntiagudos fueron el uniforme de la gran mayoría de los asistentes. ¿La justificación? Estar elegantes para recibir al Presidente y dar una imagen acorde con lo que quieren demostrar: que son personas de bien.
En la tarde nublada de ayer, cerca de 3.000 cordobeses —según lo dicho por Agustín Laje— se congregaron en la Derecha Fest. El evento, organizado por el medio La Derecha Diario, la editorial Hojas del Sur y la agencia Gaucho Estudio, invitaba a los interesados en dar la “batalla cultural” a escuchar a diez oradores, entre ellos el Presidente de la Nación, para luchar “contra el mal organizado con el bien organizado”. Sus ideas de derecha pueden ser conservadoras o no, pero siempre liberales, como explicó una joven militante cordobesa que asistió al evento “para aprender”.
El evento comenzó puntualmente a las cinco de la tarde. Si bien al principio había pocas personas, a lo largo de la jornada se fueron sumando más. La primera serie de charlas estuvo a cargo de un tridente religioso: referentes de distintas corrientes conservadoras de las iglesias evangélicas. La politóloga y pastora de la megaiglesia Cita con la Vida, Evelin Barroso —única oradora mujer— se dirigió exclusivamente a las muchachas y señoras; insistió en la defensa de la familia y en que no debería dar vergüenza querer encargarse de las tareas de cuidado. El público prestaba atención con cierta dispersión; sin embargo, comenzó a entusiasmarse cuando ella bendijo al Presidente.
Luego de Barroso, el filósofo evangélico Roberto Hidalgo recitó de memoria (o eso pareció) una serie de claves sobre la metafísica. Pero cuando llegó el conferencista bautista Gabriel Ballerini, la efusividad comenzó a asomarse: cada vez que llamaba “chorros” a los kirchneristas, la gente aplaudía y gritaba. La sonrisa que chicos muy jóvenes y hombres muy mayores esbozaban al escuchar esos adjetivos los hacía parecer niños sobreestimulados frente a sus dibujos animados favoritos.
Quienes se cansaban de escuchar a los oradores —como el norteamericano Alex Bruesewitz, el periodista español Javier Negre, el “Karl Marx libertario” Diego Recalde, Daniel Parisini y Nicolás Márquez— tenían la posibilidad de recorrer la feria libertaria ubicada a las afueras del salón principal. Por un lado, se vendían remeras con frases típicas como “Roma no paga traidores” (adjetivo adjudicado a la vicepresidenta Villarruel, según los insultos dirigidos hacia ella durante el evento) o “¡Viva la libertad, carajo!”. También había tazas con las caras de Milei, leones, Trump, entre otras estampas. Incluso se ofrecía una bebida, en botella de champán, que prometía contener las “lágrimas de zurdos”.
Pero la estrella de la feria fue la cumbre de presidentes de cartón en tamaño real: cientos de personas se acercaron a sacarse selfies con Donald Trump, Nayib Bukele, Giorgia Meloni, Jair Bolsonaro, Javier Milei, entre otros. Las sonrisas eran inmensas. Otros productos que se podían encontrar eran yerba mate marca “León”, zapatos “Libertarios”, libros —siendo los de Laje los más vendidos— e incluso Biblias.
Llegada la noche, la emoción de los presentes comenzaba a ser más intensa. Después de la disertación de Agustín Laje, llegaría el Presidente. Algunos no escucharon al politólogo cordobés en su exposición sobre la envidia de los “zurdos” porque se quedaron esperando al Jefe de Estado en las afueras del salón. En un momento, unos policías trajeados de la Federal se pusieron más serios y comenzaron a caminar con mayor rapidez. Estaba llegando el Presidente, que sonreía y caminaba rápido con su carpeta de siempre en las manos. Las cámaras se alzaron y los gritos y canciones expresaron la emoción de verlo en persona.
La llegada de Milei al escenario fue con la misma canción de siempre, la de La Renga, pero esta vez coreada por cientos de cordobeses que gritaban con fuerza mientras levantaban los brazos o sus celulares. Los saltos y la euforia del Presidente fueron contagiosos, y los asistentes lo acompañaron de la misma manera: esa fue la mayor demostración de mística de toda la noche. Milei comenzó con el discurso de siempre, el mismo que utiliza desde 2020, según me contó otra militante que lo sigue desde entonces (en tono jocoso, me confesó que en aquellos tiempos el ahora mandatario tenía olor a chivo, y lo juró por su mamá). Con cada argumento del “mejor gobierno de la historia”, los aplausos crecían; con cada insulto hacia los “kukas”, los gritos aumentaban. Y, por supuesto, también las sonrisas embelesadas.
El evento que prometía ser una fiesta de la derecha fue, en efecto, un festejo, aunque tranquilo en los ánimos de los asistentes. Sin embargo, sí cumplió con su eslogan de “el evento más antikuka”: las bases y argumentos del liberalismo quedaron bastante relegados; lo que primó fue un discurso cargado de insultos hacia quienes tienen “parásitos mentales”, como políticos y periodistas (los más abucheados cuando aparecieron en las pantallas fueron Carlos Pagni y Julia Mengolini). Al final, unas simpáticas señoras jubiladas de Unquillo ante la pregunta de qué opinaban de los insultos, respondieron con sus sonrisas de labios perlados que estaban cansadas de las “formas modestas” y que, cuando se dice la verdad, los insultos “son necesarios”.
