En Argentina, hace 27 años que existe una ley que otorga el derecho a las personas con movilidad reducida de poder trasladarse sin impedimentos. Tal es así, que en 1994 se modificaba la reglamentación 22.431 y se establecía que todas las personas con dificultad para movilizarse tenían el derecho de gozar de las adecuadas condiciones de seguridad y autonomía como elemento primordial para el desarrollo de las actividades de la vida diaria, sin restricciones derivadas del ámbito físico urbano, arquitectónico o del transporte”.
Por esos años, Andrea Cabrera, una joven oriunda de la localidad Freyre, era diagnosticada con esclerosis múltiple, una enfermedad que aún no tiene cura y que afecta al sistema nervioso central.
Desde ese momento, hace 25 años que lucha cada día por llevar una vida normal, aun teniendo que usar andador y silla de ruedas. Sin embargo, experiencias como la que vivió durante sus vacaciones en las sierras la llevan a preguntarse: los que no podemos caminar, ¿no tenemos derecho a disfrutar de unas vacaciones?”, reabriendo el necesario debate acerca de la accesibilidad.
Este año, Andrea decidió pasar unos días en Potrero de Garay junto a su familia. Sin embargo, lo que pretendía ser un momento de tranquilidad y disfrute, terminó siendo un suplicio”, comentó.
Encontrar una estación de servicio con baños para discapacitados adecuados y limpios fue una tarea casi imposible”, relató la mujer, quien sostuvo que se trató de una situación repetida.
Fuimos a varios lugares de conocida ‘fama’ en San Clemente, Potrero de Garay, Villa Ciudad de América y Los Reartes. En ninguno de ellos había baño para discapacitados, ni siquiera puertas anchas para que pase con el andador. Ni hablar de la existencia de una rampa”, explicó Andrea sobre las condiciones en bares y restaurantes. Pero la falta de accesibilidad no sólo abarcó a establecimientos privados, sino también a también municipios y comunas, que violan los derechos para personas con movilidad reducida.
En los ríos, Andrea no pudo siquiera tocar el agua con los pies por la inexistencia de infraestructura que le permita movilizarse. Ni una ‘bajada accesible’. Volví a Freyre sin tocar el agua, con la frustración de no poder disfrutar con mi familia esos momentos, solo me quedó la opción de mirar de lejos”, finalizó Cabrera.