No lo recuerdo bien. Mi memoria está algo nebulosa porque esto pasó varios siglos atrás. Primero asomaron las velas izadas de sus fragatas en nuestro horizonte. Se dirigieron hacia nuestras costas a través del mar. Y alcanzaron nuestras playas un día soleado, cálido y exhuberante como cualquier otro. Eso pasó hará ahora cinco o seis siglos en las costas de la isla San Mauricio, frente a Madagascar…
—Eso no es lo importante— murmuró Ágatha Selene, tu Moon Sister. E inmediatamente levantó la vista del pentáculo que ella misma había pintado con sangre menstrual sobre la mesa unos minutos antes.
Era una mesa enclenque de pino en medio de aquel galponcito de chapas en Londres, Catamarca. Alrededor de él estaban sentadas vos y las otras seis iniciadas. Pocos minutos antes, Ágatha Selene había dibujado un pentáculo con tu sangre menstrual y la de las demás, recolectada poco antes por las tres facilitadoras de Energía Menstrual Universal.
Decían que éramos un poco torpes, un híbrido entre una gallina y una especie rara de pato con plumas exhuberantes. Como nuestra carne era muy fibrosa y nada tierna y no les gustaba su sabor, comenzaron a exhibir y comerciar nuestro plumaje y a saquear nuestros huevos. Muchos de los nuestros perecieron en las largas travesías cruzando el océano Índico, el mar Rojo y el Mediterráneo. Algunos huevos llegaron allende los mares pero lo que salió de ahí dentro no eran más que los cadáveres putrefactos de nuestros bebés…
Secándose la gota que le surcaba la frente, Ágatha Selene aclaró un poco su gruesa voz. Intuiste un pequeño temblor de incomodidad mientras tu Moon Sister se imponía sobre esa vocecita gangosa, como la de un púber adolescente en la transición hormonal. Una vocecita que hablaba desde quién sabía dónde.
— Eso no nos interesa. Estamos acá reunidas para invocar a los arcanos poderes de la Tierra, Gea, Gaia, Tangaroa, Coatlicué —¿Quién habla? ¿Quién está ahí? —Si no sos Izanami, Ninhursag, Mujer-Araña, Tiamat, Ñuke Mapu, por favor, comunícate con nosotras dando dos golpes sobre el centro de este pentáculo dibujado con nuestra Energía Menstrual Universal. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, vivimos para siempre.
Acto seguido se hizo un silencio sepulcral.
…Y los que nos quedamos acá perecimos en masa por las pestes que trajeron los que se bajaron de los barcos con sus gallinas y otras especies de granja. Además, los animales depredadores que ellos introdujeron en nuestras islas acabaron con nuestros huevos…
—Repito, eso no es lo importante—subió la voz Ágatha Selene, interrumpiendo a la vocecita gangosa que contaba la triste historia de la extinción de su especie.
Quién sabe desde dónde nos hablaba. Lanzaste una vista fugaz alrededor de las paredes de chapa del galponcito para comprobar si había algún altavoz escondido. Quizás lo habían instalado debajo de la mesa. Pero el sonido venía como del más allá. De más allá de este galponcito perdido en aquel paraje precordillerano.
—Queremos saber quién habla—insistió Ágatha Selene—Acá reunidas, las acólitas de Pacha Kununu Nun por Energía Menstrual Universal. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, vivimos para siempre. Te estamos invocando Deví, Cibeles, Umai, Nerthus, Amalur, Sagrada Diosa Madre… —¿Quién habla ahí? ¿Quién se está comunicando con nosotras?
Otra vez se hizo un silencio rotundo. Una de las iniciadas que estaba a tu derecha tosió, incómoda. Mantuviste la mirada fija sobre el pentáculo de sangre, evitando hacer contacto visual con Ágatha, Selene o con cualquiera de las demás iniciadas. Empezaste a pensar que quizás no había sido una buena idea venirte hasta acá. Comenzaste a especular con la idea de que, si la pedías antes de pasar la primera noche, quizás sí te devolverían la plata que habías pagado. Tal vez podrías recuperar aunque fuera una parte.
“¡Bienvenida!” fue lo primero que te dijeron las tres facilitadoras con su sonrisa profesional, con una vagina dentada impresa en color fucsia junto al logo Menstrual Universal Energy Ltd. en sus camisetas. Eso había ocurrido solo unas pocas horas antes. En el momento en que habías llegado hasta acá, súper cansada, transportada desde San Fernando de Catamarca en una furgoneta destartalada donde sentiste hasta la última piedrita del camino rebotando contra tu culo. Así habías llegado hasta acá, a este galponcito en la única calle empedrada de Londres, Catamarca. El lugar donde estás ahora, preparada para el ritual de invocación a la Pacha Mama, tu ritual de iniciación en Energía Menstrual Universal. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre.
Era un paraje recóndito al pie de la mágica precordillera argentina. Siempre habías querido venir hasta acá. Desde chica habías escuchado infinitas historias sobre sus cualidades místicas. A solo unos kilómetros de acá está el Shincal de Quimivil, la que fuera la ciudad más austral del Imperio Inca. Cerca también se encuentra la capilla de la famosa virgen de la Fluorescencia. Una virgencita con piel color fosforescente y rasgos orientales de orígenes desconocidos que fue encontrada por unos monjes jesuitas entre los faldones de estas montañas hacía ya varios siglos.
Además, según los testimonios de algunos ex jerarcas nazis que huyeron después del fin de la Segunda Guerra y se ocultaron acá, en el noroeste de Argentina, entre sus entrañas rocosas se encontraría escondido el Santo Grial, que habría sido arrebatado a los guerreros cristianos en las Cruzadas y traído hasta acá oculto en un barco de los conquistadores españoles. A eso se le sumaban las decenas de testigos de la aparición de extrañas luces en su cielo despejado. Los testimonios de avistamientos de ovnis eran frecuentes y por eso acá se había realizado hace unos años un famoso congreso internacional de ufología. Hasta había quienes atribuían el desconocido material con que está hecha la virgencita a una ofrenda de unos antiguos dioses extraterrestres.
Todas esas diferentes capas de significados espirituales convergían en lo mismo: este inhóspito lugar en esta olvidada provincia en el culo del mundo era un centro de energía cósmica. Además del lago Titicaca, la pirámide de Giza, los menhires de Stonehenge y otros lugares sagrados, Londres, Catamarca era uno de los chakras de Gaia, uno de los vórtices de energía espiritual de la Tierra. Por eso, Energía Menstrual Universal había organizado este encuentro a través de su red de facilitadoras y Moon Sisters alrededor del mundo. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre.
“Si después de tu largo itinerario hasta acá te has cansado mucho, no te preocupes, porque mañana, después que el ritual de iniciación finalice con la entrega de tu huevo de obsidiana, oficiaremos una sanación con baño en temazcal” te habían dicho las facilitadoras a modo de consuelo. “Este servicio no estaba incluido en el pack de tu viaje, pero lo podés incluir dándole a este botón ¿lo ves? Aceptamos pagos con tarjeta de crédito y Paypal” te dijeron mostrándote un pequeño dispositivo electrónico. Tragaste saliva, sacaste la tarjeta de crédito y pagaste, murmurando. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre.
Y en aquel galponcito destartalado, levantado con planchas de chapas y precarios ladrillos de adobe, ahí fue donde ellas prepararonla infusión sagrada. La infusión para despertar a “la serpiente azul turquesa”, la llama kundalini que habita en cada una de nosotras. Eran las semillas de cóatl xoxohuqui, el término náhuatl para “la serpiente azul turquesa”, el símbolo místico de las guerreras kundalini. Te lo habían contado varias veces: en la historia de karmatrón, la serpiente Kundalini era un mítico reptil que dormía en el sagrado santuario de la montaña merú, donde espera a que la despierten. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre.
Ese era el brebaje que habías tomado poco antes de empezar la invocación que estaba oficiando Ágatha Selene ahora mismo. ¿Qué? ¿No te gusta? Sí, tiene algo de gusto a corteza. Y sí, a pies sucios también. Sí, ese es el sabor de la Pacha Mama, el aroma de Xi Wangmu, de Atabey, de Magna Dea, de Annan y de la Sagrada Pincoya. ¿Qué te esperabas si no? Ahora cerrá los ojos. Y concentrate en lo que está pasando. Sí, puede ser que todo sea efecto de esa infusión. No, no es solo una paranoia tuya. Seguiste escuchando a la vocecita gangosa que siguió contando su historia.
No estábamos acostumbrados a esa amenaza constante de los depredadores. Por eso un siglo después de que llegaran a nuestras costas ya solo quedábamos unos pocos… Soy un pájaro Dodo. Nuestra especie se extinguió hace más de cinco siglos por culpa de ustedes…
Tras esta última declaración, a Ágatha Selene se le quebró una uña mientras se acomodaba, nerviosa, el turbante. Observaste el ligero temblor de sus manos musculosas de albañil. Entonces, después de acomodarse de nuevo el tocado en la cabeza, Ágatha Selene realizó un gesto rápido. E inmediatamente una de las facilitadoras hizo circular de nuevo ese bol de plástico. Tu Moon Sister pretendía que bebieras una vez más esa inmundicia de infusión. Una extraña lucidez te asaltó de repente. Bajo ningún motivo querías tomar más de ese brebaje. Solo ibas a simular que lo bebías de nuevo. Lo único que faltaba era que acá en este galponcito en este paraje perdido en el culo del mundo, estas energúmenas intentaran dormirte para después usar tu tarjeta de crédito. O peor, para robártela.
— No queremos hablar con un plumífero extinto. No te llamamos a vos. Queremos hablar con ella. Con Gaia, Terrus, Astarté, Magna Mater, Papatūānuku… Gran Diosa Madre Creadora, manifiéstate, ven a nosotras. Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre.
—Queremos saber quién o quiénes hablan. Así podemos hacer nuestras preguntas. Necesitamos saber si no…si no… si no hemos invocado…. a otra cosa…—enunció Ágatha Selene tragando saliva…
Una de las sillas de plástico crujió. Una de las iniciadas se había levantado y estaba vomitando en una esquina. Con el rabillo del ojo intuiste el color amorronado de la infusión mezclándose con el agua que salía de su estómago cayendo en el barro de una esquina del galponcito.
—Exigimos que nos digas quién sos. ¿Quién sos? —replicó, impaciente, Ágatha Selene. Entonces dio un golpe en el centro del pentáculo de sangre.—¡No! ¡Esperá! ¡Volvé!¡No te vayas! ¡Quedate con nosotras! Queremos seguir hablando con vos…
La mesa tembló de nuevo. Pero esta vez hasta las precarias paredes de chapas del galponcito temblaron. Entonces empezó a hablar otra voz. También era femenina, aunque más aguda y chillona. Te sonó extrañamente familiar.
Me morí asfixiada hace tres años mientras intentaba comer un ala de pollo al disco durante una cena de Año nuevo en el patio de mi cuñada, la Mirta, en su casa de verano en Salsipuedes. Una astilla de hueso se me atragantó y como mis familiares estaban tan borrachos como yo…
En ese momento agarraste del brazo a una de las iniciadas que estaba al lado tuyo. Sin querer le clavaste las uñas en el brazo. La iniciada alejó el brazo como si tuvieras la lepra. Empezaste a llorar y sollozar, angustiada.
—Tía Carmen, ¿sos vos? ¡¡¡A mamá y a mí nos dolió muuuuucho lo que pasó!! ¡¡¡Lo sentimos taaaaaaanto!!!!!— sollozaste, embriagada de emoción.
¿Sería eso también un efecto de la infusión?— te preguntaste por una fracción de segundo.
Ágatha Selene movió la cabeza de izquierda a derecha y suspiró. Seguro que le había pasado antes. Las invocaciones podían ser algo erráticas. Nadie sabía qué almas perdidas podía venir cuando se invocaba a la Pacha. Entonces tu Moon Sister cerró los ojos y meditó un instante. Hizo un gesto con la cabeza y otra de las facilitadoras le alcanzó un candelabro con tres velas que estaba desde una esquina del galpón.
No te preocupés, sobrina, solo me asomé por acá para agradecerte por haberme hecho la maniobra de Heimlich…. aunque no funcionara. Y para avisarte que dejé todos mis ahorros en dólares en un lugar donde nadie de esas aves de rapiña de tu familia lo encontró… Están adentro de una media de lana escondida en un cajón en el fondo de una cómoda que está….
Y la voz se apagó, como consumida, en el momento mismo en que Ágatha Selene encendió la primera vela.
—¡¡¡No, esperá, no la silenciés, quiero saber dónde dejó los ahorros, mi herenciaaaaaa!!!—le gritaste a Ágatha Selene, que seguía impasible, mientras encendía otra vela.
Era como si esa luz se hubiera chupado al alma de tu tía Carmen, tu pobre tía Carmen… Seguiste llorando bajito, sintiendo una mezcla de gratitud y también desconsuelo después de este fugaz contacto con el alma en pena de tu querida tía. La iniciada que un momento antes había corrido el brazo con desprecio, ahora te acariciaba la espalda a modo de consuelo. Ágatha Selene retomó la invocación. Y comenzó a recitar en voz alta mientras realizaba una extraña coreografía con ambas manos:
Manifiéstate, diosa madre, destructora de mundos,
despeinada, te agitás blandiendo el cáliz sangriento;
el cráneo de Pachacamac te mira con ojos vacíos
y lanzamos al aire la carcajada que hiela.
Las hogueras de cadáveres humanos humean a lo ancho y lo largo;
criminales, los hombres con saña destruyen a Gaia
con sus brazos fálicos cortados adornas tu talle,
el cielo de plomo en tu vientre de diosa, el ombligo un lucero
¡Krim! exclamamos y tu nombre pronunciamos temblando de miedo
solo en ti, Energía Menstrual Universal, se encuentran verdad y consuelo.
¡solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre!
Mientras esperabas, expectante, con las demás iniciadas, otra voz, mucha más profunda y grave, emergió desde abajo, desde lo profundo del piso de barro de ese galponcito en Londres, Catamarca, uno de los chakras de la Tierra.
Un grupo de extranjeros que no hablaban la lengua de la tierra llegaron en un jeep importado. Primero me cercaron. Y unos obreros extendieron un alambre de púa, aprisionándome, separándome de todo lo que conocía hasta entonces. Y echaron a la comunidad originaria que vivía en armoniosa convivencia conmigo. Les pagaron con espejitos y monedas de cobre. Y a los que no se quisieron ir, los amenazaron de muerte…
Un suspiro colectivo se elevó en todo el galponcito. Un par de las iniciadas se persignaron. Otra fue corriendo a vomitar en la esquina de nuevo. Ágatha Selene había abierto bien los ojos y sonreía extasiada mirando al cielo de chapas y adobe del galponcito.
Después llegaron los camiones y me aplastaron. Al rato, las excavadoras. Horadaron mi piel y luego mi carne. Mi cuerpo fue violentado una y otra vez a través de las garras de sus palas mecánicas. Los lugareños cuentan que me escucharon llorar mis lágrimas de sal ante la Luna y a los volcanes por las noches hasta inundar las planicies creando el Salar de Uyuni, en Bolivia…
La mesa con el pentáculo y la vela encendida empezaron a temblar de nuevo. Sin embargo, a pesar de la emoción ante lo que estabas presenciando, la infusión y su efecto psicotrópico te habían provocado un ligero estado narcótico. Sin embargo, seguiste escuchando, como entre sueños:
Decían que en mi vientre acunaba el llamado oro blanco, el litio. La energía plateada que mantenía vivos los teléfonos con que ustedes, energúmenas, se comunican todo el rato obsesivamente. Al principio provoqué hundimientos, socavones, atentados “naturales” como forma de resistencia. Pero al ver que solo asfixiaba y acaba con la vida de los originarios trabajando a destajo bajo la extorsión de los extranjeros en mi vientre, me dejé hacer. Ya llegaría el día en que me despertaría, como un animal mitológico, como una entidad que yace con paciencia, porque no está muerto lo que duerme eternamente…
—Gaia, Reina Madre, Madre Tierra ¡Solo en ti, ¡solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre!—aulló Ágatha Selene con las manos en alto y con su voz ahogada en éxtasis.
En ese momento, la mesa y las paredes de chapa del galponcito temblaron de una manera más intensa. No era solo un cimbronazo, como antes, era un temblor que iba aumentando en intensidad. Como si ondas de movimiento circularan por debajo del suelo de barro apisonado del galponcito.
Y ya ha llegado ese día. El día en que los Andes se despiertan y bostezan con estruendo demostrando todo su poder y así es como yo, Pacha Madre kununuy, invocaré el Pachacuti y el caos primigenio se manifestará…
Cuando abriste los ojos, la tierra se movía. Las tres facilitadoras y Ágatha Selene ya habían salido corriendo afuera del galponcito. Una de las iniciadas estaba desplomada en el suelo con un ladrillo de adobe incrustado en la cabeza. Su sangre se mezclaba con la sangre de pentáculo en la mesa quebrada al medio por una plancha de chapa que se había desplomado desde el techo una milésima de segundo antes. Saliste huyendo despavorida detrás de ellas.
Entonces, bajo el radiante sol de la precordillera, con el viento Zonda dándote en la cara, acá en Londres, Catamarca, oliste el verdadero aroma a Gaia, Tangaroa, Coatlicué, Izanami, Ninhursag, Mujer-Araña, Tiamat, Gea, Ñuke Mapu, Deví, Cibeles, Umai, Nerthus, Amalur y todos los múltiples nombres de ella, La Reina, La Madre, La Redentora… Sentiste el sonido de las gotas chocando contra el suelo de tierra y detectaste el intenso olor a orina de la iniciada que tenías a tu izquierda. Lo que estabas presenciando eran tan ominoso que no tenías palabras para enunciarlo. Te dejó muda. Mientras tanto, como si fueran ecos lejanos, espectrales, escuchaste las voces de Ágatha Selene y las facilitadoras. Te llamaban a los gritos para que te subieras a la furgoneta que arrancaban en ese momento para huir inmediatamente de ahí.
Pero vos lo sabías. Lo habías intuido con la fugaz comunicación con tu tía Carmen. La recordaste a ella asfixiándose atragantada por la astilla de pollo durante esa cena de Año nuevo. Su voz ahogándose en una mezcla de pavor y éxtasis como la que sentís ahora en las tripas. Y te quedaste parada ahí, contemplando como ella, la Gran Madre, se despertaba bostezando. Y admiraste cómo las enormes rocas que coronaban los faldones de las montañas de la precordillera mágica, sobre Londres, Catamarca, comenzaron a rodar con gran estruendo hacia abajo, hacia ustedes. Estaba sucediendo. Ahora mismo. Era ella. Era la Gran Madre que se había despertado. Y a través de este terremoto estaba comunicándose. Por fin. Comunicándose con vos. Contigo. Con todas ustedes.
¡Solo en ti, Pachita eterna, Jai Shakti Ma, Pacha kununuy vivimos para siempre!
Ana Llurba
(Córdoba, 1980) Licenciada en Letras Modernas (UNC), estudió Literatura Comparada y Edición (Universidad Autónoma de Barcelona). En 2020 fue seleccionada en el programa de residencias literarias de la UNESCO en Cracovia (Polonia). Actualmente es becaria del MFA bilingüe en Escritura creativa en UTEP (El Paso, Texas). Ha publicado Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr (I Premio de Poesía joven Antonio Colinas), La puerta del cielo (novela) y Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos (ensayo). Constelaciones familiares (relatos) fue reconocido con el Premio Celsius de la Semana Negra de Gijón e integró el long list del Premio Finestres de narrativa.
¿Y si la naturaleza pudiera comunicarse con nosotros a través de desplazamientos y modificaciones? Hay un grupo de mujeres, una invocación con sangre y entidades que acuden para expresarse aunque no estén invitadas. Ana Llurba –escritora nacida en Córdoba pero cuya obra es leída a nivel internacional– es una destacada representante del New Weird, además de ser una de las más originales narradoras de ficción en nuestra lengua.