Veinte años no es nada, sin embargo, la memoria es un baúl confuso. Recuerdo, por ejemplo, el ruido de las cacerolas traído por el viento el día 27 de diciembre. Ya habían pasado los peores momentos de la convulsión argentina y el presidente Fernando de la Rúa había renunciado. Las calles eran un hervidero. Marchas, asambleas y cacerolazos. ¿Qué pasó ese 27 de diciembre? Después de 35 años de mala racha, “la Academia” Racing Club, ganaba el campeonato de la mano de “Mostaza” Merlo. Recuerdo muy bien ese día. Yo estaba mirando el partido por televisión. Solamente mostraban la platea y la hinchada, mientras el comentarista relataba el partido. El volumen estaba alto. Tocaron el timbre varias veces. Un intento de robo en la esquina. Cuando salgo a la puerta había varios patrulleros y, a los pies del policía, un joven esposado, una bala metida en su pierna, un charco de sangre y la bota del oficial sobre el cuerpo del joven. “Queremos ver si entró alguien, eran tres y tenemos dos”, me dijo el oficial. Revisaron toda la casa. De repente hubo silencio y se escuchaban a lo lejos los ruidos de las cacerolas traídos por el viento.
En esas semanas uno se había acostumbrado a la violencia, a los cacerolazos, a las marchas y a realizar eternas y largas filas en los bancos y en los cajeros. La palabra “corralito” estaba en boca de todos, y nos pagaban más de la mitad del sueldo con bonos provinciales Lecor, con los que no podía comprar cigarrillos. Cerca de diez monedas diferentes por todo el país. De las que recuerdo: Patacón (Buenos Aires); Lecor (Córdoba); Cecacor (Corrientes); Quebracho (Chaco); Federal (Entre ríos); y varias más.
Unos días antes de la masacre de Plaza de Mayo y de la renuncia del Presidente, se había decretado el estado de sitio. Término molesto y jodido si los hay, porque remite a un umbral indefinido. No pasa todavía nada, pero puede pasar todo. Y pasó todo. Por lo pronto, la emblemática Plaza de Mayo se convirtió en un campo de batalla: hubo muertos. Es decir, no solamente hubo heridos y muertos, hubo represión y asesinatos. Dicho sea de paso, ningún político terminó en la cárcel por los sucesos, tanto económicos como sociales. El mismo Presidente fue sobreseído. El país era una bomba de tiempo. La bomba explotó.
Y al parecer, las explosiones nos joroban la memoria. Los argentinos nos olvidamos rápido. ¿Quiénes quedaron en el núcleo duro y final del Presidente, cuando ya nada había por hacer? Evidentemente, el primer nombre que se nos viene a la memoria es el del ministro de Economía, mentor de la convertibilidad durante el gobierno de Carlos Saúl Menem. ¿Se acuerda, lector/a? Un peso = un dólar. “Mingo” salió como rata por tirante un día antes, si mal no recuerdo. Dentro del entorno más cerrado se encontraba el hermano del Presidente, Jorge de la Rúa, que pasó por varios cargos y quedó en los días finales como ministro de Justicia. El ministerio del Interior, a cargo de Ramón Mestre (padre). Educación, y la Secretaría de Inteligencia del Estado, también a cargo de dos cordobeses (si bien uno de ellos nació en el extranjero, pero fuertemente vinculado con nuestra provincia).
Podemos decir que, en diciembre de 2001, el país, que siempre está conducido y monitoreado por la porteña ciudad de Buenos Aires, estuvo a cargo de un gobierno estrictamente cordobés. Repasemos: Presidente; ministro de Justicia; ministro del Interior, ministro de Educación, ministro de Economía, Secretaría de Inteligencia.
Hoy, a veinte años de los terribles sucesos del 2001, el “partido cordobés”, o el “cordobesismo” como gustan decir a algunos, sigue alimentando esta rivalidad de grieta entre periferia y centro. Del viejo lema delasotista de “Córdoba corazón de mi país”, hemos derivado a una Córdoba encapsulada. Una propuesta casi onanista que nos enfrenta sin integrarnos y tira por tierra cualquier atisbo de sentido de pertenencia. Evidentemente, Córdoba, y las demás provincias, deben tener una mayor injerencia en las decisiones políticas y en el reparto económico, pero habrá que tener memoria y cuidado. Cuidado de no encerrarnos, y memoria para recordar que la última vez que los cordobeses tomamos la dirección del país no solo “chocamos la calesita”, sino que dimos el paso fatal cuando estábamos al borde del abismo.
La famosa “hondonada”, el “claustro” al que hace alusión Domingo Faustino Sarmiento en “Facundo”, para significar la cerrazón que histórica y políticamente ejerce Córdoba en sus decisiones, es un espejo donde podemos mirarnos. Tal vez, no nos guste, pero nos ayude a arreglarnos un poco el pelo y las mañas. Será necesario salir del claustro. Córdoba ha sido grande, no cuando se cerró sobre sí misma, sino cuando se abrió y marcó rumbo y dirección para todo el país y América Latina. La Reforma del 18 y el Cordobazo son ejemplos suficientes.
Aquel fatal diciembre de 2001, aquel entorno cerrado del Presidente, refleja, a mi entender, el ejemplo más concreto, despreciable y sin sentido de “cordobesismo” estéril, del que debemos aprender y jamás olvidar.