El cambio climático trajo consigo el aumento de la temperatura debido a los gases de efecto invernadero, lo que ha intensificado los periodos de calor intensos y picos de temperaturas durante estos últimos años. En Córdoba, en lo que va de la temporada ya hemos tenido al menos dos olas de calor, teniendo en cuenta que apenas llevamos dos semanas de diciembre y que aún nos quedan meses por transitar.
Pero en las ciudades, el calor ya no llega solo, y a esta altura del año todo parece pesar más. Al aumento de las temperaturas se le suman el ruido constante del tránsito, la contaminación del aire, la falta de espacios verdes y una forma de habitar el territorio que, en conjunto, va configurando lo que hoy se denomina estrés climático urbano. No se trata únicamente de incomodidad térmica, es una presión acumulativa sobre la salud física, mental y social, que se distribuye de manera desigual y profundiza brechas preexistentes.
En Córdoba, este enfoque comienza a consolidarse a partir de investigaciones que cruzan datos ambientales con información social y territorial. Desde el Instituto de Investigación en Desarrollo Sostenible (IDI-DS) de la Universidad Blas Pascal (UBP), el equipo analiza cómo el calor urbano, el ruido y otras cargas ambientales afectan de forma diferenciada a la población, y cómo esas evidencias pueden orientar políticas públicas preventivas. Desde Hoy Día Córdoba, hablamos con ellos para conocer cuál es el panorama en Córdoba y el proyecto que impulsan, destinado a adaptar el área central de la ciudad de Córdoba a las nuevas temperaturas.
“Cuando se habla de ‘estrés climático urbano’ se está nombrando una experiencia acumulativa, el calor extremo que trae el cambio climático se potencia con la forma en que la ciudad está construida (mucho asfalto y hormigón, poca sombra, suelos impermeables, fuentes de calor del tránsito), y se mezcla con otros estresores cotidianos como el ruido, la contaminación y la falta de acceso a verde, hasta volverse una presión constante sobre la salud, el descanso y la vida social”, explicó Gabriel Garnero, director del Instituto de Investigación en Desarrollo Sostenible de la UBP.
Este cambio de mirada implica dejar de pensar el calor como un evento excepcional. “Lo que muestran los registros y la lectura oficial del riesgo es que el calor dejó de ser ‘un episodio’ y pasó a ser un patrón”, señaló el especialista. En la última década, las olas de calor se triplicaron en Córdoba; febrero de 2025 marcó un récord de 42°C y el verano 2024–2025 encadenó cuatro olas consecutivas. “Con eso, el calor extremo se entiende ya como un riesgo estructural para la ciudad”, advirtió sobre estos datos.
Pero el estrés climático no se explica solo por la temperatura del aire. El ruido urbano, por ejemplo, aparece como un contaminante ambiental persistente, muchas veces naturalizado. Lucas Vanoli, responsable del equipo de calor urbano del IDI-DS, lo estudió en profundidad a partir de modelos de ruido aeroportuario y mediciones urbanas. “En las ciudades lo que más afecta al ruido, por lo menos en los niveles de fondo, es el ruido fundamentalmente de la movilidad y los autos. Pero no quiere decir que sea el más molesto”, sostuvo.
Vanoli subrayó que existe una diferencia clave entre cantidad de ruido y percepción social. “Normalmente la gente se queja más de cuando hay una fiesta en la casa de un vecino o en un bar. Pero no necesariamente es el ruido que más hay. Una cosa son los niveles de ruido y otra es en dónde se está produciendo y qué características tiene ese ruido y a quién está perjudicando”. Esta distinción resulta central para entender por qué el estrés urbano no se mide solo con promedios, sino con mapas, horarios y contextos específicos.
En los últimos años, el foco principal del equipo se desplazó hacia el estudio del calor urbano y su cruce con los distintos sectores sociodemográficos. “Venimos estudiando todo lo que tiene que ver con la isla de calor urbana, el calor urbano en general, y la vulnerabilidad sociodemográfica frente a este fenómeno”, explicó Lucas. Los estudios se concentran en el área metropolitana de la ciudad de Córdoba, donde se presentan diferencias térmicas entre barrios y corredores urbanos.

Lejos de tratarse de un fenómeno uniforme, la isla de calor adopta múltiples formas, sobre lo que detalla: “Dentro de esta idea de la isla de calor urbana no es que tiene una sola forma o haya un solo mapa de isla de calor, sino que hay muchas situaciones diferentes durante el día y durante distintas épocas del año”. Las imágenes satelitales permiten comparar, por ejemplo, la situación térmica de las 11.30 de la mañana con la de las 14.30, revelando patrones distintos según la hora, la orientación y el uso del suelo.
A ese trabajo se suman las mediciones en el territorio. “Empezamos midiendo confort térmico. También ahora estamos midiendo temperaturas de superficies”, relató Vanoli, quien describió el uso de termómetros infrarrojos y cámaras térmicas portátiles para analizar en detalle veredas, fachadas y calles específicas. Estas herramientas permitieron comparar tipologías urbanas muy diferentes dentro de la ciudad.
Las diferencias entre dos espacios claves de Córdoba
Uno de los casos analizados fue la comparación entre la avenida Colón y la Cañada, sobre lo que Vanoli señaló: “Estamos encontrando diferencias muy interesantes de hasta 3 grados de confort térmico, en una vía respecto a la otra. Los resultados confirmaron hipótesis conocidas, como el efecto positivo del arbolado y la infraestructura azul, pero también permitieron cuantificar esas diferencias en el contexto local”.

El análisis de la forma urbana arrojó resultados menos lineales de lo esperado. “La teoría dice que mayor construcción, mayor intensidad de uso urbano, en principio debería correlacionarse con mayor temperatura. Pero los resultados nos están mostrando que eso es bastante relativo”, explicó. Factores como los materiales, las alturas, la relación con el verde y el efecto de sombra entre edificios modifican sustancialmente el comportamiento térmico.
“En zonas como Nueva Córdoba tarda más en subir la temperatura durante el transcurso del día y tampoco genera una isla de calor tan marcada como en otras zonas de la ciudad”, describe. Según el investigador, el sombreado generado por edificios en altura cumple un rol clave, que no se esperaba: “Esto tampoco nos está llevando a entender o poder explicar que la densificación urbana, o sea, densificar la ciudad, aumentar la intensidad de uso, tendría impactos negativos en lo que tiene que ver con la isla de calor, pero siempre hay que ser cuidadosos con esto”.
La peor situación urbana, en cambio, combina baja densidad, mucha superficie impermeable y alta intensidad de uso. “Es aquella que tiene mucha superficie impermeable, que tenemos mucha intensidad de uso, pero con edificaciones bajas. Todo eso termina siendo como una especie de gran radiador”, describió Vanoli.
Mapas de riesgo social
El impacto del calor se vuelve más crítico cuando se cruza con la vulnerabilidad social. No alcanza con saber dónde hace más calor: importa cuánta gente vive allí, quiénes son y con qué recursos cuentan para enfrentar ese estrés. El equipo del IDI-DS trabaja con un Índice de Vulnerabilidad Frente a Desastres basado en datos censales. “Tiene en cuenta, por ejemplo, la edad de las personas, ya que edades avanzadas o niños tienen menores capacidades, por ejemplo, de hacer frente a situaciones de calor. También considera la calidad de la vivienda, el acceso a agua potable y electricidad, las redes de contención familiar y el acceso a sistemas de salud y seguridad social”, detalló Lucas.
Al cruzar esos datos con los mapas de isla de calor urbana, se construyen mapas de riesgo social frente a la isla de calor urbana. Esta información permite identificar barrios prioritarios y orientar las intervenciones públicas.

Garnero reforzó esta mirada sanitaria y social con datos locales e indicó: “La evidencia muestra que la mortalidad y el riesgo asociado a olas de calor aumenta especialmente, en mayores de 65 años. Para Córdoba, los reportes municipales como el plan acción de olas de calor reporta un incremento del 13% en el riesgo de mortalidad en población general y del 17% en personas de más de 65 años durante días con ola de calor”.
El estrés climático también puede tener consecuencias psicológicas. “Distintos estudios asocian las olas de calor con aumentos de ansiedad y violencia interpersonal”, señaló Garnero, y advirtió que el calor, sumado al ruido y la congestión, “termina afectando el humor social, lo que se traduce en peor descanso, mayor irritabilidad y una sensación persistente de cansancio urbano”.
“El desafío es salir de una lógica reactiva -actuar ‘cuando explota’- y pasar a una planificación preventiva y transformadora”, planteó Garnero. Entre las prioridades, enumeró la infraestructura verde y azul, la movilidad menos dependiente del auto, la mejora de viviendas y espacios de trabajo y la focalización territorial basada en mapas de riesgo.
Parte de este enfoque se traduce en el proyecto con el que el equipo ganó el Climathon 2024 en Córdoba: LACALOR, una plataforma que combina datos geolocalizados y análisis del calor urbano. La herramienta está diseñada para identificar condiciones térmicas de propiedades y orientar decisiones de mitigación.
Para Garnero, el rol de la ciencia local es fundamental: “Instituciones como el IDI-DS de la Universidad Blas Pascal son clave porque producen evidencia espacial, articulan pilotos y soluciones basadas en la naturaleza, y ayudan a pasar de ideas a pruebas medibles, adaptadas a realidades locales y escalables en políticas públicas”. De esta forma, en una ciudad (y el mundo en general) cada vez más expuesto al estrés climático, el desafío está en convertir esos datos en decisiones y políticas públicas que cuiden la salud y reduzcan el riesgo a futuro.









