La fiscalía del Cibercrimen que conduce Franco Pilnik es una buena caja de resonancia de cómo las estafas virtuales y de toda clase siguen consumándose a pesar de los muchos juicios con condenas a estafadores de diferentes rubros, y que se valen, cada día más, de nuevas tecnologías o ardides para embromar a mucha gente que pica el anzuelo con la inocencia de un niño.
Hace algunos días quedaron detenidos dos hombres y una mujer acusados de poner un dispositivo en un cajero Link del Dino de la Ruta 20. Este aparatito, nuevo en Córdoba y posiblemente en el país, no era un lector de los datos personales sino un mini posnet que automáticamente debitaba $ 8.000 a quien pasara su tarjeta por ahí, y tal como lo mandaba un cartelito que habían pegado en el cajero. O sea, un monto chico que en la gran mayoría de los casos no era tenido en cuenta o no levantaba sospechas en las víctimas pero que en la sumatoria total representaba una fortuna para los ladrones.
Pero otra novedosa modalidad son los llamados telefónicos en nombre de diferentes entidades bancarias o billeteras virtuales, que con un discurso muy bien entrenado y sin fisuras llaman a gente que les cree y termina dándoles contraseñas y datos de sus cuentas personales. Hace algunos días una denuncia puso en evidencia que, ahora, los estafadores le dieron «una vuelta de tuerca» a esta estrategia engañosa y ya no llaman desde una línea que figura como «privado» sino desde un número que se muestra, de modo tal que, si por alguna razón se corta el contacto y la víctima llama a ese número, del otro lado el estafador lo recibe con el mismo verso, confundiendo aún más al damnificado que no puede detectar fácilmente si lo están estafando o no.
Como sea, las recomendaciones de no dar datos personales a nadie se mantienen intactas, a sabiendas que es preferible que la desconfianza sobre y no que falte. La realidad se impone y claramente demuestra que, a pesar del intenso trabajo de los investigadores, los estafadores se perfeccionan y no aflojan.