Corruptio Optimi Pessima Est”, decían los romanos. Los Césares enviaban a funcionarios a Audit” (escuchar) los sucesos en su extendido imperio. Lo que hoy conocemos como auditoria era la herramienta para controlar el latrocinio de propios y extraños. Comprobaban que cuanta más alta era la escala de poder, mayor era la corrupción.
La corrupción, en el complejo mundo moderno, va más allá de sus cuitas en el Estado y funcionarios deshonestos. Las hay en el mercado con empresarios venales. Las hay en la sociedad civil con ciudadanos indignos.
Si como dice el castizo adagio que el pescado comienza a podrirse por la cabeza”, habría que poner en vidriera una de las grietas más escabrosas de nuestra Argentina: la de culpar los problemas a una caterva de vagos planeros”. Nadie niega la virtud del trabajo, pero lo cierto es que la fuga de capitales –de los pescados grandes- equivale a más de un PBI de Argentina. En tanto la suma de millones de ciudadanos expulsados del mundo laboral (cultura del descarte”, denuncia el papa Francisco) son asistidos con los tan denostados planes sociales. Si los recursos fugados hubieran estado al servicio de la producción argentina, mucho se hubiera evitado esta hecatombe social.
Se aducirá que fueron las políticas populistas (imputadas a gobiernos peronistas, menos al menemismo) las que generaron tal descalabro. Aunque pensemos que tamaña corrupción fue fagocitada durante gobiernos proclamantes de la eficiencia” neoliberal, es difícil ponerse de acuerdo de quién es el pecado original, con demasiados dogmatismos de uno y otro lado. Pero veamos cómo opinan sobre las últimas declaraciones del presidente Biden lo que los neoliberales argentinos ponen permanentemente como ejemplo: la cultura capitalista de Estados Unidos.
Es habitual escuchar a muchos ciudadanos con fortuna, seducidos por el coloso del Norte, expresar con simplismo que su economía funciona bajo el ejercicio de dos palabras: estas despedido”.
El presidente Joseph Biden, en el Congreso, anunciando a la Nación su programa de gobierno a 100 días de haber llegado a la Casa Blanca, ha pegado una bofetada a quienes así piensan. Critica Biden la escandalosa concentración de riqueza -aumentada más durante la pandemia-, dando por tierra los enunciados de los adalides de la teoría del derrame (adocenado por el macrismo bajo el léxico de los brotes verdes”) y a quienes denostan el sindicalismo. A contrapelo de su antecesor, Donald Trump, propugna la creación de impuestos a grandes fortunas y la sindicalización, fortaleciendo la economía desde las pequeñas empresas y en toda la amplia extensión de los EEUU.
El plan está orientado a crear millones de empleos, sobre todo para quienes no poseen título universitario.
Es increíble como los medios hegemónicos ningunean las palabras del Presidente de la potencia que habitualmente eligen como ejemplo. Sin dejar de pensar que EEUU, por esencia (su destino manifiesto”) no dejara a un lado su conducta imperial, hoy amenazada por el coloso chino. Lo cierto es que, fronteras adentro, está pensando en direccionarse hacia un modelo económico con amplia base social, sindicalización y democratización empresaria.
Dichas posturas –en que están incluidos el rol del Estado y los efectos sobre la sociedad civil- no son nada nuevas. Keynes lo había anticipado, como apuesta a afrontar por los países desarrollados. Por supuesto –y este es el error de muchos keynesianos ortodoxos– su pensamiento no es de aplicación simétrica en economías dependientes.
Es interesante valorar una película poco difundida que seguramente por su título, Cita con Perón”, puede pensarse que es de signo partidario. Se trata de un documental ficcional, basado en un hecho real documentado en base a una versión taquigráfica fidedigna de uno de sus asistentes, Augusto Rodríguez Larreta, tío abuelo del actual jefe de Gobierno de Buenos Aires. Por eso oscuros meandros de la historia, estuvo oculta hasta que el diario La Nación lo publicó el 17 de mayo de 1998. El coronel Juan Perón –entonces secretario de Trabajo de la Nación- es invitado, en el año 1944, cena mediante, a tranquilizar a un grupo de empresarios (círculo rojo”, diríamos hoy), preocupados por el avance del comunismo con el fortalecimiento de la Unión Soviética: le advertían a Perón que sus iniciativas en defensa de los trabajadores ponían en peligro la propiedad privada. El entonces joven coronel trató de persuadir a los comensales que una política social –imbuida de la industrialización del país y el rol activo del Estado- que garantizase los derechos de los trabajadores no puede representar temor alguno. Sin las anteojeras de prejuicios ideológicos, el film de Jorge Gaggero (puede verse en YouTube) merece discutirse sin banderías.
La reunión termina en una tensa despedida. En nada los convence Perón. Tal vez ahora Biden sí, ochenta años después.