Jesús A. Núñez
De hacer caso al almirante holandés Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los europeos tendrían que estar acumulando agua en sus casas y dotándose de una radio y una linterna con pilas. Ésas han sido sus recomendaciones a la opinión pública tras reunirse con sus pares de los otros 30 miembros de la Alianza Atlántica, justo antes del arranque de las maniobras “Steadfast Defender” 2024.
No son unos ejercicios rutinarios, aunque formen parte de una secuencia iniciada en 2021 con carácter trienal. En este caso se trata de los mayores que realiza la organización desde el final de la Guerra Fría, implicando a todos los miembros de la OTAN con el añadido de Suecia (ya a las puertas de su plena incorporación, tras la luz verde de Ankara). Su carácter extraordinario no viene dado únicamente por movilizar a unos 90.000 efectivos, más de 1.000 vehículos de todo tipo y decenas de aviones y buques de guerra. Tampoco por su duración –hasta finales de mayo– y su ámbito geográfico –empezando por Alemania y Polonia, para continuar posteriormente por tierra y aire por los tres países bálticos, Rumanía, Noruega y otros, sin olvidar el espacio marítimo del Atlántico, el mar del Norte y el mar Báltico.
Por encima de esos datos sobresale aún más la ambición de mostrar la voluntad y la capacidad de la OTAN para pasar de la simple respuesta a una crisis a una preparación global para una guerra en todos los dominios imaginables contra quien pueda plantear una amenaza a sus miembros.
Es decir, contra Rusia.
Una coalición que se entiende que ha invadido territorio de un país de la OTAN (por ejemplo, el muy sensible Corredor de Suwalki, que, si cae en sus manos supondría dejar a los países bálticos sin conexión terrestre con el resto de la Alianza) lo que, en función de su artículo 5, activa una respuesta colectiva en toda regla. A lo largo de los próximos meses también se pondrá a prueba la capacidad para realizar un rápido despliegue a través del Atlántico de refuerzos norteamericanos para, en último término, poder garantizar la victoria.
Precisamente es en ese ámbito marítimo en el que España ha decidido participar al frente de la Agrupación Naval Permanente 1, desplegando la fragata Almirante Juan de Borbón y el buque de aprovisionamiento Cantabria, y movilizando un total aproximado de 400 efectivos, que incluyen medios de la Unidad Aérea Embarcada de la 10ª Escuadrilla de Aeronaves y un Equipo Operativo de Seguridad de Infantería de Marina.
Inevitablemente, este simple apunte de lo que la OTAN va a llevar a cabo nos retrotrae a tiempos que equivocadamente creíamos superados, con la única salvedad de que, si antes hablábamos de la Unión Soviética, ahora lo hacemos de Rusia. Pero, en esencia, se repiten mensajes y actos que prefiguran nuevamente un escenario de confrontación al que sólo le falta poner fecha. Una confrontación que Vladímir Putin alimenta, sin duda, con su trasnochado afán imperialista; pero que también demuestra que desde el bando occidental no han sido capaces de escapar a la dinámica belicista en el continente europeo, con Ucrania como ejemplo más trágicamente relevante.
Buaer habla de la necesidad de una “transformación bélica de la Alianza”. Y eso supone no solamente un incremento en los presupuestos de defensa que, de hecho, ya están realizando todos los aliados, sino también un notable cambio de actitud, olvidando que hasta hace poco existía un Consejo OTAN-Rusia y que la seguridad de Europa parecía una tarea común de todos los países europeos (Rusia, obviamente, incluida).
Proseguir por esta senda incrementa automáticamente la probabilidad de que finalmente se produzca un choque indeseable. Un choque contra la mayor potencia nuclear del planeta. Un choque que no puede interesar a los europeos, arrastrados desde hace tiempo más allá de lo que hubiera sido conveniente por Estados Unidos que, tanto hoy como ayer, puede contemplar cómo se caldea el ambiente desde la otra orilla del Atlántico y que, en el hipotético caso de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca, puede acabar dejando a sus aliados europeos en una posición muy comprometida.
Cabe suponer que con “Steadfast Defender 2024” se pone en práctica al menos una parte de lo que figura en los planes secretos que se aprobaron en la pasada Cumbre de la OTAN (Vilna, 11 y 12 de julio de 2023) para responder a una invasión rusa. Y, del mismo modo, cabe imaginar que de ese ejercicio se extraerán lecciones que servirán en la próxima Cumbre (Washington, 9 al 11 de julio de este año) para afinar aún más la maquinaria aliada. Todo ello para mayor inquietud general.