Desde siempre y, en particular desde la recuperación de la democracia representativa, los cordobeses nos hemos considerado diferentes al resto de los argentinos. Con o sin razones, nos hemos creído algo más que nuestros compatriotas. El humor cordobés ha impedido que ese complejo de superioridad provocara el malestar de otros argentinos.
Nuestros gobernantes han explotado esa idiosincrasia doméstica y autóctona. Los dos políticos más destacados de la democracia recuperada hicieron un culto de esto. En los hechos, el radicalismo angelocista y el peronismo delasotista actuaron como partidos provinciales, dentro y fuera de sus estructuras partidarias.
Haciendo gala de ese provincianismo, ganaron elecciones. Angeloz en 1983, 1987 y 1991. José Manuel de lo Sota en 1998, 2003 y 2011. Tras su incorporación a Cambiemos, primero, y a Juntos por el Cambio después, el radicalismo ha perdido esa ligazón con el ser cordobés”. De la mano de Juan Schiaretti, el justicialismo lo ha sostenido.
No obstante, a pesar de sus triunfos vernáculos, ni Angeloz ni De la Sota pudieron trasladar sus liderazgos a escala nacional. El radical fue candidato a presidente en 1987 y perdió con Carlos Menem. El justicialista fue precandidato en 2015 y perdió con Sergio Massa. Parece que lo bueno para Córdoba no es tan bueno para el resto.
El gobernador Schiaretti, quiso sostener ese no sé qué” de los cordobeses en medio una pandemia sin antecedentes, tratando de diferenciarse de las políticas nacionales y de otras provincias. A pesar de los esfuerzos comunicacionales de su gestión, el coronavirus nos ha demostrado que no somos mejores ni peores que los demás.
Sin dudas, hay motivaciones históricas que pueden explicar ese intento fallido de diferenciación. Desde el año 2008, las relaciones entre el justicialismo cordobés y el kirchnerismo fueron de mal en peor. La pelea entre el gobierno de Cristina Fernández y el campo” se convirtió en el hito de una relación que, hasta entonces, había sido positiva.
Para los desmemoriados, vale la pena recordar que, en 2007, la fórmula Juan Schiaretti – Oscar Pichi” Campana para gobernador y vicegobernador de la provincia fue un acuerdo político entre Néstor Kirchner y José Manuel de la Sota, los líderes de sus respectivos espacios políticos que concluían sus mandatos el 10 de diciembre de ese año.
La realidad manda
Con Cristina Fernández, luego, fueron ocho años de peleas, primero con Schiaretti y después con De la Sota. De esos años proviene el cordobesismo”, una reacción a las malas relaciones con ella. Tan malas que el justicialismo cordobés no apoyó a Daniel Scioli en la segunda vuelta de las elecciones de 2015, facilitando con su caudal de votos la llegada al gobierno de Mauricio Macri.
La gestión de Alberto Fernández ha tenido muchos errores. Algunos forzados por la pandemia y otros debido a sus propias incapacidades. Sin embargo, debe destacarse que las relaciones con Córdoba han sido correctas; ningún funcionario provincial ha acusado a ningún funcionario nacional de discriminación, ni de nada semejante.
Respecto de la pandemia, en la inmensa mayoría de los temas el ministro de Salud de la provincia ha coordinado las políticas provinciales con Ginés Gonzáles García y, tras su abrupta salida del ministerio, con su sucesora, Carla Vizzotti. Todo en el marco del ejemplar desempeño del Consejo Federal de Salud.
Sin embargo, la gestión provincial se ha empeñado en diferenciarse. Más allá de las históricas peleas, algunos creen que el gobernador trata de encabezar una alternativa del peronismo no kirchnerista para el 2023. Otros piensan que el propósito es retener el voto visceralmente antikirchnerista que lo acompañó en las últimas elecciones provinciales.
Cualquiera fuera la motivación, lo cierto es que Córdoba quiso -pero no pudo- diferenciarse del resto, y, hoy por hoy, estamos atravesando un colapso sanitario y una vuelta a algo muy semejante a la fase 1 que sufrimos al inicio de la pandemia. Un conjunto de restricciones que incluye la no presencialidad escolar.
Los costos políticos que se quisieron evitar al no adherir a las restricciones impuestas por el gobierno nacional a mediados de abril se están pagando ahora, y con creces.
Y con un agravante. Muchas vidas se pusieron riesgo y, lamentablemente, se perdieron, en medio de un sinfín de especulaciones ideológicas, políticas, o apenas de interna partidaria, en todo incompatibles con la crisis sanitaria a la vista.
A los cordobeses la pandemia nos ha enseñado que no somos superiores ni tan distintos: Córdoba también para, porque la realidad manda. El cordobesismo” no nos salva del contagio ni de la muerte por coronavirus. Es una enseñanza para los ciudadanos de a pie y, esperemos, también para sus gobernantes. Un baño de realidad y, por qué no, de humildad.