-Mi hermana no va a venir.
La Directora escuchó la letanía que confirmó lo que la preceptora le venía repitiendo cada vez que se le ordenaba que citara a los padres.
-La alumna está domiciliada en la casa de su hermana.
-Bueno, citen a la hermana entonces –había dicho apenas levantando la vista de una pila de papeles repetidos, listos para la firma automática. En la mano derecha blandía el sello de la escuela, en la izquierda la lapicera con la que reiteraba la rúbrica infinitamente.
“Mi hermana no va a venir”, había dicho la alumna ahora ante su presencia directriz.
– ¡¿Podés dejar de repetir como un rosario que tu hermana no va a venir?!
-Yo no voy a la Iglesia.
La Directora levantó la vista y la midió.
No. No era una burla.
-Llamen al Equipo de Orientación Escolar. Que se encargue de ella.
A disgusto se apersonó en la oficina de la Directora, la Orientadora Social. Llegó con el Legajo sobre el pecho, entre los brazos cruzados. La alumna estaba matriculada en el comedor escolar desde los seis años. Concurría regularmente durante el ciclo lectivo y también a la escuela de verano con la misma regularidad. La maestra de quinto había dejado registro de que el Ropero Escolar le había entregado campera, pantalón, un par de zapatillas y hasta cinco pares de medias. El informe ambiental escuetamente decía: hija de madre soltera. Tutora: La hermana mayor de dieciocho años, dos hermanas menores que la alumna. Conviven las cuatro con una nena de 10 meses, presumiblemente hija de la tutora. La vivienda es una construcción precaria que carece de instalaciones de agua corriente en baño y cocina. Techo de cartón. Piso de tierra.
-A ver qué pueden hacer con esta chica –ordenó la Directora rechazando la carpeta de cartón sin leerla. El nombre de la alumna escrito en imprenta cayó de cara sobre el escritorio. Las letras negras, parejas, manuscritas se destacaban sobre la etiqueta de papel reciclado.
-Citamos a la tutora legal más de cinco veces –confirmó la Preceptora. Mediante nota sellada y firmada y por teléfono celular.
-Estos negros no tienen un mango, pero tienen teléfonos que valen más que mi sueldo -pensó la Directora.
La Orientadora Social habló con la tensa suavidad que denunciaba ira contenida. Pero la respuesta de la alumna, como la del personaje de Melville, Bartleby, el escribiente, fue la misma: “Mi hermana no va a venir”.
– ¿Pero por qué no va a venir? ¿Trabaja?
-No
– ¿Está enferma?
-No
– ¿Y entonces?-No puede venir.
– ¿Le faltan las piernas? –ironizó la Directora al borde de la furia. La velocidad de las firmas sobre los papeles infinitos se incrementó y los documentos cambiaron de columna cada vez con mayor velocidad.
-Más o menos –respondió la alumna. El tono era monocorde pero no desafiante.
El sello rebotó nuevamente sobre los formularios del escritorio con un sonido seco.
– ¡Más o menos! Le falta una pierna, pero tiene la otra -dedujo la Directora.
El sello cayó como una sentencia una vez más sobre el formulario repetido.
– ¿Es normal? –preguntó la Directora. ¿La psicóloga la evaluó?
La profesional hacía un instante que miraba desde el umbral de la Dirección, pero ella se dirigía a la Preceptora quizás con intención de que su queja fuera escuchada por la aludida sin darle oportunidad a responder. La Directora necesitaba que su frustración impactara en algún blanco. Cualquier subalterno podía ser útil. Ya que la alumna no reconocía su autoridad, algún chivo expiatorio debía sentir la gravitación de su imperium.
-Estas dos (las del Equipo de Orientación Escolar) se rascan todo el día (se dirigía a la preceptora, pero su intención era lateral).
La Directora sentía que la frustración se transmutaba en odio. Los sentimientos la trabajaban por dentro tensándole los músculos del cuello.
La Asistente social animada por el reciente desprecio, intentó con la alumna una vez más.
-Si vos me decís el motivo por el que no puede venir a lo mejor yo te puedo ayudar. Si no voy a tener que ir al domicilio de tu hermana.
¿Vivís con ella, ¿no?
-Sí. Pero no va a poder venir.
-Bueno, mamita, si no me das una respuesta coherente voy a tener que actuar de otra manera…
El diminutivo lejos de ser cariñoso transmitía amenaza. La alumna con la cabeza baja sintió la voz intensa que podía provenir de cualquiera de las cuatro autoridades escolares presentes.
– ¿Por qué no va a poder venir? –intervino la psicóloga como quien reemplaza en la trinchera al compañero agotado.
La alumna alzó la cabeza y recorrió el ámbito. Quizás algo en el gesto o en la mirada de las cuatro autoridades le hicieron entender que debía responder la repetida pregunta con una respuesta diferente.
La Directora vio que la alumna cambiaba de posición. Quizás las impertérritas fuerzas institucionales habían roto la muralla de la ciudadela infranqueable.
La alumna se miró los pies, quizás levantó un poco los dedos; resopló y en la misma emisión de aire cansado dijo: “No va a poder venir porque las zapatillas las tengo yo”.