El escritor Sergio Olguín retoma en «La mejor enemiga» los días de la periodista Verónica Rosenthal, ese personaje que ya suma cuatro novelas llevando una vida atravesada por los avatares de un oficio en transformación y la avidez por encontrar la trama de poder detrás de lo que muchas veces ni siquiera se percibe como noticia.
«Siempre digo que el fenómeno de Verónica Rosenthal es como el de Harry Potter, pero un millón de veces menos. El día que salió el libro lectoras que no conozco, o con las que no tengo ningún tipo de trato, fueron a un bar y se pusieron a llamar a las librerías para ver si lo tenían. Hay mucha gente comprándolo en los primeros días», cuenta el escritor y periodista en un bar de Boedo.
Editado por Alfaguara, el libro iba a asomar a fines del año pasado en formato de newsletter antes del desembarco en librerías, pero finalmente esa idea no se concretó. Olguín dice que suele «tener cosas pensadas para una novela futura de Verónica».
«Hace unos días, empujado por publicación y la repercusión de los lectores dije voy a dejar otros proyectos y me voy a poner con la quinta de Verónica», confiesa el también autor de novelas como «1982» o «Filo», que asegura tener en mente tres historias para seguir la vida de este personaje, aunque ya se decidió por una.
– ¿Cómo fue tu reencuentro con Verónica Rosenthal?
– Sergio Olguín: Empecé a escribirla en 2017 pero antes ya tenía el capítulo uno, el de sus tres huidas, que iba a estar en «No hay amores felices» hasta que me di cuenta que ya tenía muchas subtramas, así que lo guardé y acá está.
– ¿Tus últimos trabajos fueron en el diario Crítica y en la revista El Guardián?
– Sí, uno de los jefes de Tiempo Argentino me ofreció laburo pero quise esperar y probar qué pasaba en el mundo del guion, con los libros. Extraño la adrenalina del cierre, que pase algo y estar obligado a resolver en pocas horas. Ese desafío me encanta como editor, no como periodista. Organizar el trabajo periodístico es algo que extraño.
– Si uno piensa en Verónica inmediatamente aparece el grupo de compañeros, colegas que se fortalece en cada entrega nueva. ¿Cómo lo fuiste armando?
– Sí, por algo los mudé a todos juntos en una redacción. Casualmente están basados en personajes verdaderos. Rodolfo Corso es una cruza de Rodolfo Palacios y Pablo Corso y María Magdalena está basada en una monja que tuve de jefa que era Elena Oshiro. El personaje real es mucho más atractivo. Era la directora de la revista Familia Cristiana donde empecé a hacer periodismo. Murió de cáncer muy joven en Ecuador. Es un personaje que admiro mucho, me enseñó muchas cosas del oficio.
– ¿Y antes de tu llegada a ese oficio tu vínculo con la escritura tuvo un momento clave a partir de una frase de Gloria Pampillo, no?
– Sí, gané un concurso y ella dijo que tenía que seguir escribiendo, esa frasecita me llevó a pensar que así tenía que ser. Tenía 16 años, empecé a ir a su taller y conocí a unas alumnas que cuando dije que pensaba estudiar periodismo, me dijeron que tenía que estudiar Letras. Yo necesitaba trabajar, no me podía disponer solo a estudiar. Una de ellas tenía un amigo que trabajaba en Familia Cristiana y en el viejo Tiempo Argentino. Me dijo que para Tiempo era muy chico pero que me podía llevar a Familia Cristiana. Trabajé cinco años ahí y fue mi escuela. Carlos Arroyo, que aparece nombrado en esta novela, era el secretario de redacción, era uruguayo, se exilió y las monjas lo protegieron en la época de la dictadura. También estaba el Tano Quaretti que era un fotógrafo impresionante, con el que aprendí no solo de periodismo, fue un gran formador ideológico.
– ¿Cómo medís el trabajo de investigación de cada novela con el mundo ficcional?
– Lo fundamental es priorizar la ficción sobre lo histórico, lo periodístico. Trabajo teniendo muy clara la diferencia porque vengo del periodismo, pero a veces la ficción se alumbra mucho más cuando está narrada desde ciertos componentes reales. Por ejemplo, para hacer el prólogo utilicé datos verdaderos, todo lo que ocurre en la Franja de Gaza es real, lo ficcional es el protagonista, el médico inglés, pero todo lo que ocurre alrededor es información que se puede encontrar en artículos periodísticos.
– ¿Cómo influyó la pandemia en la escritura?
– Me había puesto a trabajar muy fuerte en enero, me costó mucho retomarla. El aborto era central y su presencia en la agenda periodística, mi postura pública, a favor de la legalización, influía negativamente en la creación de una ficción. Estaba demasiado pegado a la agenda periodística y corría el riesgo de que eso se me colara en el relato de ficción y eso nunca es bueno para la ficción. Es un tema que había tratado varias veces: en «Lanús», en uno de los cuentos de «Las griegas», pero ahora quería ponerlo en el plano de algo que es parte de las decisiones de un personaje y no es algo traumático. Es un momento donde lo más lógico sería que no lo hiciera, pero tampoco es que tomó la decisión de no ser madre. Por otro lado, hay una mujer que no está en pareja, que está comenzando su carrera profesional que no tendría problemas en abortar y decide tener un hijo.
– La música que escuchan los personajes está muy presente y hacés listas en Spotify para cada libro. ¿Cómo opera la música?
– A veces escucho esa música mientras estoy escribiendo y la incorporo. En un momento Verónica se compra un CD de Amelia Curran y yo lo estaba escuchando, me servía para escribir. Hago un juego doble: presencia de canciones que están puestas como banda de sonido porque están nombradas en la novela, pero muchas veces las nombro en la novela porque las puse como banda de sonido a medida que escribo.
– En ésta hay más referencias a sus lecturas.
– Sí, «Formas del amor» es un libro que recomiendo, que no suele tener mucha prensa entonces lo sumé. Mi editora me marcó que Verónica no leía ningún libro. Traté de que su gusto coincidiera con el mío entonces lee a Garnett y a Margarite Yourcenar que es una de mis autoras preferidas.
– ¿Hay algún autor o autora que te haya ayudado en esta novela?
– Uno en la decisión de que el primer capítulo, que es ahora el prólogo y originalmente fue el último que escribí. Era muy difícil de desarrollar ficcionalmente, tenía un lugar en la estructura de capítulo 20, 18 y releyendo «La leona blanca», de Henning Mankell, que comienza con un capítulo que no tiene nada que ver con el tiempo, el momento y el espacio en el que transcurre la novela, sino que es una referencia a lo que puede ocurrir en Suecia, me pareció que era perfecto para repetirlo acá.