Con sus virtudes, imperfecciones y desafíos, la democracia sigue siendo la forma más justa y conveniente para vivir en paz y armonía. Esta convicción cobra una fuerza singular en un país como el nuestro, donde el recuerdo de las dictaduras militares aún duele. Aquellos regímenes opresores nos condenaron a un Estado sin libertades individuales, donde pensar era peligroso, hablar estaba prohibido y criticar podía ser una sentencia de muerte.
No existe, hasta el momento, un sistema de convivencia superior al democrático. Es el único que nos permite elegir a nuestros representantes —desde el sillón presidencial hasta la banca legislativa— mediante el ejercicio soberano del voto. Tras la oscura noche del golpe cívico-militar-eclesiástico de 1976, Argentina inició un nuevo ciclo político en 1983. Desde entonces, y por primera vez en nuestra historia, la ciudadanía ejerce ininterrumpidamente el derecho a votar. Esta conquista histórica permitió imaginar nuevos horizontes de vida colectiva, a pesar de la profunda herida dejada por el terrorismo de Estado.
La democracia es mucho más que un sistema: es la negación del poder individual.
Los desafíos que enfrenta nuestra nación desde entonces son enormes: consolidar el Estado de derecho, reparar el tejido social dañado y producir nuevas formas de convivencia que garanticen cada vez más libertad, justicia social e igualdad en la diversidad. La democracia es mucho más que un sistema político; es el marco que posibilita la participación ciudadana, la existencia de diferencias legítimas y la expresión de opiniones contrapuestas. El concepto en sí mismo conlleva la premisa de que el poder no reside en una sola persona o un grupo, sino en la pluralidad de la sociedad.
El derecho al voto es la instancia fundamental de participación en nuestro sistema, destacándose por ser un acontecimiento que enlaza simultáneamente los derechos y los deberes de la ciudadanía. Este domingo, los argentinos volveremos a las urnas. El domingo elegiremos a las mujeres y hombres que, desde su banca en el Congreso, levantarán la mano para aprobar o vetar las leyes. Ellos son, en definitiva, los verdaderos representantes del pueblo que, con el poder delegado por nuestro voto, tienen la responsabilidad de construir un país mejor.









