Cerró Storni, ex Alfonsina, un lugar, un espacio en donde confluían cantores, músicos, poetas, dramaturgos, filósofos, psicoanalistas, periodistas, profes y alumnos del Monse y de la facultad de Derecho, miembros de la sinfónica y hasta su carismático director, el Maestro Jogwhi Vakh después de cada concierto, todos ellos compartiendo allí, noche a noche, empanadas, una jarra o un pingüino con vino de la casa, mientras las voces y los acordes iban impregnando las paredes, circulando por las mesas, en una verdadera «mise en scène» que se renovaba cada fin de semana.
Storni / Alfonsina, el lugar donde por la mañana y por la tarde uno podía matear, conversar, cantar o apreciar los cuadros colgados, disfrutar de su escenografía proteiforme, de las fotos y la simpatía de cada uno de los empleados que por allí pasaron.
Cerró y Córdoba pierde un lugar único. Pierde Córdoba, pierde la cultura y se pierde un espacio emblemático en pleno centro de la ciudad. Así cerró también Salta la linda y tantos otros. Todo para que en su reemplazo surja un nuevo edificio espantoso, una hamburguesería o esos bares horribles que proliferan por la ciudad. No lugares, diría Marc Augé, el antropólogo de los tiempos contemporáneos.
Cultura, educación, salud -“el brazo izquierdo del Estado” le llamará Pierre Bourdieu- son “gastos”, en tiempos en que la economía, ciencia social y por tanto ni exacta ni precisa, sino conjetural, somete a la política, la minimiza y ridiculiza. Tiempos en los que la cultura cotiza cada vez menos y lo que prima es la oferta de entretenimientos o los negociados inmobiliarios. Seguramente asistiremos al horroroso espectáculo de ver caer esa bella casona para poner en su lugar aquello que según algunos “es lo que le gusta a la gente”. Como si los gustos fueran
espontáneos, como si las preferencias fueran la manifestación de un espíritu libre. Pues no es así. Hay políticas del gusto. Hay imposiciones del gusto y que le hacen creer al sujeto que elige libremente cuando que en realidad está obedeciendo a los mandatos de las industrias culturales trabajando a pleno sobre las subjetividades y con más poder que nunca.
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Profunda tristeza la de estos tiempos, en general, pero en particular honda tristeza porque se pierde un lugar histórico de Córdoba, ubicado en plena zona jesuítica. Y queda trunca la idea alguna vez forjada por su propietario: la de crear un lugar para matear, conversar, cantar y tomar una copa de buen vino.
Lugar creado por un queridísimo amigo, entrañable y generoso, gran conversador, circulando cada noche de mesa en mesa, recibiendo con una sonrisa a quién llega, e invitando a los más íntimos a cenar, los martes por la noche. El querido Valerio, convocando a artistas enormes de la provincia y del país.
Tristeza enorme la de no contar ya con la presencia de tantos músicos extraordinarios como, Juan Falú, Martin Oliva, Esteban Kabalin José Luis Aguirre, Mario Díaz, Horacio Sosa y la voz bella e inconfundible de Isabel Rodriguez, entre tantos otros y de no contar tampoco con tantos poetas enormes que allí concurrían, como Claudio Suárez, Piro Garro, Julio Castellanos, Leandro Calle, entre otros.
Cerró Storni y las áreas de cultura de la provincia y la municipalidad no se enteran, ni tampoco los medios ponderan como noticia el fin de un lugar con volumen histórico, y único en Córdoba.
Ojalá podamos hacer algo. Todos los que allí disfrutamos de noches maravillosas, ojalá podamos juntarnos y defender a capa y espada a Storni y que no quede subsumido en el olvido. Ojalá podamos. Con el apoyo del Colegio Nacional de Monserrat, la Facultad de Derecho, los cuerpos estables del Teatro del Libertador y otras instituciones y personas que seguramente comparten la idea que un lugar así no puede perderse.
Eduardo López Molina
DNI 12.352.501