La bandera de un país es un helicóptero: es necesario gasolina para mantener la bandera en el aire; la bandera no es de paño sino de metal: flamea menos al viento, frente a la naturaleza… La música es un fuerte signo de humillación. Si quien llegó impone su música es porque el mundo cambió, y mañana serás extranjero en el sitio que antes era tu casa. Ocupan tu casa cuando ponen otra música…” Estas dos citas que parecen desvinculadas entre sí pertenecen a la novela Un hombre: Klaus Klump” (2003) del escritor portugués Gonçalo M. Tavares. Expresan el sentimiento de un país cuando se desata la guerra y es usurpado el territorio. El helicóptero es la invasión; la transmutación en nave de la bandera es un claro signo de que cedieron las estrategias de defensa. Por otra parte, los cánticos, los himnos, las letanías que se escuchan en sordina dejan claro que la situación ya no es la misma.
La virulencia de la guerra tiene estos efectos: se trata de someterse o de perecer, aunque existe también la alternativa de resistir. Siendo tan elevada la reflexión a la que conducen estas dos citas sueltas, no deja de llamar la atención que puedan aplicarse también a una circunstancia tan mínima como la vivida a fines de Junio en Córdoba, cuando el intendente decidió recordar la revuelta de Stonewall izando la bandera multicolor del colectivo LGTBIQ+ en el mástil del Parque Sarmiento.
Ese acto cívico, que quería hacerle un guiño político a las diversidades sexuales y captar su adhesión, fue boicoteado por el accionar espontáneo” de un grupo de activistas anti-derechos que, ofuscados por el homenaje, intentaron bajarla y poner en su sitio la enseña nacional. Para los autoconvocados, la bandera argentina no puede ser sustituida de manera alguna por otra banderola” (sic) que represente intereses corporativos. Tal convicción explica que ese gesto altanero conducido en nombre de los sagrados principios de la Nación, fuera capaz de desconocer la fuerza de ley que la puso en alto. No les pasó por la cabeza a ninguno de los insurrectos que existía (y existe) otra forma de manifestarse y reclamar a la que se puede acceder por vía pacífica. Tal vez porque el propósito era otro; torcerle el brazo al poder para que no se corra de vereda y garantice –como lo ha hecho hasta hoy- el rancio conservadurismo que caracteriza a la provincia.
Si por un instante volvemos los ojos a los extractos de la narrativa de Tavares podremos valernos de los mismos significantes para entender lo que aquí está en juego. No es tan importante la iniciativa de la autoridad municipal cuanto aquello que sobrevuela” en esa actuación porque son las intenciones, los motivos y las justificaciones los que atemorizan. Si en la novela del autor lusitano la referencia al helicóptero alude a la invasión” extranjera, aquí la metáfora hace hincapié en el miedo que la diversidad acarrea y que amenaza el orden natural” de todas las cosas.
La bandera es un símbolo cargado de valor, posiblemente el más denso en significación. Sin embargo, verla como fetiche no es un gesto de patriotismo sino de falta de sentido común. Nadie puede tornar ostensivo un símbolo por recurrencia a los sentidos de otro símbolo; no hay posibilidad alguna de sustitución”, aunque esta sea proclamada incluso a los gritos y a los golpes. Ni siquiera un paranoico podría convalidar idea tan absurda. No obstante, como bien lo expresa Tavares, la probabilidad de que mañana seas un extranjero en el sitio que antes era tu casa” pone en funcionamiento el tren fantasma y dispara esa sobreactuación tendiente a defender posiciones descabelladas.
Pululan en el aire algunos términos que no se pronuncian abiertamente como los de intolerancia, exclusión, odio visceral… a los que hay que identificar de una vez por todas, pero sin menoscabar al más relevante de todos, que es el de la autodeterminación por la vía de la fuerza. Una crítica de la violencia” se impone por necesidad. En primer lugar, midiendo la relación entre medios y metas; en segundo lugar, dejando en claro el desajuste entre procedimiento e intención. La atribución de arriar sin concesiones la bandera intrusa” para dejar a la verdadera en su sitio nos pone de cara a la impostura, ya que, como afirma Walter Benjamin, la violencia solo puede ser buscada en el reino de los medios y no de los fines”. Aun calificando de incorrecta la decisión del intendente, nadie puede arrogarse el derecho de –en su nombre o en el de quienes dicen representar- hacer justicia por manos propias, porque va en contra de la ley.
Si hay algo que enoja a los manifestantes y que impide que se queden tranquilos es la incomprensión de su destemplanza; es este elemento el que no puede ser pasado por alto, salvo que nos hagamos los distraídos y dejemos pesar las falacias del derecho natural” sobre la legalidad instituida. Si, como plantea el mismo Benjamin, el derecho natural tiende a justificar los medios legítimos con la justicia de los fines”, no dejemos de advertir la recurrencia grandes conceptos como patria” o nacionalismo” en circunstancias de este tipo. Estos fines” parecen ser altisonantes cuando son pronunciados en voz alta, pero no dejan de ser significantes vacíos que no se corresponden con la ética y la justicia. Al contrario, provocan escozor porque suelen ser reflejo de comportamientos emparentados con el autoritarismo, cuya vía de escape es el repudio de cualquier diversidad.