Se cumplen 20 años de la tragedia de Cromañón, un hecho bisagra no sólo para la música en Argentina, sino también la política, la justicia, la juventud y la cultura en el país.
Omar Chabán: antes y después de Cromañón
Empresario de la música, es el protagonista de la catástrofe ocurrida el 30 de diciembre de 2004 en República Cromañón. Esa noche negra estuvo presente y ciertamente se subió al escenario, pidió no usar pirotécnica y vaticinó un final catastrófico si el público no se portaba bien. Fue una predicción monstruosamente cierta.
Además de prófugo y responsable del incendio que le costó la vida a 194 personas y dejó más de 1400 heridos y traumatizados, era reconocido como uno de los productores más relevantes de la escena argentina. Promotor de la mítica discoteca Cemento, acompañó bandas como Soda Stereo, Sumo, los Redondos, Las Pelotas y Babasónicos…
Fue encontrado culpable por la justicia y condenado a 20 años de prisión por el delito de estrago doloso, pena que luego fue reducida y convertida en arresto domiciliario. Este beneficio, al igual que la furia de los familiares, perdieron sentido porque sus últimos días transcurrieron en un hospital con un cáncer linfático como expiación. Ajusticiado, maldito,y chivo expiatorio, falleció hace 10 años, el 17 de noviembre de 2014.
República Cromañón
Ubicada en Bartolomé Mitre al 3000, en el barrio porteño de Once, tenía autorizada una capacidad de 1031 asistentes. Era propiedad de Lagarto SA, una compañía cuya sede legal hacía equilibrio entre las Islas Vírgenes y Uruguay. Su titular era Henry Luis Vivas, un jubilado que realizaba tareas de pintura para sumar ingresos y sin saberlo encubría a Rafael Levy, un escabullidizo empresario que finalmente fue responsabilizado por la justicia. En esa sala ya había funcionado un boliche bajo el poco promisorio nombre de “El Reventón”.
Ya bautizado Cromañón, una semana antes la tragedia había sufrido un primer incendio. Lo apagaron con cerveza.
La tragedia: tres minutos que cambiaron la historia de la cultura
El 30 de diciembre de 2004, Callejeros -una banda icónica del rock barrial- ofreció el último de tres conciertos previstos en el “templo del rock”. Esta masacre nocturna es considerada la peor tragedia de la historia del rock mundial y una de las noches de mayor luto nacional.
Los gritos de algarabía que entonaban 4000 pibas y pibes fueron reemplazados por aullidos desesperados a 3 minutos de iniciado el espectáculo, cuando una candela incendió la mediasombra y el techo y empezó a vomitar humo tóxico.
Este acontecimiento marca un antes y un después en la cultura de la Argentina y dejó una cicatriz devastadora en la sociedad. Las condenas personales y la persecución de la banda son una parte de los grandes cambios culturales, artísticos, y políticos que representó este punto de inflexión en la historia espectacular de nuestro país.
Callejeros sin panegírico
Sus integrantes fueron Patricio Fontanet, Elio Delgado, Maximiliano Djerfy, Eduardo Vázquez, Christian Torrejón y Juan Alberto Carbone. Daniel Cardell, el escenógrafo, y Diego Argañaraz, manager, fueron juzgados y condenados por su participación en la producción y condiciones de seguridad del espectáculo. Un dato ilustrativo es que Cardell -insistimos, escenógrafo- recibió una condena mayor que los funcionarios juzgados.
Celebrada y maldita, esta banda nacida en Villa Celina comenzó su andadura en 1995 aglutinando las juventudes atravesadas por un tiempo devaluado y resentido. Su primer disco fue Solo x hoy (1997) y le siguieron Callejeros (1998), Adelantos (2000), Presión (2003) y Rocanroles sin Destino (2004). Fontanet y Torrejón se refugiaron, luego, en Casi Justicia Social, repitiendo con su acrónimo las letras CJS de Callejeros y en 2014, adoptaron el nombre de Don Osvaldo.
Esa noche de dolor, al tomar la palabra el cantante preguntó “¿Nos vamos a portar bien?” y después los vientos sonaron otra vez, agrediendo el final. La voz de Pato estaba amargada, sonaba desgastada, y resbalaba entre los charcos de la melancolía urbana. El público se desvanecía en una trampa mortal de salidas con candado, matafuegos vencidos y servicios de emergencia desbordados. Después, personas y familiares de la banda se perdieron para no encontrarse más, mientras el último vaso de cerveza bien fría se caía de la barra. La luna y las estrellas no olvidarán que fueron los pibes quienes entraron a rescatar amigos y familiares en la oscuridad asesina. Voces y ni una palabra, un montón de caras y ni una mirada.
El candado y la política
La historia es un ejercicio ideológico y la fatídica noche de Cromañón estuvo siempre relojeando al cielo. Meses más tarde Aníbal Ibarra, jefe de Gobierno porteño, fue destituido en un juicio político de fuerte presión mediática. Abuelas de Plaza de Mayo, organizaciones víctimas de gatillo fácil y otros referentes denunciaron la utilización partidaria de la masacre en favor de la oposición. Alberto Fernández también fue un actor directo, puesto que era el jefe de Gabinete nacional. En pareja con Vilma Ibarra, hermana de Aníbal, desconoció las denuncias de la calle y el dolor de la vereda.
Mochilas, zapatillas y cambios culturales
Cromañón cambió la historia de la cultura en el país. Aquellos conciertos donde el público era protagonista -a veces incluyendo una especie de barbarie liberadora, a veces convocando a la familia para un ritual rockero-, colapsó el desarrollo creativo de la nación y atentó contra cada canción que florecía y cada dramaturgia que nos interpelaba.
Resulta imposible situar la carga de tantas muertes. Pero sin lugar a dudas, la industria del espectáculo se vio atravesada de forma crítica. El arte, en general, también sufrió una trasmutación y como daño colateral cerraron cientos de salas teatrales, galerías, e inclusive el sector gastronómico se vio convulsionado.
Festivales, boliches y salas de conciertos fueron una parte de la estrategia reduccionista en favor de nadie y en perjuicio de la creatividad. Esta tragedia también representó la sentencia de miles de trabajadores de la cultura (por un crimen que no cometieron) a una condición social estigmática, además de la pérdida de sus fuentes de trabajo.
Si pudiésemos escribir una elegía sobre Cromañón y sus víctimas deberíamos reflexionar sobre el costo que siempre pagan los integrantes del sistema cultural. Décadas más tarde han cambiado las condiciones de producción, pero en cada crisis económica, como en cada política de estado tacaña, la sociedad está dispuesta a sacrificar, ni más ni menos que la condición cultural en beneficio de una subconciencia reduccionista.
Se aleja el sonido del show, pasan las sirenas y el pavimento pareciera vaticinar el fin del aguante.-