Cristina Kirchner señala en su carta que el dólar es el problema más grave del país”. Llamando a un acuerdo para darle fin, no ignora que su errático valor no es causa sino efecto de muchas otras. Entre éstas, razones culturales exacerbadas por medios hegemónicos. De allí, la invitación a representantes mediáticos a su propuesta de acuerdo. Es astuta la vicepresidenta –que impuso de nuevo la agenda política– sin reclamar rimbombantes Acuerdos Nacionales –que sí hacen falta– ni aludir un Pacto de Moncloa al estilo criollo. Hablar de consensos en abstracto no seduce. Puso más bien el eje en un tema cotidiano de vieja data, como son los vaivenes de una economía bimonetaria. Transparenta el tóxico maridaje dólar/peso para arrastrar, desde allí, la discusión de otros dilemas del país.
El déficit fiscal es un problema con dos filos, como una tijera: uno el del gasto y otro el de recursos. Coinciden economistas del arco neoliberal y neo keynesiano en eliminarlo. Los primeros, mediante una reducción brusca del gasto, sin mostrar en qué ítems significativos pueden hacerlo evitando el caos social. Un 50% del gasto corriente se destina a servicios sociales, como financiar paupérrimas jubilaciones, subsidios a familias y desocupados. Guzmán ha tenido un respiro al bajar los intereses de la deuda, que significaban un 20% del gasto en el macrismo, para reducirse a un 8% como efecto de su renegociación.
Si acordamos –ya por convicción, ya por realismo- que el filo del gasto no puede mejorarse en lo inmediato (salvo con más eficiencia, que nadie discute) solo resta hacerlo desde los recursos. Si al neoliberalismo le preocupa el peso del gasto, que se quede tranquilo: bajará relativamente si hay crecimiento económico. Tampoco pensemos en una emisión monetaria desbordada ni en endeudamiento ilimitado. Exageramos con ellos y así nos ha ido.
Mejorar los recursos no es crear nuevos impuestos ni aumentar la presión fiscal. Se estima que la economía en negro alcanza un 40%, si se lograra bajarla a un 30% en un par de años la recaudación aumentaría un 15%, abortando el déficit fiscal con igual gasto. El desafío es cómo hacerlo, sin usar medidas policíacas e inefectivas. En los 90, la DGI amenazaba a los evasores con la llegada del tanquecito”, y a los ciudadanos que mostraran el ticket de compra a la salida de un negocio.
Pensemos en una estrategia sistémica, que mejore la recaudación inclusive bajando la presión fiscal sobre los que siempre pagan. En la primera gobernación de De la Sota, yo por entonces era su ministro de Finanzas, se bajaron impuestos en un 30%, en convergencia con la modernización de la DGR. Comenzaron a pagar todos, pero un poco menos.
Guillermo Laura propone bancarizar la economía, en línea con el fortalecimiento del peso. Bancarizar no goza de buena fama: Cavallo la impuso en 2001, ligado al triste corralito. ¿Por eso la debemos descartar? Los argentinos no hemos ahorrado en el uso de herramientas de cualquier tipo. El problema no es el martillo sino para qué se usa. Al sostener la Vicepresidenta que el problema de la economía bimonetaria no es ideológico. No es de izquierda ni de derecha. Ni siquiera del centro”, se aleja de prejuicios en usar ciertas herramientas. Bancarizar facilitará terminar con parte de la economía en negro, y mejorar la recaudación. Los países con elevada bancarización tienen poca evasión. Con la pandemia se detectaron cinco millones de personas que recibieron el IFE y que no estaban registradas.
Hay que mejorar la accesibilidad ciudadana al sistema financiero. Mucha gente no tiene cultura digital. Según Vanessa Toselli, del espacio «Mujeres en economía y finanzas de Córdoba», un 45% de encuestados por BCRA opinan que las transacciones financieras mediante canales electrónicos son difíciles y confusas. Los instrumentos existen, pero la gente no los usa por desconfianza o ignorancia.
Para Guillermo Laura, se obligaría por ley que todas las operaciones se bancaricen, bajo pena de nulidad del pago, permitiendo el crecimiento del sistema bancario y del crédito. Si los pagos se realizan mediante tarjeta de débito se facilita el funcionamiento del multiplicador bancario, permitiendo el crecimiento del crédito. Su virtuosismo permitirá préstamos bancarios abundantes en moneda constante, a largo plazo con baja tasa de interés. Pudiendo ser direccionados por el Banco Central para construcciones de viviendas y obras públicas y privadas. Para estos emprendimientos no es necesario endeudamiento en dólares, señala Laura. Los bienes a construir se fabrican con insumos nacionales (cemento y hierro) y mano de obra desocupada, contribuyendo a la reducción de subsidios por desempleo.
No bancarizar perjudica a los pobres. Ellos tienen que poner billete por billete en la compra al supermercado, mientras que quien tiene una tarjeta de crédito paga a varios meses sin intereses.
Terminar con la economía en negro requiere gradualmente –para no desfondar el tesoro- bajar la presión fiscal nominal para quienes están en blanco, y que paguen los evasores. Con las sofisticadas TIC es posible un seguimiento de las cuentas de la mayoría de los argentinos; no puede ser que solo el 25% de los countries en la provincia Buenos Aires cancelan sus impuestos.
Bajo el paraguas de un Acuerdo para terminar con una economía bimonetaria se debería bancarizar la economía. Sin prejuicios ideológicos, y con realismo.
Profesor Consulto, UNC