Medio siglo antes que Hollywood popularizara las películas de Mr. Bond, hubo en la Patagonia otro Bond. También británico. Acaso de ojos azules y cabellera rubia. Y portaba armas, pero carecía del tacto y la educación del héroe de las películas. Sin embargo, logró cierta fama por su condición de cruel cazador de indios.
En “La Patagonia trágica” -a manera de introducción a los hechos de 1921, en donde murieron asesinados cientos de obreros rurales- José María Borrero intenta contar los antecedentes de los hechos a través de un personaje que, en un atardecer de verano en Punta Arenas, da detalles y nombra a pioneros, comerciantes y estancieros. Muestra de qué manera se apropiaron de gran parte de lo que es el territorio argentino y chileno sin más dilaciones que una carabina o un fusil. Matando a sangre fría a nativos indefensos.
El libro se editó por primera vez en 1928. Y fue el relato que le permitió a Osvaldo Bayer reconstruir los hechos de “La Patagonia rebelde”. Bayer, muchas veces, critica la falta de precisión y algunas ambigüedades que en el relato de Borrero sirven para proteger a algunos responsables.
Español y radical, Borrero no va directo al grano. Lo introduce mediante la recreación de un diálogo entre un periodista y un hombre blanco patagónico, sentados frente al monumento de Hernando de Magallanes.
“Lo de Alberdi, “gobernar es poblar”, letra muerta era para el último conquistador, señor serio y de armas, que bien pudo acompañar en el siglo primero des descubrimiento de América a los Cortez y los Pizarros”, describe Borrero. Refiere a José Menéndez, patriarca de una de las familias más poderosas de la Patagonia, aún hoy.
Menéndez, familiar y socio de los estancieros ingleses, será para Borrero el Último Conquistador. Resaltará su crueldad y su avidez: “En compañía de otros hombres de su laya y condición, mató a casi todos los indios de otra isla del Atlántico.”
Según la descripción de Borrero, fueron los “bolicheros”, los que se quedaron con el título de pioneros en ese Sur del mundo. Habla de familias integradas por seres sin escrúpulos, capaces de apropiarse en una noche del trabajo de años de balleneros y pescadores. Y también de los tesoros y la tierra de los selknam.
Entonces Mr. Bond y su versión de la historia llega para corroborar una leyenda negra: “Es un inglés viejo, muy viejo ya que vive en una estancia a la vera del río Santa Cruz”. Bond ha estado detenido un tiempo a pesar de su vejez. Lo acusan del envenenamiento del capataz y del peón de su propia estancia a la que ha bautizado El Tehuelche.
Esos pioneros, ingleses como Bond, usaban la libra esterlina como moneda de cambio. Ingleses son sus apellidos y su lengua materna, será inglesa la moneda que reciban por su trabajo: cazar indios para sus patrones: una libra esterlina por cada par de orejas de selknam o tehuelche. Trabajan para los bolicheros, convertidos ahora en exportadores
“Ellos se encargaron de destruir y hacer desaparecer por medio de las balas, del veneno y del alcohol para quedar a sus anchas, dueños y señores. Como hoy son, de las inmensas extensiones de tierra que explotan y que alcanzan a varios millones de hectáreas (…) A cambio de unas cuantas botellas de whisky, caña y aguardiente de la peor se obtenían pieles variadas y ricas, oro en polvo y pepitas”, dice Borrero.La estrategia de los pioneros fue
en un primer momento invadir los campos con caballos y matar los guanacos. Y después llevar tierra adentro ovejas y vacunos. Arrinconar en sus propios territorio a los nativos. Pero los indios “eran muy civilizados”, gracias a la acción de los salesianos, escribe el español.
Springhill: la palabra compuesta en inglés se puede traducir como Colina de Primavera. Con ese nombre bautizó una de sus estancias la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que llegó a tener tres millones de hectáreas: el más grande latifundio del país de los latifundios. “En cierta ocasión y en un punto de Tierra del Fuego que se denomina Spring Hill, quedó varada una ballena. No se sabe si la marea la arrastró o si fue llevada a propósito”, cuenta Borrero. Los cazadores de selknam la encontraron. Sabían que pronto los originarios irían por ella para alimentarse. Entonces, envenenaron el cadáver del animal. Murieron, sólo en un día, 500 personas al borde del mar. Colina de primavera.
“Esto lo cuenta Míster Bond, en ocasiones como chiste y con la mayor naturalidad. Y cuente que en Santa Cruz y Tierra del Fuego hay todavía muchos Míster Bond, alguno de los cuales ha llegado a ser socio del Jockey Club de Buenos Aires”. La cita es de la página 44 del libro de Borrero. El hombre anunciaba otras historias en un libro que se llamaría “Orgía de sangre”. No llegó a escribirlo. Los últimos selknam sobrevivieron hasta entrado el siglo XX, en una isla junto a los salesianos. Casi todos murieron. Fue tiempo antes del asesinato de obreros, en la primavera de 1921.