Finalmente, en las elecciones presidenciales mexicanas resultó electa Claudia Sheinbaum, por un apabullante 59% en primera vuelta. La candidata del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) representaba al gobierno del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el primero de un signo político diferente a los históricos Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Partido Acción Nacional (PAN).
Sheinbaum, a su vez, se convierte en la primera mujer de la historia mexicana en llegar al Palacio Nacional. Su inmediata perseguidora, Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz, candidata de la coalición que integraba al PRI y al PAN, Fuerza y Corazón por México, quedó Segunda, con el 27,90% de los votos. Mientras que Jorge Álvarez Máynez, del partido Movimiento Ciudadano, alcanzó el 10,41%, para ubicarse tercero. Se trata de un triunfo histórico que continúa y profundiza la “Cuarta Transformación” Mexicana, comenzada por AMLO hace ya seis años.
Más allá de los logros del gobierno, sin embargo, Sheinbaum se encontrará con un país con 36% de pobreza, problemas estructurales sin resolver a causa del crímen organizado, una tasa alarmante de feminicidios, y un contexto regional complejo a causa de la frontera con EEUU (ver pág. 2) en un año electoral también allí.
La presidenta electa tiene 61 años, es física, tiene dos hijos, una maestría y un doctorado. Fue alcaldesa de la Ciudad de México durante la pandemia y su gestión fue muy valorada tanto adentro de la ciudad como internacionalmente. Mantuvo diferencias públicas con AMLO, aunque, finalmente, el presidente se decidió por apoyarla como su sucesora. El “humanismo mexicano”, que agrupa a Sheinbaum y AMLO bajo un mismo movimiento, a pesar de sus diferencias, propone una transformación del país tan significativa como lo fueron la independencia, las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución Mexicana. Esta es la razón por la cual se le ha denominado la Cuarta Transformación. El programa de gobierno de Sheinbaum incluye “100 pasos para la transformación”, que abarcan medidas como el aumento de las becas universitarias y escolares, la provisión de pensiones para mujeres dedicadas al cuidado, el fortalecimiento de los sistemas médicos de diagnóstico y salud mental, la construcción de cientos de miles de viviendas, y la propuesta de elevar a rango constitucional la paridad salarial de género. Se espera que su gobierno tenga impronta propia y no sea, meramente, una delfín de su antecesor, a pesar de que continuará con sus principales políticas.
Más allá de la figura de Sheinbaum, el triunfo también se explica a partir de los altos números de popularidad que mantiene AMLO tras seis años de gobernar el país. El presidente termina el mandato con cerca del 60% de imagen positiva, a pesar de no haber logrado cumplir algunas de sus principales promesas, como las de retirar a las Fuerzas Armadas de las calles, reducir los índices de violencia, e igualar el sistema educativo mexicano al de Dinamarca. No obstante, muestra impresionantes números de crecimiento económico y de reducción de la pobreza. Una de las claves ha sido el aumento del ingreso de los mexicanos de a pie, después de tres décadas de estancamiento de los ingresos. Esta mejoría se explica por el enorme incremento del salario mínimo promovido por su gobierno, que elevó los sueldos en casi un 120% por encima de la inflación. Durante el mandato de AMLO, el poder adquisitivo real de los mexicanos experimentó un crecimiento que supera el doble del que tenían al comienzo del sexenio.
Más de cinco millones de personas salieron de la pobreza durante el período en lo que es la reducción más importante de la pobreza de los últimos 16 años. Todo esto lo hizo manteniendo equilibrios macroeconómicos, fortaleciendo la moneda e implementando políticas de austeridad en lo fiscal, que atrajeron grandes inversiones de capital. Todo esto sin enfrentarse al principal socio mexicano, los Estados Unidos, con quien siempre mantuvo una política pragmática, tanto con el gobierno de Donald Trump como con el de Joe Biden.
En América Latina, contrario a lo que pudiera parecer, se está atravesando, con otras características, y, quizás, más complejidades y grises que en otros momentos, una nueva ola progresista. Además de los gobiernos de Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Luis Arce en Bolivia, o de Lula da Silva en Brasil, se consolida el de la Cuarta Transformación en México.
Las dos economías más potentes y dinámicas de toda América Latina, es decir, Brasil y México, hoy, cuentan con gobiernos progresistas ya consolidados. Esto no deja de ser importante en un contexto global donde los discursos de odio y la extrema derecha parecen imparables. La región se convierta en un dique de contención a estos movimientos, y la Cuarta Transformación Mexicana indica que se profundizará por un tiempo, dejando una marca histórica en el país, comparable a la de las tres anteriores: la Independencia, la Reforma, y la Revolución.
AMLO y su movimiento ya son parte de la historia grande, al igual que Lazaro Cardenas y otros transformadores. Ahora es tiempo de que Sheinbaum, como primera mujer en ejercer el cargo, imprima su propia impronta allí.