Sonia, la abuela de Córdoba, la que ocupó 47 años de su vida en buscar al nieto robado por el Terrorismo de Estado, hizo un “cambio de guardia”, para que sigamos buscándolo quienes estuvimos cerca de ella, compartiendo también alegrías y tristezas. Su ancha y rápida sonrisa nos sirvió no sólo para afrontar nuestras propias penas y dolores. También para contagiar su enorme y generosa esperanza en este largo caminar, hasta sus 94 años.
Dijo que no se iba ir hasta encontrar a su nieto. Y por eso no se fue. La vida depende también de la decisión de vencer a la muerte. Despedimos algo, pero se agrandó su presencia, su demanda y su búsqueda. Sonia hizo mucho para seguir viviendo. Asumió y enfrentó los desafíos más duros. Ni las amenazas, ni los atentados cobardes, ni aquella querella de Rigatuzzo, ni los golpes la doblegaron.
Cuando apenas me enteré de la triste noticia, me respondí con su vida y con aquella desafiante frase bíblica: “¿Dónde está, oh muerte tu victoria?” Y enseguida la respuesta: “¡La muerte ha sido vencida!” ¡Qué mejor constatación que la vida y la vida resucitada de Sonia!
Resucitada en la juventud que siempre la acompañó y asumirá su legado. Resucitada en muchos rincones de la sociedad, en las escuelas y universidades que visitó, en los sindicatos y centros barriales que acompañó en sus demandas. En los diferentes espacios sociales, políticos y culturales donde sembró la necesidad de restituir la identidad a los nietos nacidos en el cautiverio de sus madres secuestradas por el Terrorismo de Estado que ejecutaron las fuerzas armadas.
Vale remarcar enseñanzas que nos dejó y que también explican la fuerte repercusión social de su partida.
Aunque Sonia fue Sonia, nunca se pensó única. Rechazó ser llamada “mujer heroica”. Pero, más aún, tampoco se limitó a buscar a su nieto. Además de esa necesaria e imprescindible búsqueda colectiva de las Abuelas en todo el país, Sonia contribuyó a poner sobre el tapete los derechos humanos de los más pobres, acompañando con su propia presencia a quienes comprometen sus propios esfuerzos diarios para mejorar su calidad de vida. Puso no sólo su palabra, sino su propio cuerpo en este empeño. Y fue una forma concreta de hacer presente a Silvina y Daniel, su hija, y madre y padre de su nieto, que fueron inmolados en la lucha por una sociedad justa y fraterna.
Seguiremos buscando a su nieto, envueltos en ese enorme pañuelo que no quedó sólo en su cabeza, porque cubrió a todas y todos los que se plegaron con amor a una lucha que sigue, de muchas y muchos. No siempre calzó su pañuelo, porque su pañuelo se extendió en cabezas y corazones que abrevaron en ella las energías.
Sólo alguien de entrañas muy perversas podría no valorar la vida de Sonia Torres, y negar la verdad y la justicia de su búsqueda. De hecho, desde la inmensa mayoría de los sectores políticos, sociales y culturales se manifestaron en el reconocimiento a la trayectoria de esta “mujer de pueblo”, como prefería ser mencionada.
¡De nuevo estoy aquí, resucitada! Gracias a la vida. Seguiremos buscando. A tu nieto y a los otros/as. Haciendo realidad también los derechos de los empobrecidos, que aún nos faltan. Con amor, con solidaridad y con justicia, como nos enseñó nuestra querida Sonia.