Históricamente marzo ha tenido muy buena prensa. Se trata de un mes jerarquizado por su clima apacible, ideal para deportes al aire libre. Con las ventanillas bajas de tu cotidianidad, te dejarás abstraer por el aire y cada año darás rienda suelta a proyectos renovadores e inverosímiles en este período iniciático del año.
Puede que nunca en tu vida hayas agarrado una raqueta de tenis, pero, en el tercer mes, te sentirás con ánimo de comenzar clases o aceptar dobles con amigos. Si ya tenés polvo de ladrillo en las zapatillas, serás un Guillermo Vilas en su mejor momento: dirigido por el excéntrico Wes Anderson. Aquellas personas que corren, caminan, o se ejercitan en plazas también recibirán el llamado del espacio público y el disfrute. Pero no podrán atender.
Este mes que (información de servicio) aún no ha terminado se dispuso a exprimirnos. Y lo está consiguiendo.
Tengamos en cuenta que, si entrar y transitar la pandemia ha tenido un costo monumental, salir de ella e ingresar plenamente a la nueva normalidad, no puede ser menos costoso.
Marzo está pudiendo con nosotros. Se debe a su condición de bisagra entre el tiempo pre y post-hacinamiento, cuando todo es mucho y a la vez no alcanza para este cambio epocal.
Cansancio, agotamiento y alienación son el fruto maduro de una agenda personal, familiar y planetaria que se ha enemistado con nuestras posibilidades domésticas.
Credulidad y resfriado
Tristemente, el spoiler de este párrafo concluye que los cambios trascendentales son difíciles de incorporar. Si construimos una frágil agenda durante esa película en cámara lenta que fue la pandemia -especialmente en las fases más duras-y miramos por el retrovisor la incorporación de la meditación, un idioma pendiente, un blog de libros disfrutados, o hasta el placer de cocinar para los tuyos. Todo esto ha quedado atrás y en estos días sentimos esos placeres como una carga más.
En materia docente, los deseados encuentros presenciales para aprender o enseñar -a manera de ejemplo- han venido acompañados de los indeseados traslados a través de un tráfico pastoso y misteriosamente hostil. En cierta medida, hay algo de “retrotopía” al mirar el espejo del tiempo con la sensación de que menos presión social también era un refugio.
Marina Garcés propone que la modernidad diseñó un futuro para todos y la postmodernidad se ocupó de transformarlo en un presente agotadoramente inagotable. Es probable que, atascados en la fluidez del ahora continuo, haya aparecido un ruido en el motor de la vida que nos señaló nuestra finitud. Deseamos hacerlo todo porque hemos visto que la vida tiene final y acumulamos aquello que estaba pendiente, desde protestas sociales hasta visitas a familiares, pasando por estudios médicos. Vivimos un período insostenible donde se embotellan deportes infantiles con cheques devueltos y tesis por corregir.
En el extrañado período 2020 y 2021 vivimos esperando ese futuro hinchado de posibilidades. Ahora el futuro se presentó, pero la amarga hinchazón de responsabilidades ha resultado ser una profecía apocalíptica cumplida.
En la autopista de la vida están quienes aprietan las manos al pisar un bache, quienes le esquivan a riesgo de tumbar, y quienes resuelven marcarlo en Google Maps y gestionar su reparación. Estas personas “solucionistas”, así como aquellas “esquivas”, aprendieron el oficio de ser choferes del aislamiento social, aunque en este mes han vuelto a empantanarse.
Los resignados, además de las manos aprietan los dientes. Se desplazan como grandes caracoles moviendo su humanidad en el colapso de la agenda rumbo a la explotación, y -como si su destino fuera poco- tienen dificultades para llegar.
El masoquista puntual se atrasa y acumula ansiedad, puteando atrás de una manifestación del Polo Obrero mientras el hilo del tiempo se hace una maraña de responsabilidades.
Whatsapp sigue su juego ciego e impiadoso de demandas esquizofrénicas, mientras marzo declara la quiebra del año y la bancarrota de las horas agota la reserva de autoestima.
En Linkedin nadie vio tu perfil, toda esa dedicación invertida en Instagram ratifica que no sos un “influencer”, y nadie repostea tus ingeniosas frases de Twitter porque están erróneamente destinadas a señoras de Facebook que tienen problemas de conectividad en la residencia para adultos. Aunque la explicación es que las personas tienen menos tiempo para las redes sociales, tu confianza se cae a pedazos, y arrastra a la capacidad crítica hasta la resignación. La aspirás, como el llanto contenido, como los mocos del resfrío, que también trae el comienzo del otoño, porque el hermano malvado de febrero, con su intensidad, demuestra la hipótesis de los enciclopedistas: “la credulidad es la base de toda dominación porque implica una delegación de la inteligencia y de la convicción”.
Aéreo como el tenis, cambiante como las estaciones, denso como los amigos que más querés, marzo es la petulante promesa de un cambio asimétrico entre un pasado espeso y un futuro diluido cuya única promesa cumplida es la guerra. Una maniobra para esquivar un fracaso de las relaciones entre los artefactos sociales que le da toda la razón a Dawkins: pasan las épocas y volvemos a demostrar que “no somos más que excusas inventadas por los genes para pasear su propio éxito”.