Algunos ubican su primera aparición pública en el diario de sesiones de la reforma constitucional cordobesa de 1987, cuando junto a jóvenes asesoras del bloque de la UCR fue felicitada (en razón de su desempeño) por los convencionales informantes, estampando la mención en los gruesos volúmenes impresos.
Por entonces era una tempestad de futuro que ya arrancaba suspiros (virtud que logró mantener) en la platea de caballeros; combo que desbordó las limitadas posibilidades que al género femenino otorgaba el hiperconservador radicalismo liderado por Eduardo Angeloz y Ramón Mestre (padre).
Abrazando la psicología (no sin interesarse por la abogacía) y participando en organizaciones de defensa de los derechos humanos, aquella joven ansiosa por aventuras quizá se reflejó en modelos vanguardistas, como muchas de su tiempo. Distante de Evita por entonces, probablemente se entusiasmó con Frida Kahlo, Alicia Moreau de Justo, Simone de Bouvoir, por qué no la mismísima Janis Joplin. Aunque hoy, pasando nuestra protagonista la línea de los cincuenta abriles, sea catalogada como una dama de hierro que decide con frialdad, al mejor estilo Margaret Thatcher.
Hablamos de Liliana Rosa Montero, quien abrazó la política en el despertar de la democracia y se las arregló para mantener presencia constante, partiendo del partido de Irigoyen pero acercándose, cuatrienio tras cuatrienio, al planeta justicialista. Transcurriendo, previamente, una larga temporada en el Frente Cívico (tributando al juecismo), otra en el pseudokirchnerismo de Eduardo Accastello (jugando para sí misma) y finalmente, de la mano de Martín Llaryora, fungiendo como “extrapartidaria” en el gobierno municipal peronista.
Aunque sabe cómo mostrarse encantadora, se hizo conocida por no medir asperezas cuando de defender una idea se trata. Calificada espada opositora (primero el Frente Cívico y luego Córdoba Podemos), ejerció en la Legislatura cordobesa una presión constante, siendo recordada su campaña (luego hecha libro) en pos de visibilizar fallas en el sistema sanitario público, particularmente en el área de la salud mental. Utilizó diversas estrategias: reclamos públicos sobre la base de aportes de empleados o pacientes inconformes a los que agregaba su propia investigación y apariciones repentinas en nosocomios de capital o interior, o denuncias administrativas y judiciales. Mucho más explosiva en su etapa juecista, la madurez la sorprendió en la parada de buses, hasta que pasó el villamariense Eduardo Accastello, compartiendo accidentado viaje con cristinistas ortodoxos como Carmen Nebreda o Martín Fresneda, y mujeres de genética justicialista como Nora Bedano. Nunca se la vio suficientemente cohesionada a ese bloque, que se fue deshilachando por cooptaciones diversas.
Alguien señala: “Suerte que Liliana ahora es oficialista… qué picnic se hubiera hecho con las graves causas investigadas en el Materno Neonatal o el abuso sexual denunciado en el Hospital Neuropsiquiátrico”. Sumamos nosotros, la caída del director del Hospital de Niños (ex jefe del COE), por una causa penal en la que ha sido imputado; el desgraciamiento del otrora “Iron Man” Diego Concha, actualmente con prisión preventiva; o las explosiones en la escuela “Cristo Rey” mientras alumnos realizaban experimentos en un laboratorio, con severas consecuencias aún en proceso, que trascienden a las tres víctimas hospitalizadas, cuyas causas deben ser esclarecidas.
Pero Liliana, presuntamente impredecible y aparentemente visceral, nunca dinamitó los puentes. Se la memora negociando proyectos, aceptando “compatibilizar” (como se dice en la jerga cuando varias iniciativas en tratamiento se funden en un despacho legislativo único) con los más recalcitrantes peronistas para mantenerse viva: tal el caso de la ley de acompañantes terapéuticos que consensuó con el presidente provisorio de la Legislatura, Oscar González. O cómo convenció a éste para impulsar un programa de despapelización en el Poder Legislativo que anticipó exitosamente campañas posteriores concretadas por diferentes gobiernos. En aquella época, otra iniciativa de Montero, que supervisó atentamente luego de aprobarse, cosechó opiniones divididas: los refrigerios saludables para algunos días de la semana, en los cuales inexpresivas barritas de cereal sustituían a los populares criollos legislativos, para indignación de los fundamentalistas del hidrato de carbono, la manteca y el dulce.
Para entonces, Liliana ya había trabado una genuina amistad con el vicegobernador Llaryora, quien le ofrecerá, al terminar su mandato y sin escalas, una subsecretaría en el ramo de Políticas Sociales, en la que mostró una inusitada, si de funcionarios/as municipales se trata, combinación de creatividad y ejecución.
No hace mayores migas en el gabinete municipal, ni siquiera con sus colegas mujeres, a las que respeta pero no frecuenta, al menos públicamente. Sin que trasciendan diferencias con pares (como ocurrió en otros casos), muchos sugieren, sin embargo, que debería disimular cierta falta de fe (por no decir desprecio) frente a figuritas del elenco palaciego. “Se siente más capaz, eso es todo. Pero sabe que para crecer debe ajustarse a su tarea, dedicándose 24×7 a ejecutarla”, la defienden quienes desde fuera de su “mesa chica”, pero dentro del llaryorismo, ponderan su aporte.
Fue promovida recientemente como Secretaria de Prevención y Atención en Salud, para ponerle cuerpo y cabeza al destartalado sistema asistencial local pos Covid-19, repartiéndose con el sobreviviente (pero desgastado) Ariel Alexandroff, casi como soviéticos y occidentales a la bombardeada Berlín en Guerra Fría, nosocomios, empleados y programas.
Con muy pocos colaboradores, algunos reclutados en la propia Municipalidad, Montero ha reorganizado dispensarios, vacunatorios, planes preventivos, el área de salud bucal (se ha mostrado buscando soluciones en la Facultad de Odontología de la UNC) y otros rubros desatendidos, mostrando una batería de acciones directas que por ahora aliviaron las preocupaciones del Intendente (considerables cuando se decidió a llamarla).
Dice alguien que presume de conocer el pensamiento del inminente candidato a gobernador provincial: “Martín respeta a Liliana, la escucha como a pocos. Puede no coincidir luego, pero le presta atención”. Y agrega: “Confía en ella: la considera de su propio esquema”.
De constante batalladora a exigente gestora, Liliana Rosa Montero llegó al espacio que supo combatir, justo cuando éste empezó a mudar de piel. Puede mostrar trayectoria; y pese a los cambios de camiseta, hasta aquí logró empatía con propios y extraños.
¿Cuál será su próximo pasó?