Raramente en la ya larga historia de la vida ha ocurrido una situación de caos planetario como en los días actuales. Estábamos acostumbrados a regularidades y a órdenes sistémicos, aunque en los últimos decenios hemos experimentado también con creciente frecuencia irregularidades como tsunamis, huracanes, terremotos y eventos extremos de calor y de frío. Tales fenómenos han llevado a los científicos a pensar e intentar comprender cómo dentro del orden dado podían ocurrir situaciones caóticas.
De ahí surgió toda una ciencia, la del caos, tan importante como las otras, hasta el punto de que algunos han llegado a decir que el siglo XX será recordado por la teoría de la relatividad de Einstein, por la mecánica cuántica de Heisenberg/Bohr, y por la teoría del caos, de Lorenz/Prigogine.
La esencia de la teoría del caos reside en que un cambio muy pequeño en las condiciones iniciales de una situación lleva a efectos imprevisibles. Se pone como ejemplo el efecto mariposa”: pequeñas modificaciones iniciales, aleatorias, como el aleteo de las alas de una mariposa en Brasil, pueden provocar modificaciones atmosféricas hasta culminar en una tempestad en Nueva York. El presupuesto teórico es que todas las cosas están interligadas y van asumiendo elementos nuevos, creando complejidades en el curso de su existencia (en este caso, calor, humedad, vientos, energías terrestres y cósmicas) de forma que la situación final es totalmente diferente de la inicial.
El caos está en todas partes, en el universo, en la sociedad y en cada persona. Es decir, los órdenes no son lineales y estáticos; son dinámicos, y buscan siempre el equilibrio que los mantiene actuantes.
El universo se originó de un tremendo caos inicial (big bang). La evolución se hizo y se hace a lo largo de muchos milenios para poner orden en este caos. Mas aquí surge una novedad: el caos nunca es solo caótico, sino que guarda dentro de sí, en gestación, un nuevo orden. Lógicamente tiene su momento destructivo, caótico, sin el cual el orden nuevo no podría irrumpir. El caos es generativo de este nuevo orden.
Quien analizó con detalle este fenómeno fue el gran científico ruso/belga Ilya Prigogine (1917-2003), premio Nobel de Química en 1977. Estudió particularmente las condiciones que permiten la emergencia de la vida. Según este gran científico, siempre que exista un sistema abierto y siempre que haya una situación de caos (por tanto, fuera del orden y lejos del equilibrio) y exista una no-linealidad, la conectividad entre las partes genera un nuevo orden, que sería la Vida. Ese proceso conoce bifurcaciones y fluctuaciones. Por eso, el orden nunca es dado a priori. Depende de varios factores que van en una u otra dirección, de ahí la inmensa biodiversidad.
Hacemos toda esta reflexión sumarísima para que nos ayude a entender mejor el actual caos pandémico. Vivimos innegablemente en una situación de caos completo, caos destructivo de millones de vidas humanas. Nadie puede decir cuándo terminará, ni hacia dónde vamos. El virus deriva en múltiples variantes; es su triunfo sobre nuestras células. Es innegablemente caótico y está aterrorizando a toda la humanidad.
Nos plantea cuestiones fundamentales: ¿qué hemos hecho con la naturaleza para que ésta nos castigue con un virus tan letal? ¿Dónde nos hemos equivocado? ¿Qué cambios debemos hacer en relación a la naturaleza para impedir que nos envíe una verdadera gama de otros virus?
Sabemos que dentro del caos hay oculto un orden más alto y mejor. Lo peor que podría sucedernos sería la continuidad, volver al pasado que lo originó. Tenemos que usar nuestra fantasía creadora y, sobre todo, forjar, a través de una práctica histórica, un orden más amigo de la vida, amistoso, fraterno y justo.
Sería el caos generativo. Tenemos que entender el contexto de donde vino el coronavirus. Es una expresión del antropoceno, es decir, de la sistemática agresión del ser humano a la naturaleza y a Gaia, la Madre Tierra. Es la consecuencia de haber tratado a la Tierra como una mera reserva inerte de recursos a nuestra disposición, y no como un superorganismo vivo que merece cuidado y respeto.
A partir de la revolución industrial la hemos explotado tanto que no consigue ya regenerarse y ofrecernos todos los bienes y servicios vitales. Tenemos que inaugurar una relación de sinergia y sostenibilidad para con la naturaleza, sintiéndonos parte de ella, responsables de su perpetuidad, y no sus dueños y señores. Si no realizamos esta conversión ecológica podremos conocer catástrofes inimaginables.
Tenemos que hacer es preservar la inmensa riqueza ecológica que heredamos de la naturaleza, en selvas húmedas, abundancia de agua, suelos fértiles y una inmensa biodiversidad. Después, tenemos que superar la marginalización, el odio cobarde que tributamos a los pobres. El desprecio y las humillaciones cometidas cruelmente contra las personas empobrecidas.
No en último lugar, tenemos que liquidar el perverso legado de la Casa Grande, traducido por el rentismo y por unos cuantos millonarios que controlan gran parte de nuestras finanzas. Hacen fortunas con la pandemia, sin empatía con los familiares que han perdido a más de medio millón de seres queridos.
Tenemos que formar un frente amplio de fuerzas para desentrañar el nuevo orden, oculto en el caos actual, pero que quiere nacer. Tenemos que consumar ese parto aunque sea doloroso. De lo contrario, continuaremos rehenes y víctimas de aquellos que siempre pensaron corporativamente solo en sí mismos, de espaldas al pueblo, que devastaron la naturaleza con su agronegocio y refuerzan la irrupción del coronavirus entre nosotros.
Debemos inspirarnos en el Universo, nacido del caos primordial, pero que, al evolucionar, fue creando órdenes nuevos y más complejos cada vez, hasta generar la especie humana. Nuestra misión es garantizar la vida, la Madre Tierra y a nosotros mismos, crear la casa Común dentro de la cual todos podamos vivir en justicia, paz y alegría. Este modelo deberá salir de las entrañas del actual caos y establecer las bases de un nuevo comienzo para la humanidad.