Por Dolores Pruneda Paz
«55 Walker» dio título a la primera retrospectiva de Marcia Schvartz en Estados Unidos, «una rareza» dice la pintora, aunque no tanto, tratándose de un repaso por cuatro décadas de celebrada trayectoria, de Nueva York, una ciudad considerada el centro internacional de la pintura, en especial latinoamericana y, en estos tiempos, de la pintura en especial figurativa y hecha por mujeres.
Curada por Amanda Schmitt, la retrospectiva tiene texto de Lucy Hunter, quien escribió: “Schvartz se regodea en una fidelidad grotesca con el mundo: fidelidad sí, belleza no. Su obra vibra con una intensidad física que pareciera representar todo con tintes humanos, ya sea un cactus verrugoso o un rostro espectral en un reflejo turbio, la locura carnal de dos amantes, un autorretrato despiadado. La experiencia de estas obras es a la vez magnética y revulsiva, repleta de ansiedad y emoción. Por su diversidad y experimentación sin concesiones, las obras de Schvartz deben mirarse activamente: contemplar fijamente el rostro crispado de un feminismo soberano y anti jerárquico, que rechaza el aerógrafo y se deleita con la cruda realidad».
Esta muestra «fue una rareza» que incluye «cosas muy viejas, retratos de Barcelona, pasteles, toda la serie del río, otra del norte negro, de lianas, cosas que no son de series y autorretratos», repasa la autora de la zaga guaranítica, donde el agua, la flora y las mujeres precolombinas son protagonistas, o la de los áridos paisaje del Salta, Jujuy, Córdoba.
«Me invitaron y acepté. Hice un zoom y fue todo muy rápido, tres meses. Me pareció que no iba a poder hacerse, pero se arriesgaron. Yo había expuesto hace dos años en una galería muy chica de un argentino, Eneas Capalbo, otro artista la vio, les comentó de mí y me llamaron», repasa una de las grandes artistas argentinas, surgidas de la mano la «nueva imagen» después de la dictadura.
«Retratos, autorretratos, unas lanas con las que trabajé bastante y tres relieves con epoxi y cosas pegadas de la serie ‘Fondo’ con las que tuvimos problemas en la aduana, porque llevan caracoles y demás.
¿Por qué su obra? «Primero, está de moda que seas mujer y después, la figuración y la pintura -presume-. Y después están los precios, acá se matan de la risa, o Argentina o Burkina Faso: en Brasil una artista de mi edad vale 10 veces más, o incluso más. Tenemos precios medio de chiste».
De todos modos, «en Argentina muchos todavía no se enteraron de que la pintura está muy valorada y siguen haciendo otras cositas -señala-. En el Metropolitan de Nueva York hay una retrospectiva de la gran pintora estadounidense Alice Neel, que, como ella, retrató a sus vecinos y a una sociedad en metamorfosis. Ella se concentró en la gente de San Telmo donde vive (comerciantes, colectiveros, taxistas, hinchas de fútbol, militantes) o en el lumpenaje que ronda hoteles y bailantas en terminales ferroviarias como Once y Constitución. «Y en la Tate de Londres -continúa enumerando-, está Paula Rego, una artista alucinante» que, otra vez como ella, dejó su país en 1976. Ella con 21 años apurada por la dictadura: estudiante de Bellas Artes, militante peronista, hija de los dueños de la librería Fausto y con una amiga desaparecida se exilió en Barcelona. Rego, de 41, llegó a Londres dejando atrás el Portugal salazarista, cuya atmosfera triste y opresiva trasladó a su obra.
– ¿Por qué una artista argentina vale menos que una brasileña?
-Marcia Schvartz: No sé, porque en el tema del mercado no juego, me dedico a pintar con la mayor honestidad posible. No pinto para vender sino porque me gusta, me sale de las entrañas. Hay desinterés histórico supongo, desde que me acuerdo es así, no hay un incentivo, no existe que vayan al museo los pibes de la primaria, los de secundaria tampoco y los de Bellas Artes tampoco. En México sale en las portadas de los diarios que se inaugura una muestra, en Brasil también, acá ni en las portadas ni adentro. En Brasil hay cartelera de exposiciones, como el cine. Acá ni siquiera el día de la página Cultura te ponen cartelera de exposiciones, por decirte algunas cosas. Hay cosas que interesan, como el fútbol, mucho, cada vez más, y otras a las que no le dan ni cinco de pelota. Le dan toda la bola a la música, no lo digo con rencor, es una descripción fiel de la situación, que no es de ahora, desde que empecé era así y dudo mucho que cambie.
– La escena argentina, de todos modos, es más amplia.
– Claro, a pesar de eso hay cosas buenísimas que acá están instaladas y que en muchos países no existen. Tengo el Premio Nacional y el Municipal. El Salón Nacional es una maravilla. Pero también tengo una postura política y soy artista plástica, una palabra horrible, y eso está por fuera del imaginario de alguna gente que piensa que el artista es un pelotudo que corre detrás de la TV. No corremos detrás de la cámara, somos pintores, escultores, no somos actores ni gente del mundo del espectáculo. Meten a todos juntos desde un punto de vista muy trucho. Los intelectuales son los escritores y los filósofos y no está la asimilación de que el trabajo del pintor es muy intelectual.
– ¿Cómo impacta la pandemia en esa escena?
– Al principio estaba re feliz, todo era pesadillesco y con la pandemia se iba a la mierda: bienales, ferias de arte, había artículos de historiadores y pintores que decían que eso se había acabado pero no sucedió, ahora están haciendo todo de nuevo como si no hubiera pasado nada, la desigualdad aumentó y el mundo del arte, que antes estaba del lado de los ricos, ahora quedó del lado de los muy ricos. En los años 60 ibas al consultorio de un médico o de un abogado clase media y tenía pinturas colgadas, eso no pasa más. Una, porque se embrutecieron y ni siquiera se les cruza comprar arte de artistas jóvenes, y otra, porque quedó como un vicio de ricos. Pero la pintura no tiene que ver con eso, que es el mercado, el artista precisa expresarse, es algo viejo como el ser humano y es un trabajo arduo y caro.
– Esa descripción ¿definiría lo que algunos llaman «nueva normalidad»?
– Tengo el pálpito de que se va a profundizar, habrá una frivolización de lo anterior: el artista como un pelotudo mezclado con la cocina. Te ponen Arte&Cocina y hay lugares de arte y restorán que son carísimos. Paremos la moto un poco, porque todo el mundo está mirando fútbol y Cocineros en Acción, y te vas quedando medio pelotudo, cada vez es más chiquito este mundo. Buenos Aires, Córdoba, Rosario y pará de contar. Expuse en Neuquén, Bahía Banca, Tucumán, Resistencia, un lugar con muchísima vida, siempre moviéndome con mi motor y con bastante esfuerzo. Di clases en todas partes, en la Escuela de Bellas Artes de Salta, en la Belgrano y la Pueyrredón. Antes lo hacía en La Cárcova, que ahora es museo, pero era la escuela más antigua de América Latina. Está buenísimo, pero todos quieren ir a la Di Tella porque de ahí salen con galería y la cosa está bastante densa. Pintores y artistas plásticas seguirá habiendo, de eso no hay duda, muchos pibes tienen esa inclinación y terminan haciendo diseño gráfico para vender zapatos, todo eso existe. Está eso y está lo otro: pibes que hacen cosas con entusiasmo, que se comprometen y se juegan. Nunca fue fácil la situación y ahora hay que sostenerla. Acá es un lugar muy creativo, hay jóvenes divinos, mucha gente que labura, hace cosas y tiene ideas, por eso trato de acercarme y tirar una onda. Ahí está el trabajo intelectual del pintor, que convoca al cuerpo y al mismo tiempo es muy filosófico, una forma de pararse ante el mundo.
Schvartz participó de muestras como «Radical Womwn», en el Hammer Museum, Los Ángeles, la Pinacoteca de Sao Paulo y el Brooklyn Museum. Y su obra está en colecciones públicas de todo el mundo, como el Museo Nacional de Bellas Artes, el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid; y el Bronx Museum of Arts.