La parda Marcelina Orma mantuvo ocultas, durante años, una decena de cartas de los complotados de Mayo de 1810. Tiempo después, el joven Vicente Fidel López descubrió el tesoro que contaba la intimidad de la Revolución: el rol de Belgrano, la moderación de Saavedra, las argucias del virrey para sobrevivir y, ante todo, el deseo irrefrenable de todo un pueblo para ser libre.
Vicente nació 5 años después de la Revolución de Mayo de 1810. Pero Vicente sintió aquel 25 de mayor siempre muy cercano. No sólo porque su padre Vicente López y Planes había participado del Cabildo Abierto y había sido hombre cercano a Manuel Belgrano y como si fuera poco, autor del Himno Nacional y segundo presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El niño Vicente Fidel López sintió muy cercano el glorioso 25 de mayo de 1810 gracias a la parda Marcelina Orma.
Marcelina había sido esclava del presbítero Mariano Orma y gracias a los efectos de la Revolución de Mayo se había convertido en una mujer libre. Por eso, para ella, cuenta Vicente Fidel López, la patria era una cierta persona vestida de raso blanco y celeste. Marcelina vivió 92 años y al momento de su muerte, aquel niño Vicente López y Planes accedió a un baúl que la parda mantenía oculto. Dentro del cofre secreto, una serie de cartas fechadas del 20 al 31 de mayo que los patriotas y conspiradores contra el reino de España se enviaban entre sí y que hablan, como ningún otro testimonio, del espíritu de patria y libertad que representó mayo de 1810.
Una de las cartas está escrita por Buenaventura de Arzac, un gigante fuerte como Hércules, dice Vicente Fidel López. Arzac, patriota de la revolución, militar y escritor, cuenta en una de sus misivas previas al 25 que nunca en su vida ha pasado “horas más hermosas y más tiernas al ver a nuestros paisanos unidos y llenos de entusiasmo yendo y viniendo por los arrabales para tener pronta a la gente. Y que los tontos que nos han estado conteniendo todo este tiempo se han convencido de que no tienen más remedio que hacerle el gusto al pueblo”. Y concluía en la carta que la parda Marcelina mantuvo oculta por décadas: “Toda la España está jorobada y perdida”.
En otra de las cartas, un tal José María Tagiman le cuenta a un destinatario oculto sobre esas horas previas a la explosión:
– Estamos dispuesto a todo lo que tú sabes. Todo el paisanaje anda por la plaza y las calles. En los cuarteles rebosa la gente. Todos hablan, gritan, entran y salen en la mayoría de los regimientos con mil noticias a cada cual más alarmante. Hubo palos y tiros en el teatro, en las pulperías. Se notan muchas reuniones y se arman pleitos a cada momento entre criollos y maturrangos. ¿Quién habría de creer que hubiese tanta energía y tanto espíritu público en Buenos Aires contra los tiranos? Esto tiene que reventar.
Además de pintar como nadie el clima de revolución, Tagiman le pone colores a los días de mayo cuando cuenta de la distribución de los los ramitos de violetas azules y de junquillos blancos, “emblema de la causa”. Además, cuenta que ve muchos gorros colorados con cintas blancas y celestes. Los colores patrios ya estaban antes del 25.
El médico y patriota Cosme Argerich, en una carta escrita el 25 a la noche, da cuenta del minuto a minuto del inolvidable 25. Que pese a la resistencia de Cisneros, éste tuvo que aceptar la derrota porque “la plaza estaba ocupada por todos nuestros amigos. Casi toda la oficialidad y la tropa estaba recogida en los cuarteles y sobre las armas para cargar en el momento oportuno”. Que había en la plaza más de 400 vecinos. Que todos los comandantes y principales patriotas estaban reunidos en lo de Miguel de Azcuénaga cuando se supo que el Cabildo estaba porfiado “en llevar adelante su maldita intriga de imponernos a Cisneros”. Que entonces se formó un grupo dirigido por Chiclana, French, el padre Grela, López y Planes y 10 o 15 más que salieron gritando ‘al Cabildo, al Cabildo’. Que el tropel se desató y “en un dos por tres se metieron con una bulla infernal en la galería”. Que Berrutti se mandó y dijo que venía en nombre del pueblo retirar la confianza que se le había otorgado al Cabildo, que si no aceptaban…
– Aténganse a los resultados fatales que se van a producir.
Que Berruti les dijo más. Les dijo que si hasta ahora habían procedido con moderación había sido por evitar desastres y la fusión de sangre. Pero que ahora, el pueblo en cuyo nombre hablaba, estaba armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz de alarma para venir aquí.
Y la explosión llegó. Argerich, en su carta escrita el 25 a la noche, dice que Moreno es el alma del nuevo gobierno y que España “no mandará tropas pues tendrían que vivir en campaña y los paisanos se los merendarían”. Que aun se escuchan los repiques y las salvas y la cohetería y los tiros y los gritos de alegría que atruenan en el aire mientras todas las muchachas patriotas andan por las calles mojando sus rebozos y sus cabellos de azabache en la lluvia que se ha desatado desde la tarde.