Cada sábado por la tarde, un grupo de 20 mujeres se reúne en el Museo Emilio Caraffa para compartir una misma pasión: el bordado. Ellas transforman el hilo y la aguja en herramienta de expresión y hace casi una década dan vida a sus historias personales, memorias colectivas y luchas sociales.
El grupo “Bordadoras en el Museo” nació en 2016 en el Museo Evita – Palacio Ferreyra y este año se mudó al Caraffa. Pero la idea surgió desde sectores populares, a donde se llevaba el proyecto Vaivén de la Facultad de Artes buscando comprender las formas de arte contemporáneo en espacios de encuentro e intercambio de saberes.
Desde ahí hasta ahora, han habido muchos avances en sus técnicas y formas de expresión, y sus obras han llegado a múltiples espacios culturales. Actualmente, la muestra “Esos paisajes de los que estamos hechas” que se encuentra hasta el 22 de junio en el Museo Caraffa expone sus últimas creaciones inspiradas en sus propias historias. Se trata de la cristalización simbólica personal pero que en su conjunto hacen un relato colectivo único. La muestra puede visitarse de martes a domingos y feriados, de 10 a 19 horas a un valor de $ 1.000 y con entrada gratuita los días miércoles.
Los orígenes, tejidos con la comunidad
“El proyecto nace de un trabajo previo que realizaba con estudiantes de la Facultad de Artes”, explicó a HOY DÍA CÓRDOBA Mariana del Val, directora del Museo Caraffa, profesora de la Facultad de Artes de la UNC y fundadora del colectivo. “Nos movíamos por distintos barrios populares como Villa Nylon, comunidades de ladrilleros, Barrio Chino, Yofre y otros, con un enfoque que tenía que ver con las formas relacionales del arte contemporáneo. Formaba parte de distintas experiencias: huertas comunitarias, museos en casitas, talleres gastronómicos. En ese camino, conocí a Micaela Peralta, una joven que bordaba trajes de murga. Le pregunté si se animaba a enseñar, y ella me dijo que ni siquiera tenía la escuela primaria terminada”, relató.
Cuando Mariana asumió la dirección del Museo Evita, decidió llevar esa experiencia al espacio institucional. Convocó a Micaela, quien finalmente aceptó enseñar y a las mamás de alumnos que habían participado del proyecto Vaivén, muchas de las cuales jamás habían pisado un museo. Así comenzó la ronda de los sábados: “Nos reuníamos a aprender, a charlar, a estar. Para mí, la obra de arte era ese encuentro, ese espacio de reflexión y difrute entre mujeres”.
La fundadora cuenta que a fin de año surgió la idea de hacer una exposición y recordó: “Yo pensaba que el arte era la ronda misma, pero ellas querían mostrar lo que hacían, y así nació la primera muestra: Bordar, que fue un suceso, gustó muchísimo, vinieron artistas a verlo, realmente lo que se exponía era rarísimo porque eran todo tipo de cosas”.
Ese primer impulso fue el punto de partida de una historia que no dejó de crecer y el grupo comenzó a elegir temáticas de alguna forma presentes en sus vidas sobre las que bordar: los mitos de género, el caos, la violencia de género, la diversidad. El primer tópico que se abordó fue “la soledad y su contrapunto”, y fue un desafío porque muchas de las mujeres vivían en casas chicas de barrios populares y tenían varios hijos. “Nunca estaban solas, y venir al museo era un momento en el que no existían las responsabilidades, un espacio para ellas, para reirnos, disfrutar, comer cosas ricas y crear. Desde ahí se empezó a pensar en las dimensiones de la soledad, que para algunas era algo muy bueno y para otras muy malo. Trabajamos con psicólogos y sociólogos para entender ese contrapunto de la soledad”, asegura Mariana, y en ese sentido, destaca que el arte del bordado, enseñado unas a otras, fue siempre “un medio y no fin”. Una especie de puente para expresar, resignificar y también comprender lo que les pasaba.
La exposición actual condensa un año de trabajo colectivo donde la poesía fue protagonista. “Nos encontramos con el colectivo Jeta Brava, con María Teresa Andruetto, leímos, escribimos. La palabra fue el hilo conductor, pero todo se transformó en imagen bordada”, detalla Mariana. “El bordado es una forma de transformar lo que pienso y siento en algo visible, en algo que puedo compartir. Y si no me gusta, lo desarmo y lo vuelvo a empezar. Creo que ese desafío no tiene que ver con el no saber hacer, sino con el poder aprender”, resaltó.
Para las bordadoras, un espacio de diálogo, contención y arte
Hoy, las “Bordadoras en el Museo” son 20 mujeres de edades, trayectorias y contextos diversos: amas de casa, artistas, docentes, estudiantes, madres, hijas. Algunas provienen de sectores populares y otras de distintas provincias, pero todas coinciden en algo: el proyecto cambió sus vidas. Ellas también dieron sus testimonios al medio y contaron lo que significa hacer arte en grupo.
Sabina Zamudio, integrante desde 2019 y también parte del equipo del Museo Caraffa, lo resume así: “Yo ya sabía bordar, pero necesitaba compartir. Venía de una formación muy académica, y estaba buscando una forma de trabajar lo artístico sin la soledad del taller. Acá encontré un espacio para crear colectivamente, para atravesar temas en comunidad, para sentarme y sentir que bordar era mucho más que bordar: era dialogar, reír, pensar juntas”.
Ana María Bottazzi, otra de las pioneras del colectivo, recuerda la idea que nació desde un trabajo en los barrios con la Universidad Nacional de Córdoba. “Una de las mujeres, que bordaba trajes de murga, nos enseñó. Y a partir de allí no paramos. Este año hice también la curaduría de la muestra, que trabajó la autorreferencialidad y el lenguaje poético. Fue un proceso muy íntimo, en el que cada una eligió algo que la interpelaba: historias familiares, identidades, miedos, emociones. Lo simbólico estuvo muy presente”.
Muchas de las participantes llegaron al grupo sin haber bordado jamás ni haber pisado un museo. Otras venían del mundo del arte, pero buscaban una manera distinta de crear.
Andrea Videla lo cuenta con emoción: “Yo no había entrado nunca a un museo. Un día fui por una actividad con mis hijos y me quedé mirando a las mujeres que bordaban. Mariana me invitó y desde entonces no paré. Llevo nueve años en el grupo. Después empecé a llevar a mi mamá, a mis hermanos. Es un grupo hermoso”.
Itatí Rojas, que participó desde el inicio, dice que el grupo es mucho más que una actividad artística: “Es un grupo de mujeres que se quieren mucho y que se juntan a bordar y a hacer arte”.
Constanza Molina, docente de arte de la UNC, se sumó en pandemia, cuando los encuentros eran virtuales. “Fue un refugio, un conectar con el deseo que por esos momentos tan complejos de pandemia lo había perdido un poco, así que fue una conexión con el deseo, no solamente del volver a hacer algo artístico, que era en este caso el bordado, sino también conectarme con mis deseos como mujer, como artista y en un colectivo, pensar el arte de manera siempre así, colectiva y comunitaria. Aprendí muchísimo, no solo el bordado, sino sobre afectividad, escucha, contención. Es un espacio muy amoroso”.
Reconocimientos
El trabajo del colectivo ha sido reconocido por instituciones culturales y sociales. Desde 2017, el proyecto está inscripto en la Secretaría de Extensión de la UNC y en 2018 fue declarado de Interés Cultural y Provincial por la Legislatura de Córdoba. Además, recibieron becas del Fondo Nacional de las Artes, premios del programa Obrar de la Municipalidad y han realizado intercambios con otros colectivos de mujeres.
También han expuesto en Buenos Aires, en el Museo Evita y en la Casa de la Provincia de Córdoba. “Para muchas fue la primera vez fuera de su barrio. Y allí nos trataron como artistas consagradas. Fue muy fuerte”, cuenta Mariana sobre la experiencia en Buenos Aires.
Cada muestra es la punta visible de un iceberg. Lo que no se ve –el tiempo, la escucha, los debates, los silencios, los vínculos– es quizás lo más valioso. Las “Bordadoras en el Museo” no solo cosen hilos: tejen comunidad, sentido, historia y memoria.