Los regímenes de zona franca permiten a los inversionistas aprovechar los servicios públicos, la seguridad jurídica y la educación y salud de los trabajadores de un país sin contribuir significativamente con el gasto público que los costea. Desde comienzos de la Revolución Industrial luchan los trabajadores por sus derechos. Tres estrategias marcan la política laboral en este momento del capitalismo: la conversión de toda relación estatutaria en contractual; la transformación de todo mecanismo público de protección social en privado; la progresiva desaparición de la relación laboral y del propio trabajador del campo de las relaciones jurídicas.
El modelo privilegiado y globalizado del trabajo es la maquila: consiste en una factoría que las transnacionales instalan en un país subdesarrollado, para cumplir total o parcialmente un proceso, cuyo producto se exporta en su casi totalidad, a fin de aprovechar la mano de obra y diversos incentivos, tales como la suspensión de las leyes laborales y exenciones fiscales.
Las maquilas fueron introducidas en México en 1965, por el presidente Díaz Ordaz, en virtud del Programa de Industrialización de la Frontera”, desarrollado por Arthur D. Little Company, en imitación de otro proyecto similar creado en Portugal. Su base es una medida proteccionista del gobierno de EEUU, que desde 1964 premia con tarifa preferencial la importación de bienes previamente exportados del país para su elaboración, y exime de impuestos dicha exportación.
De unas 3.000 maquilas instaladas en México, capitales estadounidenses son propietarios del 40%, y otro 47% es poseído por compañías mexicanas subsidiarias de estadounidenses. Vale decir, mediante la maquila el capital estadounidense evita cumplir con las leyes de su país y evade asimismo las de aquél donde se instala. Al principio se les limitaba vender en México un porcentaje de su producción, para que ésta no compitiera deslealmente con la industria local; desde la firma del TLCAN, esta restricción no existe.
Un modelo trasnacional
Bajo principios similares funcionan las maquilas instaladas en Centroamérica y en Asia. La Confederación Internacional de Sindicatos Libres, con sede en Ginebra, comparó las condiciones de las maquilas de Centroamérica con las de los campos de concentración, y denunció que en ellas se cometían violaciones contra los derechos humanos: golpes, abuso sexual y distribución de anfetaminas para soportar las arduas jornadas de trabajo, que promedian entre 10 y 12 horas. Los salarios oscilan entre 1,40 y 1,90 dólares, mucho más bajos que el salario mínimo legal de 2,83 dólares diarios. De 13 sindicatos que había en Guatemala en 1990, solo quedan tres: sus miembros son acosados hasta que se disuelven, y las empresas cierran y se trasladan en cuanto enfrentan cualquier problema laboral.
El negocio estriba en el costo ínfimo de la fuerza laboral: los derechos cobrados por Michael Jordan por uso de su imagen para unas zapatillas eran mayores que toda la remuneración de los maquiladores asiáticos que la fabricaban.
En 1985, un trabajador manufacturero ganaba 1,26 dólares por hora en México, y 9,56 en EEUU. En 1992, el mexicano ganaba 2,07 dólares por hora, y el estadounidense 11,3: casi seis veces más. A principios de este siglo la hora de trabajo, cuya remuneración promedio es de 21 dólares en EEUU, cuesta 5 dólares en México. Noam Chomsky hace notar que el colapso de la economía mexicana subsiguiente a la instauración del TLCAN-NAFTA en 1995, transformó México en una fuente barata de artículos manufacturados, con unos salarios industriales que son la décima parte de los de EEUU”.
Mujeres y niños
Edna Estévez resume: las maquilas desarrollan actividades productivas, a veces contaminantes, intensivas en mano de obra barata, no cualificada y preferentemente, femenina (constituyen más del 90% de la mano de obra contratada), aunque utilizan también a niños de 12 años. Trabajo que le permite ahorrar hasta 25.000 dólares al año por empleado.
En República Dominicana, la preferencia por la mano de obra femenina se debe a que la consideran más dócil y menos propensa a protestar por las duras condiciones de trabajo. En el mismo sentido, hace notar Jean Ziegler que las maquiladoras de la industria del juguete por lo regular hacen trabajar a sus obreros jornadas de 16 horas, 7 días a la semana, sin pago especial por horas extras ni salario nocturno, salario mínimo ni permisos por maternidad, gracias a lo cual los costos salariales apenas representan el 6% del precio de venta al público.
Las fuentes de los beneficios de las maquilas son el trabajo peligroso, preponderantemente femenino o infantil. Surgen de la derogación o la violación de un estatuto que protege al trabajador, en aras de un supuesto libre consentimiento contractual. Como reconocen los mismos asesores de la política exterior estadounidense en el Documento Santa Fe II: Muchos de los mexicanos que cruzan la frontera son hombres que no pueden obtener empleo en las maquiladoras, ya que las principales habilidades manuales y el trabajo a destajo son mejor desempeñados por las mujeres. Este empleo excesivo de mujeres ha tendido a debilitar la estructura familiar y a exacerbar las ya pésimas condiciones sociales, ambientales, sanitarias y educacionales en los pueblos fronterizos”.
A esto hay que añadir que los regímenes de zona franca permiten a los inversionistas aprovechar los servicios públicos, la seguridad jurídica y la educación y salud de los trabajadores de un país sin contribuir significativamente con el gasto público que los costea. En dichas zonas especiales de producción” el inversionista está eximido de pagar los derechos de importación de las materias primas y de exportación de los productos elaborados, además de que no paga los demás tributos por los Tratados contra la Doble Tributación”. Así, el Estado debe cubrir el déficit fiscal recargando los impuestos al valor agregado (IVA) y al consumo sobre los trabajadores.
El Informe sobre Desarrollo Humano 1999 de la ONU reconoce que cuando no se permite a 27 millones de trabajadores de las 845 zonas francas industriales que hay en el mundo organizarse en sindicatos, eso constituye una violación de los derechos de los trabajadores al igual que de sus derechos humanos”. La libertad de mercado presupone la eliminación de todas las demás.
El sistema maquilador tiene efectos simétricos con respecto a la fuerza laboral de los países desarrollados y los subdesarrollados. Si los países pobres obtienen empleos miserables, los trabajadores de los países ricos pierden los suyos y pasan a integrar un ejército industrial de reserva que deberá aceptar salarios cada vez más bajos y condiciones menos favorables. En la globalización las condiciones laborales tienden inexorablemente hacia el mínimo común denominador.
En conclusión, las maquilas o zonas especiales solo producen beneficios para las transnacionales, y arrojan efectos negativos para todos los demás participantes:
1) Para la clase trabajadora, que solo trabaja en ellas en condiciones de discriminación sexista, sobreexplotación y remuneración ínfima;
2) Para el Estado, que, en virtud de los Tratados contra la Doble Tributación, contratos de estabilidad tributaria, exenciones, y otros privilegios otorgados a las transnacionales, prácticamente no percibe de éstas impuestos con los cuales costear la educación, salud y pensiones.
3) Para la economía del país donde se instalan, que solo opera una fase del proceso productivo, y casi nunca recibe para su consumo interno la producción maquiladora, en su mayoría destinada a mercados externos y a precios incosteables para los nacionales.
4) Para la soberanía nacional, que pasa a ser fragmentada en zonas donde no se aplican las leyes de la República ni operan sus tribunales, como si hubieran sido militarmente ocupadas por potencias extranjeras.
Abogado, economista y escritor