Hasta 1970, explotar la tierra para extraer tungsteno (o wolframio), era un proceso rentable. Por esta razón, a finales del siglo XIX, se instaló una gran mina en las Sierras Grandes, al sur de Calamuchita y muy cerca con la frontera de San Luis.
Hoy, la naturaleza volvió a ganar su lugar en ese terreno. Se trata de la mina de San Virgilio, donde se extraía este mineral y que se encuentra en estado de abandono, aunque con la intención de ser reactivada turísticamente.
Llegar hasta ella no es algo simple. De Córdoba Capital está a 190 kilómetros y a algo más de 3 horas. Para hacerlo, hay que subir bastante hasta llegar a una de las partes más altas de las Sierras Grandes, una quebrada a 1.700 metros de altura. Como se imaginarán, el paisaje es magia pura: montaсas tapizadas de piedras y pastizales de altura, atravesadas por arroyos y ríos cristalinos que aún conservan en sus riberas mini bosques de tabaquillos.
Como decía anteriormente, llegar hasta San Virgilio no es tarea fácil. El asfalto se termina en Elena, sobre la autovía de la ruta 36. Desde allí se recorren 25 kilómetros de ripio hasta la localidad Río los Sauces, ubicada al sur de Calamuchita y de la cual asoma el camino de 42 kilómetros que asciende hasta los 1.700 metros de altura del expueblo minero.
Lo más importante que hay que saber es que hasta el río Rodeo de los Caballos, el camino puede ser recorrido por la mayoría de los vehículos, si el conductor no es delicado. Pero una vez que se llega a ese punto, solo siguen las motos, las camionetas preparadas para travesías, las cabalgatas o a pie.
Este trayecto final son unos ocho kilómetros, que atraviesan un frondoso pinar, y que se pueden hacer en dos horas de trekking sin apurar el paso, en algo más de una hora en camioneta y en algo menos en motos.
Se trata de un gran sendero para los amantes de los deportes de aventura ya que se encuentra en un entorno que deja sin palabras. Para llegar, hay que atravesar dos ríos transparentes y atractivos, el Guacha Corral y el Rodeo de los Caballos, que terminan nutriendo al Quillinzo. Entre los arroyos y ondulaciones, sobresale la belleza de la Quebrada del Rayo. Y arriba, la presencia casi cotidiana de los cóndores en alto vuelo, una atracción en sí misma.
De lo que fue este importante y pujante pueblo minero, que llegó a albergar hasta 600 personas, hoy solo quedan restos de un pasado que se borró muy fácilmente de la memoria de los cordobeses. Este lugar que nos recuerda la importancia que alguna vez supo tener la actividad minera para la provincia es casi desconocido para la mayoría.
Quedan en pie, aunque muy deterioradas, varias viviendas de los jefes mineros, lo que fue la proveeduría, el frigorífico, la cantina, el dispensario, la escuela y el galpón desde el que se generaba energía eléctrica. En tanto las casas de los obreros, mas precarias y de madera, desaparecieron de ese mapa hace décadas.
Hoy el pueblo es explotado por Jorge Rocha, quien vivió allí cuando era niño ya que su padre fue uno de los obreros que extraía mineral de las Sierras Grandes. Darío, su padre, se quedó en la década de 1970 con la explotación, tiempo ya de la decadencia, cuando para las compañías mineras ya no era negocio.
Tras años sin presencia, Rocha retomó el permiso de uso que su familia tiene sobre la mina y empezó a recrear el lugar para el servicio turístico. De esta manera, ofrece no solo comidas a los visitantes sino la posibilidad de alojarse en un par de habitaciones recuperadas que alguna vez habitaron los mineros. Durante los años anteriores, los aventureros llegaban igual, aunque a un sitio sin gente.
En este lugar también se pueden recorrer algunos de los túneles que durante casi 70 años fueron testigos de los recorridos del mineral que se sacaba del interior de la tierra. Por seguridad, solo se acceden a algunos tramos y con acompañamiento de la gente del lugar. Se trata de una experiencia singular y sumamente atractiva que vale la pena realizar alguna vez en esta magnífica provincia.