El gobierno de Washington enfrenta un escándalo de seguridad nacional después de que un periodista de The Atlantic fuera incluido accidentalmente en un grupo de chat donde altos funcionarios discutían planes militares contra los rebeldes hutíes en Yemen. El incidente, confirmado por la Casa Blanca, revela graves fallos en el manejo de información clasificada y ha desatado críticas de legisladores demócratas.
Lo que sucedió es que Jeffrey Goldberg, editor en jefe de The Atlantic, recibió acceso involuntario a conversaciones en Signal–una aplicación cifrada usada por funcionarios– donde el vicepresidente J.D. Vance, el secretario de Defensa Pete Hegseth y el secretario de Estado Marco Rubio coordinaban los ataques anunciados el 15 de marzo. Según Goldberg, los mensajes incluían detalles como objetivos específicos, armamento desplegado y el cronograma exacto de las operaciones.
«Las primeras detonaciones en Yemen se sentirían a las 13:45 hora del Este«, escribió Hegseth en el chat, información que luego se confirmó en terreno. Aunque Goldberg no divulgó los datos, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Brian Hughes, admitió que el número del periodista fue agregado «inadvertidamente» y que se investiga el hecho.
El senador demócrata Chris Coons denunció en redes sociales que los funcionarios involucrados «cometieron un delito» al usar sistemas no oficiales para compartir información sensible. «Si se usaron canales no seguros para transmitir planes de guerra, es una violación grave de los protocolos«, afirmó.
Por su parte, Trump declaró no estar enterado del incidente: «No sé nada al respecto. Me lo cuentan por primera vez«, dijo, aunque defendió la operación como «muy efectiva”.
Las filtraciones también exponen divisiones dentro del gobierno. En el chat, Vance cuestionó la intervención: «Odio rescatar a Europa otra vez«, argumentando que los países europeos son los más afectados por los ataques hutíes al comercio marítimo. Hegseth respondió compartiendo su «aversión a la carga gratuita europea«, mientras un participante identificado como «S.M.» (presumiblemente el asesor Stephen Miller) propuso exigir beneficios económicos a cambio de la protección estadounidense.
Los hutíes, aliados de Irán, controlan gran parte de Yemen y han lanzado más de 50 ataques contra barcos en el Mar Rojo desde el inicio de la guerra en Gaza, interrumpiendo el 12% del tráfico marítimo mundial. Esto obligó a navieras a desviarse por África, elevando costos.
El episodio —que hubiera sido cómico de no mediar su gravedad— dejó al descubierto tres crisis simultáneas: la negligencia operativa (usar Signal para coordinar bombardeos es como enviar los códigos nucleares por WhatsApp), la erosión institucional (un presidente que «desconoce» filtraciones de su propio gabinete) y el aislamiento geopolítico (las quejas de Vance contra Europa son el síntoma de una OTAN en terapia intensiva). Pero hay más: cuando Miller sugiere convertir la seguridad marítima en un negocio extorsivo, queda claro que hasta la Realpolitik tiene nuevos dueños en Washington.
El incidente ha puesto en evidencia graves vulnerabilidades en tres aspectos clave: primero, la cuestionable decisión de utilizar aplicaciones civiles como Signal para discutir asuntos clasificados, lo que expone fallas críticas en los protocolos de comunicación gubernamental; segundo, la erosionada credibilidad de la administración Trump en materia de seguridad nacional, al demostrar incapacidad para proteger información militar sensible; y tercero, las crecientes tensiones con aliados estratégicos, como quedó plasmado en las críticas del vicepresidente Vance hacia Europa, revelando profundas divisiones internas sobre el rol de Estados Unidos en la arquitectura de seguridad global y su relación con la OTAN.
Las consecuencias trascienden lo anecdótico. Este incidente no solo alimentará audiencias congresales —los demócratas ya frotan sus manos— sino que ofrece a rivales como China e Irán un manual gratuito sobre las disfunciones estadounidenses. Mientras, en el Mar Rojo, los hutíes siguen jugando al gato y al ratón con la mayor potencia militar del mundo, ahora con la ventaja añadida de saber que sus enemigos discuten estrategias entre filtraciones y rencillas domésticas.
Lo que comenzó como un error técnico terminó revelando no solo fallas críticas en la seguridad estadounidense, sino también fisuras políticas sobre el rol de EE.UU. en conflictos globales. Mientras Yemen sigue en llamas, esta filtración podría tener repercusiones duraderas en la confianza hacia el gobierno de Trump.
Este desliz tecnológico podría convertirse en un punto de inflexión estratégico. Moscú y Beijing, ávidos de demostrar la decadencia occidental, ya analizarán cómo explotar esta muestra de amateurismo en seguridad nacional. Pero el daño mayor quizá sea interno: cada vez que un soldado estadounidense muera en Yemen, la oposición preguntará si su posición fue filtrada en algún chat.
Los aliados europeos, por su parte, reevaluarán si confiar sus secretos a una administración donde hasta las órdenes de bombardeo parecen circular como memes. En la era de la hiperconectividad, este incidente revela una verdad incómoda: la primera potencia militar del siglo XXI aún no sabe proteger ni siquiera sus conversaciones.
En definitiva: Trump puede declarar victorias «efectivas» en Yemen, pero esta filtración es, ante todo, una derrota autoinfligida. Cuando la historia juzgue esta administración, recordará no solo sus misiles, sino sus mensajes de texto.
Si esta noticia te interesó, registrate a nuestro newsletter gratuito y recibí en tu correo los temas que más te importan. Es fácil y rápido, hacelo aquí: Registrarme.