Vínculos intergeneracionales
Agosto no solo es el mes de los vientos, es el mes de los vínculos intergeneracionales en el Club de la Porota y ¡quien mejor que El Gringo Ramia para prologarlo! Nuestro flamante escritor se reunió con las amigas de su madre y participó de un ritual de más de 15 años: la juntada de las Sex and the City en Marvic (una conocida cafetería de la Ciudad de Córdoba) Quería saber quiénes eran, qué charlaban, de qué se reían y por qué seguían manteniendo ese ritual de lunes de por medio durante tanto tiempo.
Porota.
A Alicia, que ya no está y sigue estando, siempre
Llego puntual: 16.30hs. Mi madre, obviamente, ya está ahí. Seguramente saqué esa puntualidad insoportable de ella (y de mi padre, nobleza obliga). Pactamos no decir nada al resto de sus amigas. Yo caería de sorpresa, como quien anda dando vueltas justo por ahí, justo a esa hora. Mi objetivo era ver qué hacían, qué decían, qué contaban las Sex and the City, el “grupo de viejas” con las cuales MI vieja se junta desde hace unos 15 años. Yo quería ser invisible, verlas interactuar tal cuál son.
Saludo a mi madre. Ella se hace la sorprendida pero es malísima mintiendo, la mentira le chorrea por los ojos. Pero quizás solo yo me doy cuenta porque su amiga Eugenia no se percata y me saluda como si me conociera de toda la vida. Para mí es la primera vez que la veo pero ella me hace sentir que no, que ya nos hemos visto y eso me avergüenza un poco. Les digo que pasaba a saludar nomás y que si me invitaban un café me servía y mucho porque tenía un poco de sueño y trabajo adeudado. Prendo la notebook y empiezo a tipear las primeras palabras de mi trabajo.
Entre las cuatro y media y las cinco van llegando el resto de las chicas: Ani (80 años), Adriana (78), Susy (76) y Yoly (76), que se suman a Euge (67) y a Luisa (mi madre, de 68 años) No pudieron asistir a la juntada de hoy Cristina (74) y Cris (75). Todas me saludan con familiaridad, como si hace 15 años estuvieran escuchando de mí y de mis andanzas. Saben de qué trabajo, saben que escribo, saben que tengo un hijo, saben que se llama Pedro y que mi pareja hace pastelería saludable. Y yo no sé nada de ellas. ¿Por qué nunca me preocupé por conocer a las amigas de mi vieja? Ellas no son las únicas pero comparten un ritual de café y charlas desde hace más de una década y yo no sé ni sus nombres, ni los nombres de sus hijos, ni sus trabajos, ni sus andanzas.
Mientras esperamos las siete meriendas mi madre despliega sobre la mesa decenas de cajas de muestras gratis de medicamentos. Eugenia agradece y guarda en una bolsa unos que son para la tensión y de la misma bolsa saca unos paquetitos con regalos para cada una: agarraderas de lana. Otra de las chicas se guarda unos de color fucsia y así se van repartiendo remedios, como si fueran caramelos.
Mi neutralidad antropológica me dura poco porque a medida que charlan me dan ganas de participar, de acotar, de opinar. Cierro la notebook y me entrego a los tentáculos de la juntada. Poco a poco, como quien teje una manta infinita, voy metiéndome en la trama, me convierto en una más de ellas, en un hilo, en uno más. Se borran las diferencias de edad y somos una sola cosa que habla a los gritos, que se ríe a carcajadas, que se confunde, que escucha mal, que opina de A cuando estamos hablando de B. El que se separó es el hijo de Gerardo. ¿El de Alberto? No, tarada, el de Gerardo. Ah, ¿y el de Alberto no se separó?
¿Cómo funcionan los años cuando pasan los años? Digo: ¿cómo operan las diferencias de edad a medida que avanza la edad? Porque cuando tenés 12 años ves a los de 15 y te parecen adultos y la distancia parece abismal, insalvable. Pero a medida que pasan los años las islas se van conectando y se construyen puentes y luego rutas y luego el archipiélago se convierte en continente, en un país uniforme. Creo que tiene que ver con lo que nos une, lo que nos aglutina. Ellas se juntan religiosamente, cada quince días, a merendar, a charlar, a reírse. Lo que menos importa es la edad.
Ani, la más vieja del grupo, es la que tiene el humor más ingenioso. Le tiro centros difíciles y ella cabecea como si nada, me devuelve la pared y pica al gol. En un momento, al referirse a una de las Cristinas ausente, dice “acá somos todas City, la única que es Sex es la Cris, porque tiene novio” y todas reímos a carcajadas. Sí, todas, porque soy una de ellas.
En algún momento me acuerdo de mirar el reloj. Han pasado tres horas. El tiempo fluyó como río de montaña. Miro mi celular: mi hijo está volviendo de fútbol, mi otro hijo juega al básquet en breve, la cena todavía está en veremos, el mundo de pronto se me viene encima. Pongo un par de tabiques para contener la avalancha de la rutina y me quedo un rato más, hasta terminar de escuchar la anécdota de turno. Ya habrá tiempo para lo otro. Hoy soy una Sex and the City, una vieja más, una de las amigas de mi madre.
Llegué temprano con la intención de ser invisible. Me voy varias horas más tarde, siendo parte de algo, siendo alguien más.
Sebastián, “Gringo”, Ramia.
Espacio Nuestros Encuentros
Maria Esther Galván Barolin impulsa desde hace varios años un espacio al que han denominado “Nuestros espacios Córdoba”. Se trata de un grupo de personas mayores que, según Esther “son como familia” y que se reúnen cada quince días a bailar, compartir almuerzos, cenas, encuentros, viajes, etc. Si tenés ganas de renovar tu energía, de conocer nuevas amistades y de vincularte con personas de tu misma edad, no dudes en sumarte. Aquí dejamos su celular para que puedan pedir más información+54 9 3513 84-7165. Si queres conocer a Esther ingresá al Facebook o Instagram de @elclubdelaporota y mirá el último reel que subimos, fue el de ella con su testimonio.
Día de la amistad en la mutual del docente
María Cristina Salas, lectora de este diario e integrante de la comunidad de El Club de la Porota compartió algunas imágenes de la celebración del día de la amistad que compartió junto a amigas y amigos de la Unión de Educadores/as de la Provincia de Córdoba (UEPC) ¡Gracias María Cristina por compartir fotos de momentos tan lindos e inolvidables!