Recordar a Francisco es evocar, mediante verbos e imágenes, la memoria agradecida de este pastor con olor a ovejas. Inevitablemente, resuena su modo de transmitir, que considero propio de un «Papa de los verbos». Siempre recuerdo aquellos hermosos verbos que nos legó en Evangelii Gaudium, como «primerear». No creo que fuera casual su constante invención de nuevos verbos y neologismos. Tras cada verbo, intuyo su profunda misión de trascender las palabras bonitas del Evangelio y traducirlas en acción.
Las imágenes que nos regaló Francisco no son meramente estéticas; son una genuina interpelación para todos los cristianos, para todos los bautizados, y especialmente para nosotros, los sacerdotes. Su figura de pastor con olor a ovejas nos llegó al corazón, infundiendo un impulso, una frescura, una verdadera primavera vocacional para quienes llevamos años en el sacerdocio.
Últimamente, ese «todos, todos, todos» nos movilizó, amplió horizontes, abrió puertas, sacudió estructuras, nos abrió los ojos. No podemos olvidar su lucha y su testamento espiritual en el signo de la sinodalidad, donde precisamente encarnó esos verbos que tan ingeniosamente nos ofrecía. Ese «todos, todos, todos» se tradujo, y él quiso que se tradujera, en ese signo de la sinodalidad, buscando construir y dar pasos firmes y seguros para que no quedara en meras palabras o imágenes, sino que se convirtiera en una auténtica realidad eclesial, en una cultura eclesial de comunión y participación.
El «papa de los gestos» nos sorprendió al salir a la logia el día de su elección, comenzando su pontificado con un sencillo y cercano «buona seras», palabras de un hombre enamorado del Jesús que caminó junto a los discípulos de Emaús, escuchándolos y haciendo arder sus corazones. Ese Papa, apenas elegido, lo primero que hizo fue ir a Lampedusa, a esa herida abierta en Europa y en el mundo donde tantas esperanzas se ahogaban en un mar de injusticias.
Francisco tuvo la enorme responsabilidad y visión de visibilizar a los invisibles. Las flores sobre el mar nos interpelaron a todos, haciéndonos ver lo que nadie veía: las esperanzas ahogadas en el mar de la injusticia. A partir de Lampedusa, el debate se abrió y comenzaron a abrirse puertas y compromisos, aunque solo fuera el comienzo.
Un Papa profundamente misionero, un Papa de los sencillos y humildes, un Papa que quiso que Roma tuviera olor a Evangelio. Un Papa que también comprendió y asumió el legado de los pontífices anteriores y profundizó el legado del Concilio Vaticano II.
Creo que necesitaremos mucho tiempo para asimilar todo lo que nos ha dejado Francisco. Nos ha dejado una misión: salir al encuentro de Jesús y vivirlo, no con palabras ni imágenes, sino con verbos, con acciones, como a él le gustaba y como él nos enseña.
Gracias, Francisco. Gracias por tu obra, tu legado, tus palabras, tus gestos, que nos dejan muchos verbos para el camino y nos invitan a actuar.
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