Ciertos eventos históricos pueden actuar como catalizadores de transformaciones políticas profundas y aceleradas. En el complejo escenario argentino, el análisis que se desprende de las reflexiones de Cristina Fernández de Kirchner fija un punto de partida de enorme carga simbólica para la virulenta ofensiva judicial, mediática y política en su contra: la muerte del Papa Francisco.
Este suceso, ocurrido en el plano global, es interpretado no como la causa de la hostilidad, sino como el «punto de inflexión» que eliminó un dique de contención simbólico y político, dando vía libre a actores de poder que esperaban la desaparición de una figura de contrapeso global para ejecutar sus planes.
Habló Cristina, lo hizo a través de un documento con la pluma afilada que la caracteriza. Habló Cristina y puso orden a las ideas que desde la noche del domingo rumean en la cabeza de muchos argentinos y argentinas.
El vacío simbólico y la acción inédita
La cronología de los hechos, según Kirchner, busca refutar cualquier noción de coincidencia. La ofensiva se desató apenas un mes y medio después de la muerte del Papa Francisco, momento en el que, en «forma inédita y en tiempo récord», se ordenó su prisión y su proscripción de por vida para ejercer cargos públicos.
Esta celeridad calculada subraya la naturaleza excepcional y deliberada de la acción. El objetivo de esta ofensiva, describe la ex presidenta, va más allá de lo personal: se busca no solo lograr la proscripción de la exmandataria, sino fundamentalmente «quebrar su organización social y política» para transformar Argentina en «una factoría».
La Anatomía de la Persecución: La «Justicia Selectiva»
Cristina señala en su escrito que esta ofensiva catalizada se articula mediante el lawfare, utilizando sistemáticamente el aparato judicial como un arma política. El brazo ejecutor de esta estrategia es identificado como «La Corte de Los Tres».
La evidencia más contundente de esta justicia selectiva, identifica CFK, se manifestó el día posterior a las elecciones del 26 de octubre, cuando la Corte emitió una serie de fallos que trazaron una línea divisoria entre el tratamiento judicial a opositores y a dirigentes peronistas.
Mientras que Mauricio Macri fue sobreseído en la sensible causa de espionaje a los familiares del ARA San Juan, y se emitieron sobreseimientos para Caputo, Sturzenegger y Milei en diversas causas penales, el tratamiento al campo nacional y popular fue diametralmente opuesto:
Se confirmó la condena contra Martín Sabbatella, «un símbolo de la lucha contra los monopolios mediáticos»; se rechazaron al menos diez recursos presentados por Cristina Kirchner, incluyendo uno vital en la causa que investiga el intento de magnicidio en su contra; la Corte coronó su «día de furia antiperonista» al confirmar dos condenas contra Guillermo Moreno, que incluyen no solo privación de la libertad, sino la «INHABILITACIÓN DE POR VIDA PARA EJERCER CARGOS PÚBLICOS».
La inhabilitación de por vida no es una pena accesoria, sino «el propósito central de la ofensiva». La conclusión extraída por Kirchner es grave: «la dirigencia política, sindical y social en la Argentina está en libertad condicional». El fin último de este efecto disciplinador es que «ningún dirigente se atreva a defender los intereses de la Nación y del Pueblo» y a ejercer políticas a favor del desendeudamiento y la mejora de la calidad de vida de las mayorías.
El Mandato de Liderazgo: Cabeza, Corazón y Coraje
Frente a esta ofensiva multifacética —que también utiliza el miedo, la presión del dólar y la injerencia extranjera, como la mención del Tesoro de los EEUU—, la respuesta estratégica que ofrece Cristina es un llamado a la acción que requiere cualidades dirigenciales específicas.
La necesidad de dirigentes con «cabeza, corazón y mucho, pero mucho coraje» surge como un mandato imperativo en el contexto de la fragmentación del campo nacional y popular.
Según el análisis de Kirchner, la «cabeza» demanda la capacidad de análisis correcto y de no temer el debate de ideas. Requiere revisar estrategias y repensar conceptos en áreas cruciales como lo estatal, lo educativo y el sistema monetario, reconociendo que el país que existía en 2015 «no existe más». La unidad es esencial, pero debe ir acompañada de «cohesión y claridad estratégica y programática».
El «corazón», sostiene Cristina, representa la convicción y la lealtad a los objetivos superiores. Implica sostener el «valor de la unidad como instrumento político» de construcción nacional, popular y democrática, con el foco en «ganar las elecciones».
Finalmente, el «coraje» —»mucho, pero mucho coraje»—es el elemento más urgente para enfrentar la ofensiva. Los dirigentes lo necesitan para resistir la persecución judicial/mediática y oponerse a las maniobras de «división y balcanización» del campo nacional y popular a través de la cooptación y seducción de dirigentes. Este coraje es indispensable para la defensa de los intereses nacionales.
Ante la conclusión de que se viene una «fuerte ofensiva», la estrategia propuesta culmina con una lección de la historia: la necesidad de «Estudie historia, estudie historia, estudie historia», como herramienta política fundamental para enfrentar este escenario post-inflexión y preparar al movimiento para una lucha que será larga y compleja.
A los compañeros y compañeras militantes:
En primer lugar quiero dar un profundo reconocimiento y agradecimiento a todos los compañeros y compañeras que trabajaron a lo largo y a lo ancho del país en nombre del peronismo para estas elecciones.
Al mismo tiempo, con el objetivo…
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) October 31, 2025
 
			 
			 
                    




 
							




