En el corazón del Hospital Oncológico Provincial Dr. José Miguel Urrutia, un proyecto artístico y humano rompió la rutina de una mañana cualquiera. Se trata de «La Fábrica de Historias», una iniciativa que une la sensibilidad del arte con la potencia transformadora de la comunidad. Bajo la coordinación de Carlos Szulkin, titiritero y personal técnico de la secretaría de extensión de la Facultad de Filosofía y Humanidades UNC, un grupo de mujeres en tratamiento oncológico creó y presentó tres obras de títeres de sombra que conmovieron a todo el hospital.
“El miércoles 23 de abril, a las 11 de la mañana, la sala de espera se convirtió en un auditorio. Se bajaron las luces, se armó el espacio para la función… y algo cambió”, cuenta Szulkin. “Pacientes, médicos, enfermeros, personal de limpieza, todos se detuvieron a ver. Se generó una atmósfera distinta, más humana. Fue conmovedor”.

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El proyecto surgió a partir de un diálogo entre la universidad y el área de salud mental del hospital, coordinada por la licenciada Milena Vigil. Allí funciona un espacio llamado Bienestar, donde unas 30 mujeres participan semanalmente de actividades terapéuticas y artísticas. “A partir de febrero, propusimos sumar un taller de títeres. No buscábamos formar artistas ni lograr una estética refinada, sino habilitar una herramienta de expresión que permitiera simbolizar experiencias desde un lugar lúdico, crítico y creativo”, explica Szulkin.
El proceso tuvo tres etapas: producción narrativa, producción plástica y producción dramática. Primero, las mujeres compartieron historias personales, muchas de ellas ligadas a su infancia o adolescencia, con un tono mayormente humorístico. Luego, crearon las siluetas para los títeres de sombra, y finalmente, se prepararon para la puesta en escena. Las obras, de cinco minutos cada una, fueron el resultado de este trabajo colectivo y emocional.

Lo más significativo fue que “las propias mujeres realizaron los espectáculos”. Las tres obras de títeres abordaron temáticas referidas a sus infancias y adolescencias, desde una perspectiva que inicialmente despertaba lo cómico, permitiéndoles contar algo a otros. En un contexto marcado por los diagnósticos y tratamientos, esta experiencia les brindó la oportunidad de “vivenciar otro momento, tomar cierta distancia de estos procesos tan complejos y difíciles y poder tener un encuentro recreativo”, además de un reencuentro con sus propias vivencias desde una mirada crítica.
“La propuesta tuvo un impacto fuerte porque permitió a estas mujeres, que atraviesan un momento tan complejo, conectar con algo vital. Hubo alegría, emoción, identificación. Fue una forma de tomar distancia de la enfermedad, de reencontrarse con el juego, con sus propias historias, con las otras”, reflexiona Szulkin.
Si bien Szulkin cuenta con una amplia trayectoria coordinando grupos y utilizando el teatro de títeres con diversos fines, en los últimos 15 años se ha dedicado a construir una metodología de taller que permita a personas sin interés artístico usar esta herramienta para expresarse y reflexionar sobre su realidad. Ha trabajado con docentes, abordando problemáticas escolares, y con niños en contextos rurales, utilizando el títere como un “recurso social para abordar las temáticas que queramos”.
“La Fábrica de Historias” no solo demuestra el poder sanador del arte, sino también la importancia del compromiso entre instituciones públicas. Szulkin resalta la importancia de este proyecto como una colaboración entre la universidad y el hospital, especialmente en tiempos de limitaciones presupuestarias: “A veces se pregunta en qué gasta la universidad pública o para qué se usan los recursos que dispone la universidad. Bueno, entre ellos tiene que ver con actividades de investigación, docencia, pero también extensión”, afirma.
En ese hospital, al menos por un rato, los títeres hicieron magia: transformaron el dolor en historia, la espera en encuentro, y el arte en un puente de humanidad.
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