Comenzar por el amor y la muerte es ya tocar dos grandes temas de la poesía. Primer libro de Ana Cielo Porto, poeta nacida en Alta Gracia. “No podría decir que soy poeta” dice un verso del portal que abre el libro. Apenas leo semejante declaración, se me desparraman algunas ideas al respecto. Tengo que atajarlas para que no sigan saliendo de mi cabeza. ¡Tantas veces hemos hablado de estas cosas! Tantas veces ha aparecido ese comentario como un epitafio lapidario, no para otra cosa que anunciar cierta falsa humildad o cierto apocamiento de espíritu. Sin embargo, me llamo a silencio. Aunque las palabras, revolotean por mi mente, incluso son aguijoneantes, duras: pues si no es poeta… para qué entonces escribe.
Me llamo nuevamente a silencio, y el silencio que más cuesta es el de cuando ya todas las cosas se han callado. ¡Oh los ruidos interiores, los no-silencios propios! Y logro poco a poco entrar. Sin el natural prejuicio que surge cuando leemos para escribir. Es como que uno va sacándose la ropa hasta quedar desnudo y así entrar en el mar de la escritura. Y es así como llego a un poema que hunde sus raíces para calar hondo: “Soy/ de esos lugares/ donde puedo soltar/ todos mis animales./ Donde lo que no sana/ se hace orilla./ Donde me sobra la sal en la boca/ y tengo la voz de los caracoles.// A todo esto/ Alfonsina de fondo me silba todas las tardes./ Vení, perra/ Vení acá al fondo.”
Ya la vocecita prejuiciosa que revoloteaba vuela lejos, se fue espantada por el cachetazo poético. Alcanzo a gritarle de lejos para que no vuelva: “ella podría decir que no es poeta… pero dejame eso ahora a mí. Yo voy a decir otra cosa y ahora rajá de acá”. Y se van las voces y el silencio llega como llega el mar para besar la orilla. Y llega con la poesía, el amor o tal vez al revés, con el amor llega la poesía: “Dejarte nadar/ en mis ojos:/ eso es amarte”.
Estamos ante un primer libro de poesía en el que ya podemos notar condiciones indiscutibles. Hoy, que asistimos a una escritura autorreferencial, y de algún modo es difícil escapar de ese paradigma ya instalado desde los años noventa, podemos decir que hay dos maneras de encarar la autorreferencia: un modo banal, sin más, y otro que logra universalizar lo propio. De alguna manera, el viejo apotegma de “pinta tu aldea y pintarás el mundo” desplazado hacia el yo. Ana Cielo Porto, pertenece, evidentemente a este segundo grupo, que esquiva lo superficial y donde lo propio arraiga en todos/as. Mayormente cuando, detrás, o, mejor dicho, debajo de la escritura, alcanzamos a oír un “bajo continuo”, el rumor de una pérdida, el sonido del dolor que fluye como un río en la noche.
En este sentido, el título -muy bien acompañado por la imagen de tapa- dice mucho: “Sin esconder la negrura”: no hay un regodeo en mostrar la llaga, eso que podríamos llamar una apelación a la “lastima literaria”, al contrario. Hay una voluntad de no escamotear la noche, de atravesarla a través de la palabra poética y asimismo compartirla, brindarla como un tesoro preciado, como algo posible de leer juntos.
Un nosotros literario, esa comunidad íntima que se formas entre el lector, el escritor y el libro. Un nosotros vinculado y también vinculante a su vez a una sororidad: “Cuando fui fuego/ recuerdo verlas/ bailando en mi luz./ Mujeres/ pájaros de la noche./ Gemidos de loba/ atravesaban las puertas/ para deslomar todo aquello/ que hoy llaman muros.// De ellas/ mi cabello./ A ellas/ mi consuelo./ Madre abuela/ mujer pájaro y medicina.// La luna maneja/ todas las mareas”.
Poemas nacidos de la hendidura del dolor, de la rotura. ¿Acaso no es desde allí en donde el arte se manifiesta? La rotura que deja respirar eso más hondo e inasible que solamente una coloratura, una melodía, un gesto o una palabra poética puede volver inteligible al nivel de los sentidos.
“Una vez alguien me dijo que nació roto./ Hoy diría que somos dos/ miles./ Fracturadxs pero tejiéndonos/ porque en otrx me abrazo/ y me encuentro”.
Ya lo dijo Sontag: “Antes que una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte”. Y no hay nada más amargo, o con gusto a poca cosa, que sentir banalidades, que poner nuestros sentidos allí donde hay poco que sentir. Ahora bien, cuando el poema logra tocar las fibras hondas de los sentidos, algo se enciende y algo nos desvela. Ana Porto logra esto, hacernos vibrar con sus palabras. Primeras palabras en libro; esperamos que vengan muchas más.