Ni Sherlock
El esclarecimiento de la muerte del chofer de Ersa, Gustavo Cuello, hace un par de semanas en Villa Boedo, se ha convertido, al menos hasta ahora, en un laberinto sin salida. Recordemos que este hombre de 43 años fue encontrado en un descampado, con la cabeza destrozada y cerca del colectivo de la línea 73 que manejaba, y que, al momento del hallazgo, aún permanecía con el motor prendido y recalentado.
A poco de comenzar la investigación, el fiscal Tomas Casas estableció la caratula de «muerte de etiología dudosa», con la expectativa de reunir rápidamente la prueba necesaria para cambiarla, posiblemente, a homicidio en ocasión de robo. Sin embargo, en aquella lluviosa noche del jueves 8 de abril el agua borró rastros valiosos, como, por ejemplo, en un cuchillo hallado cerca de la víctima. Asimismo, y a partir de circunstancias particulares de Cuello, se empezó a considerar la posibilidad de una muerte voluntaria, algo no totalmente descartado todavía.
Lo concreto es que, hoy por hoy, tanto el fiscal como varios peritos se inclinan por un crimen casi perfecto, de casualidad, en desmedro de un «suicidio raro». El informe forense confirma que el aplastamiento del cráneo fue la causa eficiente de la muerte. De todos modos, llaman la atención tres «cortes defensivos» en la mano derecha del chofer. Alguien podría pensar que fue sorprendido por uno o más ladrones, quienes luego de atacarlo le pasaron por arriba de la cabeza con el colectivo. En lo que respecta al teléfono celular de Cuello, permanece desaparecido.
Más allá de estas hipótesis, lo que predominan son las dudas. Alguien que trabaja intensamente para armar este rompecabezas, lo dijo con una claridad literaria contundente: «A la muerte del chofer, por ahora, no hay quién la pueda resolver… ni siquiera Sherlock Holmes.
De remate
El próximo lunes, en la Cámara Décima del Crimen, comenzará uno de los juicios más multitudinarios del año, con la participación de 24 acusados, 27 abogados y una querellante. Se trata del proceso principal contra los estafadores de los remates que se hacían en Tribunales Uno. Según la investigación del fiscal Enrique Gavier, era una aceitada organización que ganaba mucho dinero a partir de información precisa que tenían de los bienes que se vendían.
El modus operandi no escatimaba conductas mafiosas para presionar, extorsionar y cometer fraudes multicolores. Oferentes, interesados y martilleros no la pasaban nada bien cuando los trenceros” actuaban fijando precios, cobrando comisiones y negociando a su gusto y paladar para comprar por poca plata y revender haciendo una buena diferencia.
De hecho, la única querellante, actualmente radicada en Estados Unidos, es una damnificada directa de Elías Bucheme y Roberto Ponce, dos de los principales cabecillas. Las imputaciones van desde amenazas y estafas hasta asociación ilícita. El tribunal estará integrado por los jueces Rojas Moresi, Peres Moreno y Mónica Traballini, y el juicio se hará en tres salas de audiencia de manera simultánea.
La trenza” marcó una época nefasta, que incluyó complicidades que ya quedaron olvidadas y lejos en el tiempo. La síntesis se puede escribir con pocas palabras: «en las salas de remate, mandaban ellos».